Hace cincuenta y cuatro años y por estas fechas apareció varada en cualquiera de las múltiples playas de la costa de Oregón –EEUU– una enorme ballena muerta. Como rápidamente empezó a oler bastante mal las no muy brillantes autoridades electas de la localidad costera –recuerden que como refleja la sabiduría popular en la segunda parte de la película Tiburón sigue el mismo alcalde– buscaron y hallaron una idea fabulosa y –nunca mejor dicho– fulminante para deshacerse de tan enorme despojo: reventar el corpachón del cetáceo con explosivos. Como era la primera vez que se intentaba no sabían muy bien qué munición poner, cuánta ni dónde. Así que optaron por dinamita, mucha y alrededor. En teoría la detonación desmigajaría el descomunal cadáver en trocitos de tamaño digerible para gaviotas, cangrejos y otros voraces y profilácticos seres de litoral. Resultó, claro, lo que una persona no de Oregón podría prever: el zambombazo destrozó la parte exterior de la osamenta del monstruo que cayó en grandísimas tajadas por encima de la cabeza de espectadores –San Jonás impidió que hubiera heridos o muertos– hasta hendir la cubierta de varios coches del aparcamiento. La cosa está documentada en un involuntariamente hilarante reportaje televisivo que termina diciendo que toda esta maniobra nos ha enseñado de forma minuciosa lo que NO ha de hacerse en estos casos. ¿Moraleja de esta historia? Pues que reventar cosas con dinamita, aunque dan muchas ganas, no es la solución. Pero, ¡ay! la tentación está ahí. ¡Mandemos al ejército en gran número con armas y pertrechos! ¡¡Arreglémoslo a cañonazos!! Tanto da que sea una inundación en torrente, barranco, riera, arroyo o rambla –elocuentes nombres, sinónimos de desagüe, de calles levantinas–, un argayo en la Autopista del Huerna o un atasco en el túnel Chamartín-Atocha. Unos tanques, unos tiros… Es goloso. Apetecen las soluciones súbitas. ¡Una autonomía propia! ¡Una expulsión masiva! ¡Una supresión de impuestos! ¡Un 155! El adjetivo fulminante vuelve a asomar, deseable. De eso se nutren los populistas: este es el problema, ese es el culpable. ¡Volatilicémosle! Cito a menudo a Samuel Johnson y su melancólico cuando un hombre intenta un gran logro de una sola vez es inevitable que no consiga ninguno en absoluto –o algo así, cito de memoria–. Toda la razón, doctor –no le gustaba que le dijeran doctor–. Algo debía saber sobre el tema: redactó él solo el primer diccionario con todos los términos de la lengua inglesa. No se acaba semejante tarea en una mañana. Aunque quizá cogiendo un par de tomos, poniéndolos encima de un muro y disparándoles una bala de cañón bien gorda…