Quizá todavía, y pese a los infaustos presagios, no esté aún todo perdido, quizá aún León pueda por fin alzarse y reclamar lo que en justicia le corresponde. No por su historia, no por su pasado, sino por el enérgico brazo de la ciudadanía que cuando quiere sabe cómo hacerse escuchar. Las imágenes de televisión viendo a cientos o miles de leoneses unidos por una causa común, ha resultado electrizante, reconfortante y excelsa.
Acostumbrados a ser sólo pasto de las noticias por bajas temperaturas o porque ha sobrevenido alguna desgracia en esta tierra, la interminable cadena humana en pos de un objetivo común hace que uno se sienta orgulloso de ser leonés. ¡Por fin nos hemos movilizado por algo! ¿Y verdad que no ha sido una experiencia dolorosa? Luchar por un ideal, por unas condiciones de vida digna, por unos servicios aceptables, siempre es motivo de orgullo. Sólo queda felicitar a sus organizadores y animar a los participantes a que su intervención no sea flor de un día, que no se desmovilicen, y que no aflojen hasta conseguir que no les arrebaten sus derechos y el tren siga dibujándose en su paisaje. ¡Ni un paso atrás!
Hoy toda España ha visto como una marea humana recorría las calles de León porque se negaba a perder algo que está integrado en su paisaje y en su paisanaje norteño. Créanme que fuera de nuestra provincia serían muchos los que en su fuero interno se alegrarían y exclamarían “por fin, ya era hora de que dejarais de ser unos peleles” porque nunca nos han visto caminar erguidos, porque nunca nos han visto unidos, porque nunca nos han visto reivindicar con alegría y determinación lo que es de justicia, porque nunca nos han visto alzar la voz y menos aún alzarla contra los poderes establecidos, tratando no de pedir nada sino de evitar que nos quiten lo poco que aún conservamos.
Lejos quedan aquellos tiempos en que los más viejos confiábamos que las aguerridas huestes leonesas entablarían desigual batalla frente a los eternos e históricos rivales defendiendo nuestra historia, nuestro territorio y nuestra idiosincrasia, cuando se sustanció el reparto territorial en comunidades autónomas. Pero lejos de librar un combate a vida o muerte, nuestros bravos guerreros –léase nuestros compromisarios ante las Cortes Españolas– ya se habían rendido antes de salir de casa y toda la tradicional y supuesta bravura leonesa se visualizó dentro y fuera como huevo estrellado contra la pared. Un proyecto que se vaporizó por la gracia de unos pocos. ¡Solemne inicio de las libertades democráticas! Ahora sí parece querer brillar el sol.
Toda esta patética dejación de funciones, de derechos y de intenciones, no pasó desapercibida para el resto de España, donde nuestra valoración pasó a ocupar un puesto entre los parias, entre los pueblos indignos de su pasado, y aún de su futuro por no luchar por él en el momento presente. Y ello agravado por una inexplicable indiferencia del pueblo que se dejaba robar la cartera sin un lamento, sin una queja, sin una lucha que nos hubiera lavado la cara en caso de haber fracasado en el intento. No hubo nada, silencio, ruina y desolación que se ha venido acrecentando como consecuencia inevitable de nuestra creciente irrelevancia en todos los ámbitos.
Por eso, esta demostración de musculo, de cohesión ciudadana, puede representar un revulsivo, y no sólo para evitar que el tren se quedara alejado de su destino tradicional. Que los manifestantes llegaran hasta la Estación de Matallana y que lo hicieran caminando por las vías muertas, es toda una alegoría de lo que está sucediendo en León. Ahora se verá si tenemos lo que hay que tener, es decir si somos algo más que gallinas cacareando, si somos un pueblo como siempre hemos sido y como hemos ido dejando miserablemente de ser. La imagen del tren triunfante llegando de nuevo a su destino por la lucha de un pueblo puede resultar apoteósica. Es el triunfo de la voluntad y eso es exportable a otras muchas parcelas que esperan por un adarme de valentía y pundonor que parecen sepultados.
Desde que nos convertimos, por la gracia de nuestros representantes, en una mera excrecencia de Castilla y León –el oeste de la región, nos han tildado con desdén– prácticamente las demostraciones de que aún seguimos pintando algo en el panorama nacional han sido contadas, las más de las veces protagonizadas por grupúsculos de irredentos o descontentos con el trato que nos dispensan en diversos ámbitos, y a quienes nuestra propia gente ha tildado de trasnochados, ilusos y hasta de... ¡Independentistas! Esta vez, como muy pocas veces antes, se ha hecho oír nuestra voz.
Este acto multitudinario ha evidenciado también las miserias de no pocos políticos locales, como es el caso del Excelentísimo señor alcalde de León, que hasta no hace mucho tiempo quiso embaucar, no sólo a su ciudad sino a todo el noroeste leonés, apoyando un corredor verde en sustitución de la entrada que siempre tuvieron los convoyes de Feve hasta el corazón mismo de León. Una bajeza de la que no se redimirá jamás, por más que ahora, con la fe del converso, se haya apresurado a desdecirse para no contrariar a su clientela y herir los sentimientos de los diversos ayuntamientos por donde presta sus servicios el ferrocarril de vía estrecha, arriesgando con ello su continuidad en el cargo.
Una mancha para aquellos leonesistas que, en sus ensoñaciones ideológicas, defienden a este heraldo socialista frente a la línea oficial de su partido, convencidos de tener en este alcalde un mirlo blanco con quien incluso dicen compartir proyectos, mientras que por otro lado jalean a los que se manifestaban contra las chapuzas ferroviarias que defendía el ínclito edil. ¿Por qué tan ciego seguidismo de un alcalde tan inestable? Sea como fuere, ni la actual corriente ideológica, ni su predecesora en el solio municipal 'legionense' tienen nada que aportar. Si de verdad quieren hacer algo por León, acepten respetuosos el clamor popular y eleven a sus distintas secretarias generales los deseos de todo un pueblo que, aunque sólo sea por esta vez, ha dicho: ¡BASTA!
Sólo un apunte más y es reiterar que este es el camino para llegar al autogobierno, el que puede hacer pervivir a la Feve, el que puede evitar sembrar de aerogeneradores nuestros montes, el que respeten nuestros recursos hídricos, la recuperación de la Vía de la Plata y un interminable etcétera que en León necesitamos tanto como el aire que respiramos. Desde estas humildes líneas, pedimos, imploramos y hasta impetramos que esta manifestación no haya sido un espejismo, que no todo caiga en el olvido al que somos tan dados, que los participantes sigan al pie del cañón y que luchen unidos como nunca hasta conseguir que León se gobierne sin tutelas foráneas. Creo que no es mucho pedir. ¿Manifestantes de ayer, váis a retiraros de nuevo mañana?
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata