Los grafitis, en el concepto de pintadas en las paredes, tienen una muy mala prensa entre la opinión pública y mucho más ante las autoridades y los propietarios afectados, que lo consideran una actividad ilegal, un atentado al buen gusto o incluso una agresión al patrimonio público y privado.
Por ese motivo, ponernos a reflexionar y escribir sobre este fenómeno social tan extendido sin atender a esos aspectos mencionados, si exclusivamente fijándonos en el contenido de los mensajes, es como participar en una aventura de riesgo: en cada instante nos veremos obligados a una filigrana para evitar un golpe o una caída.
El objetivo no es plantear el reproche a los garabatos sobre las paredes, si no tratar de encontrar en ellos la justificación a tal despropósito. La única forma de asumirlos como un mal menor solo la encontramos en la belleza de la pintada o en el mensaje que la provoca. Porque el asunto, en la parte de la belleza, también se ha institucionalizado y rara es la ciudad, pueblo y casi hasta aldea que no luce con orgullo paredes engalanadas por pintores de renombre o artistas callejeros desconocidos y anónimos en espectaculares montajes.
Pero sin autoría, sin gusto incluso, también hay muchas obras en los muros que bien mirados son un auténtico reflejo social, una hoja de críticas y reclamaciones, un espacio de genuino desahogo. Porque los hay apropiados, obscenos, divertidos, ingeniosos, simples, burdos e irreverentes.
El arranque surgió con un mensaje efímero, sencillo, inesperado: con las primeras nieves de este invierno en Laciana apareció, tierno y esponjoso, escrito sobre la nieve acumulada en los parabrisas de dos vehículos aparcados. Conmovía por el arrebato de pasión juvenil que daba a entender. Un corazón desbocado a primera hora de la mañana, seguro que de camino hacia el instituto, sintió la necesidad de hacer público un sentimiento que no pudo contener y escribió primero: “Te amo Carlos”. No fue suficiente ese primer impulso para apagar su fuego interno, y cien metros más adelante reprodujo su mensaje en la nieve de un segundo vehículo.
Lejos de provocar frialdad, el mensaje me animó a compartir ideas sobre los grafitis que nos rodean y que que llevan bullendo en mi cabeza desde hace decenas de años. Tantos como casi medio siglo, desde que a principios de los ochenta leí una pintada que me resultó divertida e ingeniosa: “Videla, Hijo Puta, devuélvele la madre a Marco”, decía. Hay que situar su ironía en su contexto de tiempo y hechos históricos, claro. Es decir, conocer que Videla era el general que dirigía la dictadura argentina (1976-1981) y Marco era el niño protagonista de la novela 'Corazón' de Edmundo de Amici, que por aquellos años tenía una serie de dibujos animados en TVE que se empezó a emitir en 1977, y que buscaba a su madre perdida en los Andes argentinos.
Ahí arrancó mi pasión por estos mensajes, anotando en agendas los textos más sorprendentes y haciendo fotos. Primero analógicas, caras, y con la dificultad de que había que ir con cámara. Ahora la afición es más barata y fácil, no sólo con las cámaras digitales sino con el teléfono. Y eso ha disparado el archivo a centenares de imágenes.
Por acotar, me limitaré a los grafitis recogidos en el territorio al que dedico mis colaboraciones, la comarca de Laciana.
En las dos últimas décadas del siglo pasado, en la comarca los mensajes más recurrentes eran los sindicales y políticos. Las paredes eran el soporte de la propaganda de partidos y sindicatos, incluso se tapaban unos a otros. De todos ellos solo salvo uno de CCOO con tres caras lanzando un grito de desesperación al que alguien añadió una pregunta irónica.
La política y la actividad sindical fueron también protagonistas en la segunda década de este siglo, en los últimos estertores de la minería. Cuando la rabia, la frustración y el cabreo se plasmó en numerosas paredes, con mensajes de muy mala leche.
Alguno original, exponiendo ideas poco frecuentes, como el de los sentimientos enfrentados de religiosidad y pecado, que atormentaron al escritor del muro este de la Escuelas Graduadas, en el que dejó su aviso: “He visto a la Virgen, me ha dicho que me drogue”.
Fascinan mucho los mensajes de amor. Hay en ellos una sensación de algo que retrotrae a la adolescencia, cuando no era delito llevar una navaja en el bolsillo y quedaba nuestra impronta en las cortezas de los árboles con el “Aquí estuvo…” o el corazón atravesado por una flecha y los dos nombres, que los que no hicimos EGB éramos muy dados a datar nuestras señales.
De esos mensajes de amor me quedo con cinco, incluyendo el de la nieve. Dos que hacen referencia a un gran corazón, el uno por despecho: “Tengo una bomba en el pecho y me infravaloras”. Y el otro por la constancia y durabilidad de esa capacidad de amar, que encuentra en la simbología matemática el refuerzo a su aviso: “Te amaré durante mil años más”.
El cuarto, por su originalidad y sensibilidad poética, plasmado sobre un lugar poco apropiado, el muro lateral de una nave industrial que al menos ofrecía el amplio espacio necesario para expresar tan nobles sentimientos: “Revolucionario enamorado de tus labios, no acepto más consejos que los de tus ojos sabios”. Y para finalizar uno que me conmovió por su misiva de cándida inocencia, como un grito ahogado y desesperado de proclamación de inocencia: “Miranda, tu sabes que no te puse los cuernos”. En contraste con el anterior.