“¡Carro a la Virgen!”: Historia de las romerías leonesas en el santuario del Camino

Se cuenta que el 2 de Julio de 1505, gobernando Juana la Loca y Felipe el Hermoso, se apareció la Virgen a un pastor llamado Alvar Simón Gómez Fernández, natural de Velilla de la Reina, que cuidaba de su rebaño en un lugar próximo al que ocupa el santuario actual. La Virgen le dijo al pastor que fuese a la ciudad y avisase al obispo para que fuese a ese sitio y colocase su imagen en lugar decente, para beneficio de toda la tierra. Pero temiendo aquél que nadie le creyese, respondió a la Virgen:

“¿Señora, cómo me creerán si no llevo alguna señal de que vos sois la que me enviáis?”.

La Virgen, entonces, le pidió la honda que el pastor llevaba en la mano, y tomándola en la suya, arrojó con ella una pequeña piedra, y dijo:

“Di al obispo que venga y encontrará esa piedra tan grande, que será la señal que yo te envío, y en el mismo (sitio) que estuviese, es voluntad de mi Hijo y mía, que se coloque mi imagen”.

En esto desapareció la visión, y partiendo el pastor a León a obedecer lo que se le había mandado, dio cuenta de lo sucedido al obispo. Cuando el prelado se acercó al lugar indicado por el pastor, acompañado por muchas personas, vio la imagen de la Virgen en el mismo lugar de la aparición, postrándose ante ella —lugar en el que se edificó una humilde ermita llamada del 'Cristo del Humilladero' (la primitiva ermita fue derribada en 1961), donde los peregrinos solían humillarse camino del santuario; según Fray Arturo Álvarez, “en la geografía piadosa de España son frecuentes los humilladeros, que a veces no pasan de una cruz a la entrada de los pueblos; pero generalmente son ermitas, en el campo” ('La Virgen del Camino en León', 1968)—, y una piedra de gran tamaño en el sitio donde había caído la que tiró la Virgen con la honda, edificándose un modesto santuario en ese lugar, gracias a los esfuerzos del prelado y la caridad de los fieles, que comenzó desde entonces a ser frecuentado por los peregrinos de todas partes de España y del extranjero ('Compendio Historico en que se da Noticia de las Imagenes de María Santissima en los Santuarios de Hespaña': refierense sus principios y progresos con los principales milagros y aparecimientos fechado en 1726).

Recordaba el cronista leonés Victoriano Crémer, que era sorprendente el arraigo y la devoción que se tenía hacia esta imagen que representa a María teniendo entre sus brazos a Jesucristo muerto —es la Piedad, y no al modo tradicional, como la del Mercado, con el Hijo vuelto de cara: María, sentada, sostiene sobre su regazo el cuerpo sin vida de su hijo, ladeado, vuelto el rostro hacia abajo con los brazos caídos— ya que el grito de “¡Carro a la Virgen!”, que sin cesar gritaban los carreteros al frente de sus carros o carretas, ponía en marcha a todos los romeros con rumbo al santuario ('Tabla de varones ilustres, indinos y malbaratados de la ciudad de León y su circunstancia', 1983).

Las romerías

El libro de entretenimiento de 'La Pícara Justina', escrito por el licenciado Francisco de Úbeda, es la confirmación de que hace más de cinco siglos ya se celebraban “romerías del Camino”. En él su protagonista, natural de Mansilla de las Mulas, describe su peregrinación a La Virgen del Camino durante las fiestas de agosto, siendo de interés la descripción que nos ofrece del Humilladero y de la tradición de los perdones o avellanas, piñones y almendras garrapiñadas, que se siguen vendiendo a los romeros en la tradicional romería de San Froilán:

“Ya llegué a la ermita, y de veras que me dio gusto el sitio, que es un campo anchuroso que huele a tomillo salsero, proveído de caserías, y aún hay allí personas que no las podrán sacar tan presto de sus casillas; dígolo porque engordan mucho las venteras. La ermita, bien edificada, adornada, curiosa, limpia, rica de aderezos, cera y lámparas, ornamentos, plata, telas y presentallas.

Gran concurso de gente, que por eso y por estar en el camino de Santiago, se llama Nuestra Señora del Camino. Notable provisión de todas frutas, vino, comidas.

Acuérdome que desde esta romería quedé muy devota de los perdones de aquella tierra. Fue el cuento que un cierto galán estaba rifando al naipe ciertas avellanas y genobradas, lo cual ganó, y viéndome, me convidó a ello, y dijo:

— Tome perdones, señora hermosa.

Yo no entendía el uso de la tierra, y pensando que se burlaba y que me había deparado Dios otro obispo de romería, le dije:

— Beso a v. m. las manos, señor obispo, que en verdad que me suele a mí ir bien con obispos, aunque a ellos conmigo no tanto.

Replicó el galán (que era a mi parecer galán comedido):

— No piense, señora hermosa, que me burlo, que en esta tierra es uso llamar perdones todo lo que se da en la romería, porque se tiene por devoción como si fuera pan bendito“.

El Humilladero de la actual Basílica de La Virgen del Camino. Fotografía: Julián Robles / Javier G. Fernández Llamazares

El autor de la Pícara se refiere nuevamente al Humilladero, y también a los bailes, bullicio y el arraigo que la devoción de la imagen tenía. Así dice su protagonista:

“Comenzaron muchos corrillos de bailes, juegos de naipes y de esgrima [...]

Había buenos bailes de campesinas [...]

Ya que me vieron en paz, me contaron ellos y ellas el fundamento de la devoción y denominación del Humilladero diciendo:

— Mire, señora Justina, lo que llamamos el Humilladero es una ermita pequeña en que la Virgen se apareció a un humilde pastor, y él, humillado, la adoró y hizo humilde oración, y por eso y porque los que allí van se humillan a la santa imagen, se llama el Humilladero [...] Ya no quedaba nada que hacer ni estación por andar; sólo me restaba oír misa. En esto fui desgraciada, que no bastó mi descuido de acudir tarde, sino que cuando la quise oír, se me pusieron mil gentes delante que me estorbaron el oír misa. Como supe, me encomendé a la Santa Virgen, aunque si va a hablar de veras, fui tan sin acuerdo, que me fui a mi casa sin verla, y para desquitar algo de mis descuidos, hice cien reverencias, treinta y dos a cada altar de los colaterales y treinta y seis al altar mayor“.

En una fecha que no se puede precisar, la fiesta de agosto decayó hasta perderse. Las fiestas y romerías de San Miguel –el día 29 de septiembre, festividad de San Miguel Arcángel, tenía lugar anualmente una solemne novena en el Santuario de la Virgen del Camino dedicada a Nuestra Señora de los Dolores, celebrándose con tal motivo una romería–, y de San Froilán, que también se celebraban, continuaron, animadísimas, pero finalmente la romería septembrina de San Miguel, que don Julio Puyol describía con todas sus peculiaridades, perdió todo su tradicional carácter, desapareciendo:

“Celébrase una romería el día 29 de septiembre precedida de una novena a la que acuden aldeanos de toda la provincia, los cuales reciben el nombre de novenarios y que por espacio de nueve días convierten en pintoresco campamento la extensa llanura que rodea al Santuario.

El día 29 es grande la afluencia de gente de León que va a pasar el día a la Virgen. Antiguamente, iban las familias de los labradores en carros enramados y entoldados, y los mozos y mozas luciendo sus mejores galas. De vez en cuando, veíanse romeros que, en cumplimiento de un voto, iban a pie y descalzos, y aun se daba el caso de alguno que parte del camino lo hacía de rodillas.

Después de misa, comenzaban los bailes en el campo. Allí acudían vendedores de la capital y de otros pueblos de la provincia y de fuera de ella, pequeños industriales, quincalleros, titiriteros y ciegos repentistas que sacaban una copla en la que se hacía la semblanza de aquel a quien pedían limosna.

A mediodía, cada familia se retiraba a la sombra de su carro y comían la olla, que con todos sus adminículos y alguna vianda de añadidura habían llevado de León, mientras que los aldeanos se atracaban de escabeche, que en grandes pipotes y en inmensas cantidades se vendía al aire libre.

Concluido el yantar, volvían a organizarse los bailes de dulzaina y tamboril hasta las cuatro o las cinco de la tarde, hora en que principiaban todos a disponer la vuelta a la ciudad o a sus pueblos.

El regreso de la romería era no menos pintoresco y colorido. Las mozas cantaban en competencia, y las de un carro procuraban levantar el grito para que no se oyese a las del otro. Los hombres, movidos del ejemplo y animados por las libaciones, tomaban partido por unas o por otras, con lo cual la algazara era realmente ensordecedora“.

La fiesta de San Miguel destacaba por la presencia de enjambres de coloristas romeros astures entregados al jolgorio del baile de pandereta y a la satisfacción de consumir las famosísimas morcillas, chorizos sabadeños entrecallados con pimentón, vinos de la tierra (de Oteros, de Valdevimbre o de Ardón), sin que las 'curdas' traspasaran los límites establecidos. Los merenderos ocupaban las praderas contiguas a la carretera desde San Marcos a Trobajo, punto que absorbía por completo las satisfacciones y el bullicio de la fiesta.

La mayor parte de los romeros jóvenes volvían a pie porque las parejas podían perderse fácilmente entre las viñas llenas todavía de hojas que sombreaban el camino, y así gozar de los juegos retozones a que se prestaba el escenario.

El 'Domingo de los Carros', sólo para León ciudad

Según Pascual Madoz, además de estas romerías, el domingo siguiente a la romería de San Froilán, se celebraba el 'Domingo de los Carros', al que concurrían solo los vecinos de la ciudad, con el fin de tener un día de diversión menos multitudinario que en la romería precedente y en el que participaban infinidad de carretas entoldadas con colchas de diferentes colores, así como muchas damas y caballeros montados en briosos caballos ('Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar', 1847). Varias noticias de prensa en diferentes años nos citan el señalado 'Día de los Carros'.

El diario 'El Porvenir de León', en su número 1.348, publicado el día 7 de octubre de 1876, recoge este eco local: “La romería de San Froilán, no estuvo este año todo lo concurrida que acostumbra a causa del temporal de aguas que viene reinando. A pesar del agua, no faltaron excesos de... peleón, que llevaron las consecuencias a Trobajo y a los cafés de la población, a juzgar por las palizas y roturas de cristales, que en ambos sitios tuvieron lugar. El Domingo de los Carros, si el tiempo lo permite, promete la romería hallarse más concurrida”.

Otro periódico local, 'El Diario de León', en su número 35, publicado el 12 de octubre de 1886, recoge esta noticia: “El domingo último, denominado en esta población de los carros, asistió mucha gente de nuestro pueblo al Santuario de la Virgen del Camino, como despedida a la tradicional romería de San Froilán. Hubo muchas meriendas, reinando bastante orden entre todas las personas que asistieron, gozando de las diversiones propias de tales días. La tarde estuvo desapacible”.

Igualmente, el 'Heraldo de Zamora', en su número 540, publicado el 12 de octubre de 1898, recoge esta noticia regional: “Con un día espléndido se celebró ayer la tradicional romería del Domingo de los Carros, acudiendo al inmediato pueblo de Trobajo del Camino multitud de personas de ambos sexos, que en hermosa pradera de dicho pueblo dieron fin a suculentas meriendas, bailando y divirtiéndose el elemento joven hasta el anochecer”.

Nuevamente el diario 'El Porvenir de León', en su número 3.931, publicado el día 9 de octubre de 1901, recoge esta nota municipal: “Animadísimo se vio el Santuario de la Virgen del Camino, tanto el día de San Froilán como el siguiente, llamado Domingo de los Carros. El primer día el frio fue tan intenso como fuera en el mes de enero, pero esto no fue obstáculo para que los aficionados a esta clase de funciones acudieran en gran número. La gente sufrió un desencanto, pues esperaba como en años anteriores, que acudiera a aquel lugar el Regimiento de Burgos con su banda de música, pero no fue así, por eso los bailes no fueron muy allá. Mucho dinero se recolectó en estos días y no estaría de más que por decoro de aquel sitio y para comodidad y atractivo de los concurrentes, se destinara algún dinero a hermosear el pueblecillo”.

La fiesta de San Miguel y el 'Día de los Carros' desaparecieron. En cambio, la fiesta de San Froilán, el 5 de octubre, solaz de los leoneses, se mantuvo animada y concurrida: la víspera del día de la romería de San Froilán se iniciaba en todas las casas una revolución que consistía en preparar cazuelas, cestas, carros y, sobre todo... la bota, siendo hasta hace poco los vehículos de esta ciudad insuficientes para trasladar la gente al santuario, hasta el extremo que muchas personas tenían que hacer el viaje “á pédibus” (sic), formando un cordón de romeros que llenaban la carretera de Trobajo, y que desde la alborada hasta el ocaso formaban interminables filas para besar el manto de la Virgen del Camino. Desde primeras horas de la mañana el movimiento de gente era enorme en toda clase de vehículos y carruajes, a caballo y a pie, y si alguna persona se quedaba en León, era porque estaba imposibilitada. Día de bulla y algarabía, en la que tal era la aglomeración de gente que los que allí transportaban sus géneros e industria hacían el agosto, pues todo lo vendían. Días en los que la gente buscaba esparcimiento y diversión y cubría el árido terreno de blancos manteles y de variados manjares que satisfacían el apetito de los romeros. No faltaban tampoco algunas bofetadas que se encontraban los que las buscaban, ni las broncas, ya que eran muchos los romeros que no iban a comprar chorizos, morcillas, avellanas o los perdones, sino la correspondiente 'merluza'.

La recuperación de los carros y pendones

El día de los carros fue recuperado de nuevo en tiempos del alcalde José Eguiagaray al celebrarse un concurso de carretas engalanadas para fomentar la romería leonesa en el año 1929, concurso atractivo y colorido que fue acompañado de bailes regionales interpretados por los ocupantes de los carros del concurso ataviados con los atuendos de nuestra provincia. La experiencia, única, no se repitió hasta 1946, manteniéndose hasta 1956, último año del concurso, consecuencia del número escaso de participantes, a pesar de que para estímulo de los mismos se distribuían varios premios en metálico.

En 1974, recordaba el que fuera cronista oficial de la ciudad de León, Luis Pastrana, los carros engalanados y las parejas aldeanas ataviadas con los trajes típicos de cada lugar y coros diversos se vieron nuevamente en el término de León, pero con una particularidad: “recorrerían las calles de la propia ciudad convirtiéndose en un espectáculo urbano de las fiestas de San Froilán bajo la modalidad de concurso. Los festejos dedicados a San Froilán, empezaron entonces a tener contenido, ya que en la plaza se continuaba con una fiesta popular y degustación de morcilla y chorizo”. A partir de 1979, Cantaderas y carretas engalanadas concurrieron el mismo día, “el domingo anterior a San Froilán, salvo excepciones puntuales”, incorporándose el desfile de los pendones de los pueblos leoneses a partir de 1991 ('Políticas ceremonias de León. Siglo XXI. Una historia íntima de la ciudad y sus tradiciones', 2002).

Las «anovenarias», en penitente adoración, rezando el Viacrucis (cerca de 1900), eran la otra estampa, no de los romeros, sino de las gentes que iban a tener novenas a Santa María del Camino, fieles ancianas que acudían en gran aglomeración.

Eran días de algarada, en la que tal era la afluencia de gente que los que allí transportaban sus géneros todo lo vendían [ca. 1900].

La Dolorosa del Camino, símbolo de León, con la corona (52 brillantes, 724 rosas, 32 perlas, 56 rubíes, 7 topacios, 502 zafiros, todo engarzado con platino y engastado en 1.731 gramos de oro fino) que salió de las manos del orfebre asturiano Félix Granda, y que el 19 de octubre de 1930, las manos del Cardenal Arzobispo de Toledo, doctor don Pedro Segura y Sáenz, ayudado por el infante don Jaime, hijo de Alfonso XIII, ceñían a la cabeza de la imagen, en la explanada del Real Santuario, ante más de 75.000 leoneses [1930].