'Anora': cine indie

El cine indie siempre ha presumido de acoger, bajo su enrollado y cada vez más repleto regazo, historias socialmente críticas y hechas con cuatro duros que, frente al cine más comercial o al derroche de efectos especiales, muestran una mayor inquietud artística por acercarse a la realidad. Para que nos entendamos, estaríamos hablando de películas más sesudas y menos ruidosas. 

El también llamado cine independiente es heredero de aquellas películas de serie B que surgieron a finales de los años 50 para alcanzar su mayor expansión y apogeo en la siguiente década. En principio se trataba de producciones destinadas al consumo televisivo en las que las carencias técnicas con respecto al cine de estudio eran muy evidentes. Pero con el tiempo, y gracias a la aparición de esa nueva generación de realizadores que revolucionaron los paradigmas cinematográficos en los años 70, este tipo de filmes comenzarían a cobrar mayor importancia y muchos de aquellos títulos son hoy parte fundamental de la historia del cine americano. Películas como Doce hombres sin piedad (1957) de Sydney Lumet, o Cowboy de medianoche (1969) de Jon Schlesinger, iniciarían el camino. Luego llegarían los primeros filmes de Scorsese, Brian De Palma, Woody Allen o David Lynch.

Con el paso de los años y el aumento que esta forma de hacer cine experimentaría a partir de los años 90, la línea que separa el cine indie del comercial se hizo cada vez más difusa. Muchos de los realizadores que hoy son considerados parte fundamental y egregia del mundo del cine empezaron sus carreras bajo el amparo de la independencia artística y económica: Quentin Tarantino y su Reservoir Dogs (1992), Kevin Smith con Clerks (1994), Todd Solondz con Happiness (1998), Christopher Nolan con Memento (2000), Damien Chazelle con Whiplash (2014)… O también un Sean Baker que comenzó su carrera en los márgenes de la industria para enseguida llamar la atención de cinéfilos en festivales de todo el mundo con títulos como Tangerine (2015) o The Florida Project (2017), hasta conseguir definitivamente el reconocimiento global con este retorcido cuento de hadas que ahora nos ocupa.

Anora es una película desacomplejada y tierna que fluye ante los ojos del espectador con pasmosa naturalidad, bebiendo de los paradigmas que definen el cine indie para mostrar el reverso de todas esas historias de amor con final feliz que pueblan la cinematografía más convencional. Es cómica y cruel, alocada y triste, un bálsamo de esperanza para todas esas vidas que habitan detrás de los colores chillones del mundo.