Opinando sobre según qué temas se corre el mismo riesgo que avanzando por un campo minado, es decir, se puede salir mal parado cuando uno se aventura por terrenos conflictivos. De cualquier modo no sería ético dedicarse tan sólo a hacer notas de sociedad donde no es necesario arriesgar nada. Mejor hacer pública la opinión aunque pueda volar la escasa reputación que uno pueda tener, si es que alguna tuviera.
Antes de nada tengo que declarar mis escasas nociones al respecto de emigración y emigrantes, pero tal vez desmenuzando las informaciones que nos hacen llegar los diversos medios de comunicación, se pudiera arrojar alguna luz sobre el asunto. La imagen más impactante es la de subsaharianos hacinados en Canarias arropados por mantas térmicas. Antes se decía directamente negros y por tal motivo, africanos, pero la pedantería no conoce límites y ahora esta terminología está muy mal vista
La idea que las pantallas nos transmiten tiene tres puntos importantes bajo mi humilde criterio: uno es que se trata de jóvenes de color, hombres mayoritariamente, que aparecen apiñados, a veces muertos de frío tras una navegación aterradora. La segunda es el recibimiento humanitario que dispensan algunas entidades como la Cruz Roja, ofreciendo mantas y algo caliente a unos hombres en cuyos rostros cetrinos y asustados se dibuja el miedo a un incierto futuro. La tercera es el guirigay que los políticos sostienen entre sí, y que no deja de ser otra de sus representaciones teatrales para ver cómo se controla esta entrada masiva, como se devuelven a origen o cómo se digiere el insoportable número de muertes que dejan estas dramáticas y arriesgadas travesías.
A la izquierda, los políticos se muestran falsamente compadecidos de este azote de la humanidad. Nos recuerdan que muchos de ellos provienen de países en guerra y rara vez mencionan que también llegan a nuestras costas emigrantes llegados de países de Oriente Próximo, Oriente Medio o el Magreb –los emigrantes hispanos apenas si se mencionan– y sin embargo suponen otra realidad latente. Tampoco falta el rasgado de vestiduras en público sobre la inaceptable explotación de la que son objeto esta nueva casta de parias llegadas de lugares pobres a sitios que al menos se tienen por opulentos. Sea como fuere no por ello dejan de establecer sistemas de repatriación. Es decir se gasta hipocresía a raudales.
A la derecha, parece haber menos compasión, sin embargo el resultado es similar. Occidente ha llegado a encumbrar socialdemócratas por un lado y cristianodemócratas por otro, es decir la diferencia es tan tenue como la línea que separa el sol de la sombra. Con mayor radicalidad, los representantes de la diestra opción impiden a veces el desembarco de personas recogidas en alta mar que han visto con horror como las aguas se han tragado a muchos de sus acompañantes, o bien aligeran la cartera para ubicar a esa riada de gente que busca una vida mejor, en países de economías más débiles.
Los gobiernos no encuentran la solución
Alejando y no viendo esta marabunta de desheredados el problema parece menor, y eso si acaso no se les imputa los más dispares delitos para causar xenofobia entre la ciudadanía. Sea como fuere, los gobiernos de distintos signos no aciertan a encontrar la solución. Sin embargo no deberían perderse de vista algunos matices que hacen de la emigración un asunto muy peliagudo de muy difícil solución. Y aquí mencionaremos algunos. Cuando el hombre surgió en el centro de África emigró hasta colonizar los cinco continentes o, dicho de otro modo, todos sin exclusión somos hijos de emigrantes y en el caso de España, generadores de emigrantes hasta fechas no muy lejanas, e incluso presentes, aunque, eso sí, hoy con mejor bagaje cultural.
Otro de los factores a tener en cuenta, sobre todo al hablar de África, es que cinco o seis potencias europeas se repartieron el continente negro hasta bien entrado el siglo XX, causando en él verdaderos estragos para beneficiarse de sus fabulosos recursos materiales y humanos. Destacan por su crueldad las atrocidades del muy católico y honorable rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo Belga, país que era propiedad privativa del monarca y que ocasionaron la muerte de más de diez millones de almas, amén de los esclavos mutilados con las manos cortadas por no recoger suficiente cantidad de caucho. El colonialismo alemán en Namibia también acarreó un genocidio, finalmente reconocido por Alemania en 2015. Del mismo modo Italia hizo sus pinitos coloniales y ejerció la brutalidad sobre Libia, Somalia o Abisinia.
Españoles, portugueses o ingleses practicaron el esclavismo con destino a sus colonias americanas. Los holandeses al sur y los franceses en el norte y centro de África, explotaron hasta la saciedad ese continente en beneficio de sus intereses en Europa. Incluso hoy, la extracción de diamantes y minerales como el coltán hacen que se siga explotando el África negra y sean objeto de deseo para potencias como Rusia, con intereses geoestratégicos o potencias emergentes como China. En España, según se dice, la mayor parte de emigrantes llegados proceden de Mali, estado donde crece la presencia rusa, país que podría utilizar la emigración como arma política y acabar saturando las costas españolas de desplazados.
Como puede comprobarse estas avalanchas tienen muy mal pronóstico, por otro lado tampoco sería de recibo que los países más próximos cargaran con toda la afluencia migratoria, que mayoritariamente pretende alcanzar los países más florecientes de Centroeuropa. Por si fuera poco España o Italia no pueden absorber un número ingente de desplazados que podrían acabar desbordando cualquier previsión y desestabilizando ambos países, por muy buenas intenciones que pudieran tener. Sencillamente no podemos albergar cantidades astronómicas de africanos que huyen del hambre o de la guerra.
No tengo ninguna receta mágica como tampoco parecen tenerla al sur de Europa ni en la Unión Europea, que tampoco es ajena al fenómeno, al igual que sucede con la frontera de EE.UU. y México con el rosario de hispanos que escapan de la miseria. Sólo se me ocurre una propuesta, consciente de que ha de tener infinidad de flecos sueltos. Consistiría en prestar ayuda y resarcir al continente africano, pacificar países convulsos y promover el desarrollo económico de los mismos hasta que fijen su población. De no hacerlo, el pasado expolio de recursos pasará onerosa factura a toda Europa, aventajada candidata a enfrentarse con un problema mucho más serio del que ya tiene. Y lo paradójico del asunto es que todo el mundo reconoce que necesitamos a los emigrantes.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata