Llegué el primer día de clase atípicamente temprano y me senté en la esquina de la gran mesa en el centro de el aula. Estaba eligiendo entre dos clases de literatura española en la misma hora, y este fue la primera. No fue mi plan quedarme la clase entera. Uno a uno llegaron los otros estudiantes, y por fin el profesor, quien se sentó entre los estudiantes con una sonrisa acogedora.
Empezó a explicar los detalles de la asignatura, de la manera normal en que empieza cada primera clase, con variaciones escasas. Pero una cosa captó mi atención: después de echar un breve vistazo sobre el aula, él notó que la clase estaba compuesta de una mayoría de mujeres, y nos explicó que en estas situaciones prefiere referirse al grupo en el femenino, usando todas en lugar de todos, etcétera.
Cuando terminó, me inscribí en la clase inmediatamente, sin visitar a la otra. Por supuesto me gustaba el contenido, pero una parte considerable de mi decisión fue influida por esta alteración sencilla de gramática, que al fin y al cabo me hizo sentir incluida, reconocida.
La idea del masculino como el género “neutral”, necesariamente caracteriza la mujer como la “otra,” un ser auxiliar al hombre quien realmente representa la humanidad. En el pasado, tenía profesores que notaban la parcialidad del masculino como universal, pero la mayoría lo descartaron, diciendo “lo siento, pero así es el español.” Siempre he sido consciente de sexismo inherente en el lenguaje, igual que en inglés, mi lengua nativa, como en español, y para mi la excusa de “es así” no era suficiente.
Por eso, me intrigaba enterarme del debate nacional actual en España sobre la proposición de cambiar el lenguaje en la Constitución para reflejar mejor la igualdad de género.
La controversia actual empezó a mediados de julio cuando Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno y ministra de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad, encargó a la Real Academia Española (RAE) un estudio para cambiar el lenguaje de la Carta Magna para reflejar un sentimiento más “inclusivo,” “correcto”, y “verdadero de una democracia que transita a la igualdad,” a través de añadir palabras en plural femenino. (El Confidencial).
Calvo insistió que “El masculino universal no engloba al femenino, hay que ir cambiando cosas” y “Si no hay asesoramiento de la RAE, evidentemente continuaré con el proceso. Es 'el momento' de que la Constitución española tenga un lenguaje respetuoso a ambos géneros.” (Cambio 16).
La RAE no estaba receptiva a la proposición. El director de la RAE, Darío Villanueva, discrepa de la idea de duplicar los términos para incluir mujeres - es decir cambiar “ministros” a “ministros y ministras” - por miedo de perder “la esencia de la economía” del lenguaje. Otros oponentes insisten en que el Gobierno nuevo tiene problemas más importantes que solucionar, y que este debate es solo una manera de distraer de estos asuntos urgentes. (Cambio 16).
Otro argumento contra los cambios propuestos a la Carta Magna lo presentó Villanueva en una entrevista con El País, cuando afirmó que el problema es “confundir la gramática con el machismo.” (Cambio 16). Este mismo sentido ha sido repetido por muchos otros, incluso Emilio del Río, doctor en Filología y portavoz de la comisión de Cultura del Partido Popular, quien sostenía que, aunque la igualdad de género es importante, “en ningún caso es necesario modificar el lenguaje.” (Carmen Posadas)
Como extranjera, creo que no tengo derecho de juzgar qué problema debe ser lo más importante para el Gobierno español, o de qué manera la gente elige hablar su propio idioma. Y por supuesto cambiar el lenguaje no es la solución universal para el sexismo. Sin embargo, discrepo de esta afirmación de que la gramática no puede ser machista, de que el sexismo lingüístico no existe o no puede ser cambiado.
La lengua no es algo fijo, inherente, que existe por derecho propio, sino algo vivo, construido, y completamente inextricable de la cultura, la historia, y la manera en que percibimos el mundo. La cultura forma parte de la lengua y viceversa, de una manera en la que realmente no se puede extraer una como causa y otra como consecuencia.
Los que tienen el poder de moldear la lengua son lo mismos que tiene el poder de moldear la cultura, y en el pasado estos seres habían sido casi solo hombres. La historia machista se ve reflejada necesariamente en el lenguaje que ha sido formado por esta misma cultura a lo largo de los siglos.
No se puede decir que un idioma en sí mismo es sexista, porque el poder de los idiomas radica en cómo se usan. De todos modos, está claro que las lenguas pueden tener palabras, frases, y aún construcciones gramaticales sexistas. Decir que la gramática no puede ser sexista es ignorar la conexión fuerte entre la sociedad y el lenguaje.
El uso del masculino como universal no existe como una verdad intocable fuera de la influencia de la cultura, sino que una regla gramatical construida y diagnóstica de prejuicios inculcados contra las mujeres. No es solo una coincidencia que el género “universal” es el masculino y no el femenino.
Viene de un tiempo en el que los espacios públicos y la mayoría de las profesiones fueron dominados por hombres, y de una tradición larguísima de pensar en las mujeres como una malformación de los hombres (aún hoy en día, una de las definiciones oficiales de “feminidad” es “Estado anormal del varón en que aparecen uno o varios caracteres sexuales femeninos”). (Diccionario de la lengua española)
El uso del masculino universal como la única manera correcta de dirigir a un grupo de personas, especialmente en espacios profesionales como el Gobierno o documentos oficiales como la Constitución, es aún otro recordatorio para las mujeres de su papel como “la otra.”
Las lenguas son herramientas, seres vivos capaces de evolucionar para servir las necesidades del mundo actual. No se puede decir que es imposible cambiar la lengua simplemente porque ha existido de una manera durante mucho tiempo. Es solo natural que las lenguas evolucionan, como se puede ver en las diferencias de sintaxis entre la literatura de hoy y la de siglos pasados, la cual a veces puede leer casi como otra lengua. Con la ayuda del internet y con un mundo internacional más conectado, esta evolución es cada vez más fácil.
El lenguaje es algo muy poderoso, especialmente en relación a la identidad: tiene el poder de hacer a una persona sentirse visible o completamente invisible. Sí, sería imposible erradicar el masculino universal completamente, pero tampoco es necesario. Solo hay que reflexionar más en la manera de que hablamos, de ajustar nuestro lenguaje para ser más inclusiva, o al menos respetar cuando otras personas usan este tipo de lenguaje aún si no es estrictamente “correcto”.
Como experimenté en esa clase de literatura, estos cambios pequeños pueden tener un efecto muy fuerte. Este gesto pequeño de reconocimiento por el parte de mi profesor fue a la misma vez una rebelión liberadora contra estas reglas que siempre me han molestado, y una rememoración de que el lenguaje es algo fluido que puede ajustarse a nuestras necesidades.
El asunto del uso del género en el lenguaje es algo internacional hoy en día, debido en parte a que cada vez existen más personas que no se identifican con ningún género. Hay movimientos globales para ajustar el lenguaje e incluir a estos individuos y reflejar los cambios en la manera de que se percibe el concepto de género.
Estos movimientos son quizás lentos, empujados por las decisiones cotidianas de individuos y comunidades minoritarias. Sin embargo, prueban que tenemos la autonomía de elegir cómo hablamos, cambiando la lengua para adaptarla al mundo actual en lugar de someternos a reglas anticuadas por conveniencia.
Aún si el lenguaje de la Carta Magna no es el problema más apremiante en España hoy en día y no es la solución completa para erradicar el sexismo, cambiarlo sería un etapa hacia la igualdad, porque al fín la gramática sí puede ser machista.