TRIBUNA DE OPINIÓN La quinta dimensión

Filomena y los hilos de lo invisible

Días atrás estuve en la parroquia de Torbeo, ese rincón de la Galicia profunda en el que la energía se retroalimenta en la lumbre del tiempo y la rueca de as fiandeiras gira aún en la memoria popular. Había visitado ya ese sugestivo sitio en varias ocasiones, exactamente en aquellos años en los que buscaba información acerca de la célebre y no menos misteriosa Filomena Arias Armesto, la sabia (para algunos 'bruja') que allí vivió y que, por oscuras razones nacidas de la intolerancia, fue condenada al destierro para morir en Vilachá, aldea perteneciente al municipio de A Pobra do Brollón. En cuanto al dato del lugar de su muerte, es necesario aclarar que el mismo ha tenido más de una versión; por ejemplo, hay quien dice que murió en el camino hacia Rairos, parroquia vecina en cuyo cementerio fue enterrada. Tampoco hay señas de la fosa común que le dio sepultura, ni siquiera un cartel con su nombre.

En fin, no tenía entre mis planes regresar a aquel lugar, al menos no por el momento. Sin embargo, por más que intentamos orientar premeditadamente nuestro futuro con cálculos y suposiciones, la vida siempre nos sorprende con propuestas inesperadas como la de ser invitada, el pasado 18 de octubre, a participar en la primera jornada de homenaje a Filomena

Desafiando el silencio nocturno, iluminada por los faros del coche, la estrecha carretera que conduce al poblado tenía la apariencia de un sendero demencial por el que merodean las ánimas o un escenario de fábula sacado de un cuento de los hermanos Grimm. Pinos, castaños y robles centenarios creaban una imagen alucinatoria que en breve quedaría estampada en mi subconsciente. Solo faltaban el aullido de un lobo y algún ser mitológico portador de antiguos conjuros para animar mi más reciente encuentro con las inmortales meigas gallegas –versión doméstica de las Moiras griegas– que tejen los hilos de lo invisible en un medio rural que muere pisoteado por la mastodóntica bota de la indiferencia.

Leyenda popular

Y bien, cuenta la leyenda popular que Filomena se encontraba en el fiadoiro de la aldea junto a otras mujeres cuando fue a por agua a la fuente y que, al regresar, llegó poseída por un número impreciso de demonios caninos. Que si a partir de entonces la mujer convulsionaba y ladraba como un perro para caer en trance y predecir el futuro, que si de repente hablaba en perfecto castellano cuando solo conocía la lengua local, que si su fuerza física se multiplicaba para impedir que la llevaran al interior de la iglesia… Estaba endemoniada, fue esa la conclusión. Y entonces fue sometida a la estrambótica faena del exorcismo, hecho que se consumó según referencias de antiguos parroquianos que la conocieron. 

Pero como los ciclos históricos por los que atraviesa la humanidad traen consigo inevitables coincidencias, en esta historia –fabulada por falta de datos precisos– de la 'bruja de Torbeo', no sé por qué me parece estar viendo una de las tantas versiones del viejo Sócrates bebiendo la cicuta. Y es que la incapacidad de aceptar la realidad que existe más allá de nuestras narices fue antaño y continúa siendo hoy la mayor dificultad que impide al ser humano ser libre. ¿Nos educan acaso para percibir los hilos de lo invisible, lo esencial viviente en el subterráneo de la apariencia? Bonita pregunta con una mucho más bonita respuesta que tanto cuesta dar, pues darla supondría poner en tela de juicio nuestra educación y nuestra adicción a lo superfluo. ¿Os habéis preguntado si los libros que a tan alto precio pagan los padres para que sus hijos ‘se cultiven’ son suficientes para enseñarles a comunicar conscientemente con la naturaleza y con nuestros semejantes? ¿A qué fin se nos educa? ¿Nos enseñan a amar o solo a sacar cuentas y a ser excelentes en el escalafón socioesperpéntico en el que vivimos?

Posiblemente, condenar a muerte al sabio Sócrates y desterrar a la curandera Filomena no haya sido bastante para salvar a la humanidad de estar cavando su propia tumba. Los moradores del planeta Tierra estamos destruyendo impunemente la casa que habitamos. Dana, Madre Tierra a la que cantaron las meigas, ¡Disculpa a nosotros tus hijos que, olvidándonos del bosque, vivimos (¡Tan felices!) de tener un chat de inteligencia artificial que nos despierta dándonos los buenos días y organizándonos tiernamente la jornada!