El dicho chino 'Si quieres ser feliz una hora, emborráchate; si quieres ser feliz un día, haz el amor; si quieres ser feliz un año, cásate; y si quieres ser feliz toda la vida, ten un jardín“ se parece al de los azulejos de los bares de aquí ”Soltero y cuarentón, que suerte tienes, ladrón“ en tres cosas: está ampliamente reproducido, nadie conoce a su autor y, sobre todo, miente respecto al concepto de felicidad (y al de matrimonio, pero ese es otro tema). Si tienes un jardín estás peleando nada más y nada menos que contra el concepto de entropía de la Segunda Ley de la Termodinámica. No puedes ganar. La naturaleza desprecia y aborrece la simetría y la inmovilidad. El orden. Los electrones pasan por dos ranuras a la vez. La materia hace cosas rarísimas. A Dalí le parecían muy mal los móviles de Alexander Calder: creía que una escultura tenía la obligación lo primero de estarse quieta. Pues no, señor. Nada va así. Escribo esto después de ver cómo el esplendor en la hierba y la gloria en las flores prefiere un lecho de cemento, silicona y pintura plástica a mi nutritivo sustrato de 11,80 euros la bolsa de setenta litros. Quizá el incomprensible humor y la desconfianza natural del campesino se deba a este inmanente llevar la contraria de plantas y bestias. Quizá también la paz y la armonía de la que hablaban los amorosos chinos reside en la jardinería consistente en rastrillar un trozo chiquitín de arena con una caprichosa rocalla en el medio. Y el sonido de un chorrito de agua. Ya. Así cualquiera. Sin raigones, pedrolos ni avispas. What though the radiance which was once so bright los cojones míos.