Sostiene con argumentos graves Manuel Pimentel, editor, agricultor y exministro, que la venganza del campo está muy cerca, después de siglos de abandono y desprestigio. Vendrá -asegura- por vía de la escasez y la carestía de sus productos. En siglos pasados nadie se preocupó de formar buenos agricultores. O casi nadie. Y eso que una agricultura adelantada en el siglo XIX era signo inefable de la prosperidad de pueblos y regiones de España, al adoptar nuevas técnicas, cosechar variedades desconocidas, distribuir mejor la tenencia de la tierra, disponer de captaciones de agua, plantar arboledas, explotar granjas y aprovecharse de los beneficios de la mecanización. Ese había sido el sueño de los ilustrados del siglo XVIII, convertido en pesadilla un siglo después, cuando el campesinado se proletarizó y las subastas de las desamortizaciones fueron ganadas por burgueses, altos funcionarios y terratenientes.
Ocurrió en esta tierra, en León, que acabó empobreciendo más a los pobres y enriqueciendo sobremanera a los poderosos. El abismo social no es de hoy, desde luego. Los aldabonazos brutales de aquellas tropelías revestidas de legalidad se han prolongado durante décadas, pues la sangría humana no pudo ser taponada por la concentración parcelaria, ni por la política hidráulica, ni por la emigración de la mano de obra excedente del campo en el siglo XX. El resultado es de todos conocidos: éxodo rural, España vaciada, depauperación del sector primario.
Pero hubo un tímido intento de revertir el proceso hace más de siglo y medio. Un intento teórico-práctico, callado como todo lo oficial, del que nos ocuparnos hoy por ser desconocido. El Ministerio de Fomento –al que pertenecía la educación– trató de responder a la acuciante necesidad de dar respuesta a la formación de técnicos y agricultores con mentalidad de pequeños empresarios, para ahogar el asfixiante autoconsumo y conjurar la ignorancia de la población rural. Se necesitaba fomentar en el sector primario un nuevo espíritu mercantil, potenciar una formación profesional agraria para atender granjas-escuela donde formar a jóvenes agricultores y técnicos agrónomos como peritos agromensores, tasadores de fincas, forestales, expertos en semillas... A partir de 1857, aquel ministerio convergió esfuerzos con las diputaciones provinciales, implantando en los institutos de segunda enseñanza una vía alternativa a las escuelas prácticas de agricultura. En León se impartió en su recién creado Instituto Provincial de Segunda Enseñanza la asignatura de Agricultura, en el curso 1860-61, materia que tuvo ochenta años de vigencia académica.
La asignatura de Agricultura era parte de los estudios de aplicación a las profesiones industriales del instituto, junto a materias como Dibujo Lineal y de Adorno y Aritmética Mercantil. El resto de los estudios de bachillerato eran generales, o sea dedicados a: Latín, Religión, Castellano, Griego, Historia, Matemáticas, Ciencias, Física y Química, Nociones de Psicología y Lógica. Cursando las asignaturas generales se llegaba al grado de bachillerato, que habilitaba el acceso a la universidad. Cursando los de aplicación se obtenía certificado de perito, que permitía ingresar en las escuelas superiores de ingenierías y bellas artes.
Los alumnos leoneses que cursaban Agricultura no querían ir a la universidad, sino adquirir una formación técnica de grado medio que les facilitara la incorporación al mundo laboral con cierta especialización. Se creó una cátedra al efecto y por ella pasaron catedráticos de oposición, en su mayoría ingenieros agrónomos. Hemos contabilizado 11 profesores desde 1860 hasta 1945, casi todos foráneos que pasaron por esta tierra dejando muestras de su ciencia y su docencia, un equilibrio entre el saber teórico y el saber práctico, pues se puso en funcionamiento un gabinete de agricultura, o sea, un laboratorio de experimentación. Por orden cronológico ejercieron Antonio Uriarte Blanco, Benito Bentué Peralta, Enrique Batlle Rovirola, José Sánchez-Miranda Cidoncha, Antonio Alcaraz Bermúdez, Pedro Prado Rubio, Marcelino Llorente Sánchez, Miguel Adellac Glez. de Agüero, Ciriaco Solís Calleja, José Turrientes Alonso y, finalmente, el leonés Joaquín López Robles, concejal, alcalde de León, presidente de la Diputación Provincial, farmacéutico y director del instituto a partir de 1936, tras adherirse al levantamiento militar del 18 de julio. López Robles sustituía en la dirección del centro a Mariano Domínguez Berrueta.
La cátedra contó con el entusiasmo del gobernador civil y recibió en 1860 una dotación de 8.000 reales, destinados principalmente al mantenimiento de un vivero de plantas cedido por la Junta Provincial de Agricultura, alumbrando así el objetivo de potenciar la costumbre y tradición del cultivo de diferentes especies que se daban en el campo leonés, además de contar con la colaboración de la Escuela de Veterinaria, el Ateneo Obrero y la Económica de Amigos del País, donde ya se habían impartido lecciones esporádicas de Agricultura.
Varios de aquellos catedráticos siguieron trayectorias profesionales en el campo de la ingeniería agraria, con estudios sobre prados, cereales, leguminosas, olivo y vid. Miguel Adellac, por ejemplo, escribió un volumen acerca de los Elementos de agricultura y economía agrícola, convirtiéndose en un experto sobre la obra agraria de Jovellanos, además de destacar en su faceta de periodista y divulgador en varios diarios, como ABC. Acabó su carrera de director y catedrático en el prestigioso Instituto Cardenal Cisneros de Madrid. Por su parte, Marcelo Llorente publicó en 1890, en la imprenta leonesa de Herederos de Miñón, Compendio de Agricultura elemental y monografías sobre patología vegetal y enfermedades de las plantas. El índice de su compendio era amplio, un intento de facilitar a sus alumnos unos apuntes bien redactados, donde recogía conocimientos de agrología, mecánica agrícola, fitotecnia, patología vegetal, zootecnia, industrias rurales y nociones de economía agrícola. Le sustituyó en su cátedra Ciriaco Solís Calleja, que publicó en 1899, en la leonesa imprenta de Herederos de A. González ubicada en la calle Paloma, el Programa de Agricultura, una suerte de programación de dicha asignatura, dividiéndola en 63 lecciones. Tipos eruditos en su materia.
Teoría y práctica
¿Demasiada teoría y poca práctica? No tanto como pudiera parecer. Desde principios del s. XX, los alumnos de León que aspiraban a titularse agromensores cursaban Física, Topografía y Agricultura. Esta última asignatura tenía una carga de clase de 1,5 horas diarias (9 horas en la semana lectiva de 6 días, de lunes a sábado), dentro de las cuales se insertaban prácticas de gabinete y laboratorio. En 1878 ya se disponía de un gabinete bien dotado, con más de un centenar de instrumentos: balanzas, probetas, crisolitos, retortas, pipetas, morteros, tamices, cubas, anemómetros, sifones, hidrotímetros de Boutron-Boudet, alambiques de Salleron, elementos de Bosen para laboratorio, productos necesarios para los análisis químicos. Antes de acabar el s. XIX los alumnos de León disponían de modelos y maquetas como la sembradora Smyth, la segadora Yohnston, pisadoras mecánicas para uva y aceituna, 20 preparaciones microscópicas de patología vegetal, aparatos de Mausere y Kopp para el análisis de tierra, una colección de plantas melíferas, un calcímetro, un yesímetro, un glucómetro y un polímetro, colecciones de semillas, de insectos nocivos al trigo, de injertos, de vides americanas, cajas de patologías vegetal, una colección de láminas que mostraba en toda su amplitud la biología de la filoxera. En el siglo XX llegaron al gabinete de Agricultura de León colecciones de tablas de instrumentos agrícolas y animales de labor, aparatos de Sehlvesing para determinar el ácido fosfórico en el suero, analizar nitratos o determinar el amoniaco en abonos. No faltaron cuadros murales de gran formato que mostraban la tecnología necesaria para la fabricación de cerveza, aceite, corcho y jabón, además de magníficas maquetas de sembradoras, arados, aventadoras y segadoras.
La asignatura de Agricultura no cambió los modos de vida del campo leonés, pero facilitó el conocimiento a una minoría que se convirtió en peritos del agro y que hizo de su especialidad una profesión para mejorar a pequeños sorbos la vida rural. Se desconocía mucho y se aprendió mucho. Cuanto mayor es el desconocimiento, mayor es el logro. El último de sus catedráticos, Joaquín López Robles constituyó el broche de oro de la asignatura, compaginando docencia con tareas de dirección. A propuesta de otro profesor señero, Luis López Santos, el centro adoptó desde 1946 el nombre de Instituto Nacional de Bachillerato Padre Isla. López Robles también fue director de la Granja Agrícola y Estación Pecuaria de León y síndico de la Confederación Hidrográfica del Duero.
Se puede discutir mucho sobre las causas del retraso secular de la agricultura leonesa, que formó parte del retraso sectorial en todo el país, pero la idoneidad o el aprovechamiento de aquella materia en el marco de un instituto de bachillerato parece un logro a juzgar por los datos que conocemos. No hay duda de su novedad y del especial interés de autoridades para ofrecer solidez a esta asignatura, que entroncaba con la principal actividad económica de la provincia. Contribuyeron también a su mantenimiento ayuntamientos y diputación provincial al ceder terrenos para ensayos de semillas útiles. Los estudios cambiaron drásticamente en la etapa franquista y la asignatura dejó de formar parte del currículo. Tal vez le faltó publicitar sus logros para ampliar su difusión. En la posguerra se potenciarían las Escuelas de Trabajo (León, Astorga) y los institutos laborales (Villablino), luego las escuelas de maestría industrial y la FP. En un marco más amplio, la vieja asignatura de Agricultura fue, por su trayectoria, un precedente de la Escuela de Ingeniería Técnica Agrícola de León, fundada en 1967 y que hoy forma parte indisoluble de la Universidad de León. Algo bueno hicieron aquellos eruditos de la ciencia agrícola.