Ah, las drogas, qué divertido asunto si oviesse buen señor. Ya no sale. La lacra de la necia droga. Lamentablemente en España para hablar del tema solo parecíamos disponer del muy ameno y sensato Antonio Escohotado antes de hacerse facha –y morirse– al que siempre y por desdicha ponían enfrente una señora del Opus a la que tardaba todo el programa en explicarle que la eme con la a hace ma. Hablaré un rato de la –ni necia ni lista– droga y llegaré a conclusiones sorprendentes. Empecemos con un ejemplo práctico que siempre actúa con eficacia como pegamento para el lector desprevenido –que no es su caso de usted– y ahora que llega la Navidad: el alcohol. Cuando el alcohol alcanza el cerebro porque se ha ingerido una cantidad mayor de la que pueden eliminar las enzimas hepáticas activa los receptores de las endorfinas, especialmente los situados en las neuronas del córtex –aquí es cuando la señora del Opus dice ¡en casa no tenemos de eso!–. Las endorfinas liberadas, producto natural del organismo para combatir el dolor, dan lugar a un estado de bienestar libre de toda ansiedad, de un efecto parecido al de la morfina –¡oh!–. Entonces y si se repite la operación un número n de veces se produce una dependencia del alcohol como la del morfinómano a... la morfina, que activa igualmente esos péptidos o pequeñas proteínas. Es curioso, la afición espontánea por las bebidas alcohólicas es atributo de los cerebros muy desarrollados –muy grandes– con gran proporción de córtex o corteza; como el del hombre, el chimpancé y el delfín. Aunque ya el doctor Richter en el año 1957 consiguió, a base de paciencia y una solución de agua con un diez por ciento de alcohol convertir a unas ratas, se supone de contrastada sobriedad, en unas incorregibles borrachas. Pero todo esto –qué raro– es sólo una digresión. Nos hemos pasado la frase clave: que las endorfinas son un producto NATURAL del organismo para combatir el dolor. La pregunta entonces es: ¿por qué demonios hay que estimular a las endorfinas, con alcohol, opiáceos o chistes malos de Leo Harlem para que hagan su trabajo? ¿Por qué las dichosas endorfinas no cumplen con su deber y nos tienen todo el día bailando la conga? ¿Las pagan poco? ¿Eh? Y no es suficientemente malo que las perezosas endorfinas se la pasen durmiendo la siesta, sino que los agentes exógenos que las despabilan son tan perjudiciales como, por ejemplo, el deporte. Sí señores, resulta que a las endorfinas les va la marcha. Literalmente. Hablando de marchadores, el otro día uno de estos simpáticos autómatas declaraba todo serio que él nunca había tomado nada que sirviera para mejorar su rendimiento. ¿¡Cómo se puede ser tan mentiroso!? ¿Cuando se come una manzana o se da un lingotazo de medio litro de agua isotónica lo hace para EMPEORAR su rendimiento? ¡En absoluto! Lo hace para marchar más y más rápido. ¿Y para qué quiere marchar más y más rápido? ¿Para batir un récord? ¿Para proporcionar a nuestra patria otro inmarcesible triunfo atlético? Pues no, lo hace para activar los receptores de endorfinas como está haciendo ahora mismo el egoísta de su marido tomándose tres vermús. Y no solo son las indolentes endorfinas las que se niegan a hacernos la vida más agradable. Tenemos en nuestro organismo toda una negligente farmacia que nos impele a ejecutar un montón de actos extravagantes. ¿Qué persigue cualquier individuo cuando se tira de un puente atado con una goma? ¿Impresionar a su novia o a los amigos? ¿Romperse definitiva y contundentemente la cabeza? Bueno, en algunos casos, así es; pero lo que la mayoría persigue es liberar una dosis de adrenalina, sustancia tan común como el perejil, pero que no está a la venta en los Carrefures. Y ahora es cuando estoy en disposición de trinchar el tema que nos ocupa hoy como si fuera el pollo de… Navidad: ¿ustedes saben lo que es un neurotransmisor? Es igual, yo se lo explico. Pongamos otro ejemplo: por motivos que no vienen al caso a usted le pica algo y se rasca. Qué bien ¿no? La sensación de alivio que usted experimenta al rascarse se comunica mediante un impulso eléctrico a través del sistema nervioso hasta una neurona que no tenga otra cosa que hacer. La neurona se lo pasa muy bien con la sensación de gustito; tan bien que se la pasaría a otra neurona para que disfrutase un rato, mas las neuronas no se tocan unas con otras. Están solas –hay cerebros en los que las neuronas distan varios metros unas de otras, no daré nombres...–. Entonces es cuando aparecen nuestros amigos los neurotransmisores que estaban descansando en unos sacos llamados vesículas y actúan amablemente de correos entre las células cerebrales llevando el impulso eléctrico de una neurona a otra. ¿Qué bobada? ¿No? Todo lo contrario, estas estúpidas sustancias químicas son las que nos llevan a su capricho por el universo mundo. Ya hemos hablado de las seráficas endorfinas, pero hay centenares de neurotransmisores. Uno de los más divertidos es la serotonina. A la serotonina –o más exactamente, a su carencia– se le atribuyen nada más y nada menos que disfunciones obsesivo-compulsivas como el apetito descontrolado, el autismo, la bulimia, las fobias sociales, el síndrome premenstrual, la ansiedad, el pánico, la esquizofrenia y hasta la violencia en general. Luego podríamos hablar de la dopamina y de la norepi-nefrina... Por eso permítanme que cuando hablan de drogas eche una carcajada de tres folios. Los torpes remedos pergeñados por las personas humanas –recordemos solamente algunos medicamentos que tienen como blanco más o menos específico la serotonina: el Elavil, el Zolo-loft, el ahora prohibido Redux para la obesidad, la Fen-fluramina, la Clozapina, que es un potente anti-psicótico... o el célebre Prozac–. Las llamadas drogas, digo, son procedimientos tan burdos y obtienen resultados tan pobres que recuerdan los intentos de un individuo que tratara de arreglar un reloj con una aguja de hacer punto. El día que consigan u obtengan una sustancia que tenga en danza a los benéficos neurotransmisores y mantenga a raya a la mono-amino-oxidasa –su enemigo natural– yo me haré alegremente drogadicto. Lo estoy deseando. Mientras tanto me seguiré machacando las insociables y antipáticas neuronas que me queden con los venenos habituales. A los que no dicen drogas. Juá.