Alguien me preguntó el otro día sobre los fallos estructurales del capitalismo, y este fue el primero que me vino a la mente, aunque hay bastantes más. Se trata de la información privilegiada, pero no sólo a nivel de grandes finanzas, donde saber diez minutos antes que los demás qué acción va a subir o bajar puede suponer forrarse hasta las cachas para tres generaciones, y mirar a los demás con amable condescendencia, porque tú te lo mereciste y ellos no se esforzaron.
Pero vamos allá: el capitalismo se basa en la idea de la información perfecta. Todo el mundo conoce los precios de los productos, sus características, y actúa en consecuencia, tratando de maximizar su utilidad, o lo que es lo mismo, de obtener el máximo rendimiento posible de su dinero. Hasta ahí, todo claro, me parece.
Lo que ocurre en realidad es que la capacidad económica o política se utiliza para sesgar esta información, de modo que el cliente no pueda discernir las verdaderas cualidades del producto, ni conocer realmente el precio que paga por él. Para eso están los agentes del mercado y muy especialmente el márketing.
El ejemplo clásico es el coche de segunda mano. El vendedor sabe los kilómetros reales que tiene, las averías que ha sufrido el coche y su estado en general. El comprador, en cambio, sólo ve su aspecto. En estas condiciones, cualquier precio que pida el vendedor estará por encima de su valor real, y encima el comprador corre el riesgo de comprar MUY por encima del valor de mercado del producto, si conociese todas sus características reales.
Imaginaos que en un concesionario de coches de segunda mano hay coches de tres mil, de cinco mil y de nueve mil euros. Entre los coche de tres mil puede haber alguno que valga tres mil y alguno que no llegue ni de lejos a esa cifra; entre los coches de cinco mil, puede haber también alguno de tres mil que se puso en el grupo superior “por si cuela”, y en el grupo de nueve mil, puede haber coches de los grupos anteriores, además de los de mejor calidad.
Esta estrategia es bastante habitual en algunos sectores, de modo que se mezclan productos de ínfima calidad a un altísimo precio con los más caros y de mejor reputación. El resultado es que los mejores se venden caros y dan un beneficio normal, y los peores se venden caros y dan un beneficio descomunal.
Lo mismo sucede con los productos de gran precio. Entre las opciones caras es perfectamente posible colocar un absoluto fiasco, para maximizar el beneficio, confiando en que siempre queda algún tonto que cree que existe una relación inquebrantable entre calidad y precio.
Hay varios modos de racionar la información, o de cortarla, y dependiendo del sistema empleado afecta más o menos a la eficiencia de los mercados. ¿Ejemplos? La intoxicación informativa, la ocultación, y la destrucción cultural de las masas. La más eficiente es la última, pues el ignorante que se cree con derecho a opinar realimenta la ignorancia, imponiéndola a los demás a través de la democracia. Para quien esté interesado en el tema, recomiendo La Rebelión de las Masas, de Ortega y Gasset.
Por eso mismo decía Ortega: “El sistema actual puede permitirse un sistema educativo mejor, pero un sistema educativo mejor sería perjudicial para el sistema actual”
¿Hace falta decir más?
Ahora aplicamos todo esto al mercado electoral y ya nos echamos unas risas.