Recibir un mensaje puede resultar útil, práctico, divertido, emocionante o indiferente para el receptor de dicho mensaje, pero también puede ser el origen de todo tipo de molestias, enfados, malentendidos y hasta de hostias a puño cerrado. Nos ocuparemos, naturalmente, del segundo caso: intrusos, ágrafos, pedigüeños, anónimos, pelmazos, graciosos, principiantes y otros seres que atiborran nuestro dispositivo con sus miserias, nuestro servidor con sus torpezas y nuestro disco duro con sus troyanos –que en realidad deberían ser aqueos–. Tener una aplicación –que no llamaremos Whatsapp– es muy sencillo. Al igual que para conducir un automóvil o poseer una plaza de concejal no se exige ningún conocimiento previo, así que los comportamientos aberrantes que se dan en la sociedad normal –escupir en la calle, dar voces, gustar de los deportes, poner música hasta en los tanatorios...– se reproducen con exactitud en el mundo del mensajito. Nuestros congéneres no se muestran más educados al cambiar de medio: en eso las personas se comportan igual que los anfibios, cuyos hábitos de conducta o belleza física tampoco varían según el biotopo en el que se encuentren. Algunos dirían que en el mundo electrónico la bestialidad de nuestros corresponsales incluso aumenta. YO lo diría. Para que el artículo sea más ligero y desenfadado –ja, ja– vamos a establecer un arbitrario sistema de clasificación de corresponsales ineptos. Si no le suena ninguno es posible que usted pertenezca a uno de ellos –o a todos–. El simpático escribidor o la ley de la carcajada. Por algún motivo que no llego a comprender, personas por otra parte perfectamente razonables que jamás se atreverían a contarme un chiste de Lepe a la cara, me mandan un tiktok que explica los diferentes tipos de pedos o que Cristo era de Murcia. ¿Por qué? ¿Les parece a ellos gracioso? ¿Me parece A MÍ gracioso? ¿Se sienten obligados a enviar semejante material ya que disponen de los medios para ello? Reflexionando sobre el tema he llegado a la conclusión de que es cuestión de tiempo: en el mundo real para encajarle semejante gracieta a un individuo, amén de conocerlo es necesario también haberse emborrachado previamente –con o sin él–, cosa que requiere una inversión en tiempo de varias horas. Mediante el ingenioso recurso de mandar a todos, el panzudo padrino de bodas que todos llevamos dentro se manifiesta con agilidad cibernética en un abrir y cerrar de aplicación. El amigo falso o el pelota enmascarado. Si usted está en un grupo siempre habrá desalmados que le pedirán cosas. Da igual el grupo –mamás del cole, cría de pollos, pilates carcamal, áridos, material pesado...– el mensaje tipo de estas personas empieza por una firme e inmediata alabanza –como eres listísimo y te sobra tiempo…– y rápidamente y sin más preámbulo la descarnada, inesperada y desproporcionada petición –¿podrías dejarme nueve mil euros hasta el lunes?, ¿podrías cambiar a mi abuelo que se ha hecho caca? ¿podrías pasarme el listado de clientes de tu empresa de los últimos quince años? ¿podría alojarme en tu casa hasta que me quiten el tratamiento?–. Estos confiados y confianzudos personajes no desconocen el protocolo seguido en la sociedad normal o calle pero, sencillamente, no le hacen caso. Si cuela, cuela. La importantísima información. Un fulano al que Vd. apenas conoce publica o presenta un relato –o un dibujo, o una poesía, o un narcocorrido... – en uno de los –aparentemente– infinitos lugares que dan pábulo a este tipo de creaciones. Por supuesto se ve obligado a comunicárselo a toda su lista de contactos. También se da en el caso del correo electrónico –sí, todavía existe–. El virus perezoso o la persistencia de la memoria. Bulo y pánico. Un numerosísimo e incauto público que espera con ansiedad participar en la sociedad de la información ampliará con su aflautada voz toda noticia que suene remotamente a informática y/o a buen rollo. El mensaje lo tiene todo: alarma, comentario técnico y solución. La hostia. Van a cortarle los testículos a Winston Napoleón Bustamante en Liberia, hay que pagarle la fianza a Manu Chao, van a desecar el Yang-Tsé para construir una sucursal del Sabadell, tienes un archivo en que se llama erasedisc.exe que contagia la lepra... y lo único que debes hacer en este instante para que ese problema cese es... ¡mandar este mensaje hasta a la puta que te parió! Feno, feno, feno, fenomenal. El telenecio lee, comprende y ejecuta la orden inmediatamente, sintiéndose utilísimo para la salud del universo mundo –del real y del virtual–. Gracias, salao. La necesaria publicidad. Aunque a mí la publicidad me gusta mucho como medio, no he llegado nunca a comprenderla como fin. Quiero decir que el noventa y nueve por ciento de la publicidad a la que tengo acceso –y viceversa– me hace ODIAR el producto y huir o evitar en lo posible su consumo. Me pasó una cosa igual con la religión católica pero eso es otro tema... Supongo que no sucede de esta manera en todos los casos y la publicidad consigue sus propósitos. Aún así debe haber alguien en alguna parte que sepa que mandar mensajes colectivos, no deseados, pesados, torpemente escritos y, a menudo en otro idioma resulta contraproducente. ¿No? Igual no. ¿Se me siente? Es el equivalente al molesto y metálico sssseb, uno, ssseb, uno, dos, tres, probando de los micrófonos. El principiante nos endilga su mensaje en la botella para ver si funciona su conexión, una vez saciada su curiosidad –bravo, Ramón, ya estás en Telegram– nunca volveremos a tener noticias suyas. Nuestro inseparable compañero, el analfabeto. Cualquiera de los anteriores. Podría creerse que con tanto escribir –y leer– la red de redes sería una nueva república de las letras. Je, je. Como ya dijimos antes la inmersión en otro medio del homínido normal no lo mejora ni ennoblece. Así, la prosa de los mensajes no se diferencia en nada de los mugidos que leemos en la prensa u oímos en la televisión. k pasa tron lla ví –vi y ti como no llevan tilde siempre son acentuados, qué cosas– eso pues mandame otravez todolo mando yo a jose.adios Para los que echaban la culpa del embrutecimiento de la juventud a su escaso contacto con la palabra escrita... La sociedad está enferma y me vomita encima. Apartado de majarilis, sociópatas, despistados y otros: insultos gratuitos, promociones dementes, amistades interesadas y desinteresadas, pervertidos en busca de mujeres y mujeres en busca de pervertidos, proposiciones indecentes o, lo que es peor: decentes, currículums no solicitados, teléfonos eróticos, errores, parientes desconocidos... y consultas sobre cómo se puede ganar dinero haciendo el cochino o sin hacer nada en absoluto. Categorías merecedoras de artículo aparte que escribiré cuando me termine la herencia del príncipe nigeriano. Esta sucinta relación de modelos debe, claro, ser ampliada o reducida según los casos pero, generalizando y como frase de fin de columna podemos decir como Scott Fitzgerald: Toda esa gente iba a casa de Gatsby durante el verano.