Lo público tiene un problema, y no viene de la vieja razón de que quien dispara con la pólvora del Rey no se duele de gastos ni derroches. Yo fui siempre partidario de lo público hasta encontrarme con un par de personas que me convencieron de algo difícil de negar: que lo público no lo gestionamos todos, sino que lo gestionan los políticos y los funcionarios.
Y mira, hombre... también a mí me joroba que lo privado me trate de sacar la sangre, los hígados y los ojos (a veces cambia el orden), pero deslomarme para dejarlo todo en manos de los tipos esos de la cita previa, los que no te atienden con la oficina vacía, o de los políticos, pues me da menos miedo, pero más rabia. O al revés. Tendría que pensarlo.
¿Que podríamos hacer para que lo público no quedase en manos de políticos y oficinistas con cita previa? ¿Qué podríamos hacer para que hubiese gestión en vez de enchufismo, desidia y mangoneo? Lo primero, supongo, pedagogía de lo público, porque en la cabeza de los españoles, lo privado es el panadero, y lo público, la ventanilla de la DGT. No hay oposiciones para hacer pan. Para decirte que no te atienden, porque eso ahora se hace online, para eso sí las hay, y resulta que nada es neutral, y menos en la mente o en el ánimo de la gente. Y así es como el desprestigio se pasa de unas facetas a otras, hasta llegar, por ejemplo, a eso tan cacareado y tan raro de encontrar como la vivienda pública.
Porque para unos la vivienda pública es franquista y para otros un coladero donde en cuatro días nadie pagaría el alquiler, a fuerza de considerarse vulnerables, dolidos, resentidos o víctimas de algo. Y no, claro que la vivienda pública no es franquista. Pero el caso es que nadie quiere volver al INV, tampoco por el lado de construir en abundancia y a buen precio. Hay quien dice incluso que el escudo del INV, ese del yugo y las flechas con la casita, se retira de las fachadas no por la memoria histórica y la ofensa que esos símbolos causan a las sensibilidades demócratas, sino para que la gente no se acuerde de todo lo que se podía hacer, porque se hizo, y hoy no se está haciendo.
Porque así son las cosas: sacan leyes, nos cuentan milongas, mierdas y fábulas, pero nadie vuelve a aquellas promociones, basadas en la sencilla idea de que aumentando la oferta de vivienda pública, bajaría el precio. Ahora las soluciones pasan, parece, por regular, obligar y prohibir. Pero construir, que construya su puñetera madre...
Así nos va.