Un hombre joven, silencioso, tan discreto que a veces parecía que no estaba. Y durante 84 años así ha sido prácticamente: no ha formado parte de la nómina de los más conocidos guerrilleros que desde el monte intentaron la romántica, violenta y desigual aventura de frenar a Francisco Franco y su régimen totalitario. Girón, 'El Gafas', los hermanos Ríos son muy recordados. Pero Marcelino de la Parra Casas siempre estuvo en la retaguardia de la memoria colectiva, en un rincón, en lo más recóndito del monte de nuestra memoria histórica.
Este manitas que era capaz de fabricar con un puñado de desechos una rudimentaria pistola de varios tiros, y que al mismo tiempo formó parte de todas y cada una de las direcciones de la Federación de Guerrillas de León-Galicia en la lucha por la supervivencia de los huidos de la represión del régimen golpista, es una de las muchas figuras que salen reforzadas de la nueva reedición, la cuarta ya, del libro 'El monte o la muerte', del escritor berciano Santiago Macías.
Se trata de un nuevo y ampliado texto, con importantes novedades biográficas, fotográficas e históricas, que será presentado este jueves 6 de febrero en la Biblioteca Municipal Padre Isla de la capital leonesa.
En León capital y en Navatejera vivió casi siempre Marcelino de la Parra, natural de La Robla por razones familiares accidentales. Su historia es la de tantos en los tensos días del golpe de Estado fascista de 1936, que a él le pilló con apenas 18 años. “A pesar de su juventud, ya tenía mucha experiencia y destreza”, remarca Macías, como asegura que Marcelino Fernández Villanueva 'El Gafas' le contó personalmente, admirado.
Con Girón, siempre
Puso esa experiencia primero al servicio de la milicia republicana contra las tropas de Franco en el frente asturleonés, tras alistarse en el mítico anarquista Batallón 206 de Laurentino Tejerina, y después en el grupo de resistentes que decidió no entregarse, ante una segura y vengativa muerte, y echarse al monte para organizar la guerrilla. Aunque todavía ni lo sabían.
En su huida tras la caída del Frente Norte en 1937 llegó el providencial momento de conocer en persona al mítico Manuel Girón Bazán, se quien ya sólo se separaría De la Parra para intentar salir del país cuando una década después el sueño de acabar con Franco y su régimen se había visto pisoteado por las fuerzas del orden fascistas.
Bailando en la misma fiesta
“Fueron juntos directamente a La Cabrera, Girón y Marcelino, porque era el lugar más inaccesible para ellos, sin mucho movimiento de tropa y, de hecho, donde convivían en los pueblos con normalidad porque eran la fuerza dominante”, remarca el autor.
Ejemplifica la situación en que no pocos guardias civiles fueron relegados o incluso sancionados por no atreverse a delatar ni mucho menos apresar a los guerrilleros. En ocasiones, “bailando unos junto a otros en las fiestas de algunos pueblos”, como Pombriego, donde 'El Parra' tenía entonces su pareja sentimental y muchísimos vecinos que les arropaban a ciegas.
Incluso estas situaciones causan víctimas, como la que rescata Macías de la mujer de un huido que recibió un tiro mortal “a sangre fría” del sargento de la Guardia Civil. ¿La causa? Que si el Cuerpo le investigaba, ella contaría, aunque fuera bajo tortura, como tantas veces, la verdad de la connivencia del mando con los huídos, y “no podía permitirlo”.
Siempre en la cúpula
Marcelino de la Parra formó parte, en segundo plano siempre, de las diferentes 'directivas' de la Federación de Guerrillas de León-Galicia. Sin excepción.
Mario Morán, responsable del Estado Mayor de su ejército del monte, consideraba que si Girón era la cara canalla y natural del grupo, Parra era su cruz: “No tenía ningún sentido del humor, era frío, tranquilo”. “Nervios de acero y manitas de oro, un mecánico extraordinario”, destacaba El Gafas.
Y Ríos, otro mandatario, remataba sobre su recia personalidad: “Si le daba hambre, comía un poco; si le daba sueño, dormía un poco. No le gustaban las discusiones ideológicas, y apenas las mantenía”, a pesar de ser proclive a la facción anarquista de la Federación.
Parra, 'notario' de una compleja organización
Con el cargo de secretario que ocupó varias veces, él pudo documentar en actas la verdadera organización militar de guerrillas de los del monte: el funcionamiento del SIR (Servicio de Información Republicana); un “reglamento cuyo incumplimiento era sometido a un tribunal de disciplina”; la edición de un periódico clandestino; la gestión de “una tupida red de enlaces”.
Demostraba todo ello, gracias a las pruebas que hoy son las actas tuteladas por De la Parra, manuscritas o a máquina rudimentaria, que “estaban muy lejos de ser los bandoleros que el régimen quería hacerles parecer, esforzándose todo lo que podía y más”.
La órden superior de rebajarles a “bandoleros”
Uno de los nuevos hallazgos dla cuarta edición de 'El monte o la muerte' es, precisamente, la instrucción oficial y obligatoria del Jefe del Estado Mayor de mediados de 1945, hasta ahora jamás conocida.
Dice así: “Queda terminantemente prohibido designar a las partidas de atracadores que actúan en distintos lugares de la península con el nombre de huidos, maquis, guerrilleros, rebeldes, etc., que ellos desean ostentar para dar a su actuación aspecto político y militar. Por lo tanto, en lo sucesivo, siempre que se designe a tales malhechores se hará con el nombre de bandoleros o atracadores, como corresponde a los delitos comunes que cometen, extendiendo esta denominación a los que procedentes de Francia desarrollen sus criminales actividades en la zona fronteriza o en el interior”.
La decisión era de gran relevancia: así, además de no admitir -como era cierto- que Franco tenía resistencia armada en su propio territorio nacional, cuando se conseguía apresar a alguno de ellos “como estaba todo orquestado, se les podía aplicar la dura Ley de Bandidaje y Terrorismo, que conllevaba la muerte, pasándose como siempre la verdad y la Ley por el arco del triunfo”. Incluso ante presuntos delitos anteriores a la aprobación de la propia Ley.
Casayo: El principio del fin
En 1948, tras el tiroteo mortal de Casayo que hizo estallar un nuevo Congreso en el que la Federación iba a recuperarse de su creciente ruptura política entre comunistas, anarquistas y socialistas, comenzó el 'sálvese quien pueda' de los rebeldes republicanos, hundidos además por la permisividad internacional para con Franco, que les hizo ver que su organizada lucha ya no tenía futuro.
Girón, el mito que es hilo conductor del libro de Santiago Macías, todavía aguantó hasta su conocido asesinato por traición en 1951 en los Puentes de Malpaso en Molinaseca. Otros lograron escapar del país y rehacer su vida con la amargura de que su propio país jamás reconoció su esfuerzo personal por luchar contra el fascismo hasta el último aliento posible.
Buscando una salida
Y otros corrieron peor suerte. 'El Parra' entre ellos. El libro repasa la trama familiar con que su hermana Natalia de la Parra, y no pocos enlaces y apoyos que se jugaban el cuello, le facilitaron su viaje a Tarragona, donde con papeles ilegales no podía encontrar ni trabajo ni más futuro que cruzar la frontera.
Con la falsa identidad de Sebastián Fernández Paniagua aguantó allí para intentar conseguir ayuda para dar el salto hacia la libertad a guerrilleros como Eduardo Pérez Tameirón o Florencio Pérez, pero finalmente “el 10 de mayo de 1948 una denuncia provocó su detención en una céntrica calle de Tarragona”, recuerda el autor del libro.
Innumerables torturas -de las que se ven secuelas aún incluso en su foto oficial bajo arresto- consiguieron que la policía averiguara que tenían encerrada una pieza rebelde de las mayores que se podían cobrar. Y bajo un sufrimiento infinito, Parra 'cantó'. Allí primero y también aquí cuando ingresó en la prisión de Puerta Castillo de León capital, muchas semanas más tarde. Sin embargo, lo que el rebelde hacía saber a las autoridades eran hechos consumados, datos que ya conocían por otras causas e investigaciones.
Garrote vil en el patio de la Cárcel de Puerta Castillo
El libro de Macías destaca su final así: “El consejo de guerra celebrado el 2 de octubre de 1948 seguía denominando al procesado como bandolero, lo que tiene una explicación: los catorce hechos delictivos imputados a Marcelino de la Parra, dos de ellos con víctimas mortales, habían sido cometidos con anterioridad al 18 de abril de 1947, fecha de publicación del Decreto-Ley sobre Bandidaje y Terrorismo. Sin embargo, el argumento de la defensa, llevada a cabo por el capitán de infantería Amador Palacín, no serviría de nada”.
La condena de muerte se cumplió bajo el cruel garrote vil en el patio de la Prisión Provincial de León, hoy Archivo Histórico Provincial, en una fría madrugada del 8 de noviembre de 1948.
“Conducta criminal e inadmisible”, rezaba la prensa del régimen
La noticia ocupó importantes espacios en la prensa local del momento. Se le atribuía, “en unión de otros bárbaros con los que formaba cuadrilla”, el robo de unas 200.000 pesetas en diferentes acciones, además de otros “actos de repugnante salvajismo”.
Por eso, el periódico defendía que “la justicia humana tenía que sancionar adecuadamente la conducta criminal e inadmisible desde todos los puntos de vista, y a la luz de las normas de la civilización más elemental, de este forajido que ha pagado sus culpas en garrote vil”.
Duras letras que contastan con su carta de despedida final a la familia, dos días antes de ser ejecutado, desde la prisión leonesa.
La desconocida carta final
Guardada como un tesoro por su familia y restacada ahora por Macías, está manuscrita bajo estampas de la Catedral de León y la avenida Ramón y Cajal, y es de profunda y contenida emoción apenas dos días antes de que el garrote le asfixiara y partiera la columna cervical.
“Son los últimos momentos que de vida me quedan y aunque la presente no tenga ningún valor material sí que lo ha de tener moral. (...) Deseo y recomiéndoos no llevéis luto visible, sólo interiormente, y recordadme siempre como lo que he sido”.
Su padre y hermanos, de pobres recursos y bajo la presión social de ser familia de un gran criminal para el régimen totalitario, todavía reunió lo poco que atesoraba para pagar una sencillísima placa que identificara el lugar donde Parra fue enterrado, en el área civil del cementerio de León.
Esa placa lleva décadas rondando por la zona, olvidada, ni siquiera identificando el punto exacto donde un joven y valiente leonés acabó una vida de aventuras y lucha forzadas por la guerra, la represión y unos ideales inquebrantables. Tres cosas que acabaron con aquel imberbe mecánico que continúa todavía, como su tumba, casi en el olvido. Si no fuera por trabajos como los de Carlos J. Domínguez o Santiago Macías.