De nombre Juventino, y celebra sus cien años en Laciana

Jventino en su casa de Caboalles acompañado por Erundina, una de sus hijas.

Luis Álvarez

El pueblo de Caboalles de Abajo, que desde hace unos años organiza homenajes a los vecinos que alcanzan el siglo de edad, se rindió este sábado a Juventino Lavandeira, un vecino que cumplió los cien años diez días antes, aunque cosas de la zona, la nieve y las condiciones adversas obligaron a posponer la celebración.

El centenario, Juventino, de nombre poco frecuente, lo mismo que su primer apellido Lavandeira, explicó que el nombre se lo asignó su padrino, “que era de Villaseca y tenía una hija que se llamaba Juventina, y a mi me toco Juventino”. Nació en Sosas de Laciana el 18 de enero de 1923. Su vida sencilla está plagada de acontecimientos dignos de ser contados y recordados para enriquecer la memoria colectiva de la sociedad a la que con sus hechos y trabajos ayudó a enriquecer.

Siendo solo un muchacho, con 15 años pidió trabajo en la empresa minera MSP y se lo dieron en el Pozo María de Caboalles de Abajo, lo que le obligaba cada día a recorrer a pie el camino entre Sosas y Caboalles en ambos sentidos, de ida y vuelta. “Cuando llegaba a casa, mi madre me lavaba en la cocina en un balde grande de zinc, porque no había duchas en el trabajo”, rememora.

La mina y la familia

Su padre quiso aliviarle el penoso trayecto a través de la Devesa, por el alto que separa el valle de Sosas y el de Villablino y luego hasta Caboalles, “y me compró una bicicleta de aquellas que pesan una barbaridad”. El problema era que el ciclista era demasiado pequeño de estatura para dar pedal desde el sillín, de modo que “las cuestas abajo y en el llano bien, pero para las cuestas arriba, tenía que pedalear por debajo de la barra”.

Las técnicas ciclistas de antaño, hoy en desuso, exigían dos previas de aprendizaje antes de alcanzar el grado de ciclista. La primera era saber andar “a pedal”, como con los patinetes de ahora sin motor, y una vez superada la primera lección llegaba la del contorsionista. “Por debajo de barra”, cogiendo el manillar con las manos, los pedales uno por el lado natural y el contrario se alcanzaba metiendo la pierna por debajo de la barra de la bici, para poder pedalear.

Como las dificultades seguían para el pequeño Juventino, “mi padre pensó que lo mejor era buscar casa en Caboalles y nos vinimos todos a vivir al pueblo”. Así, se asentaron definitivamente para cumplir los 40 años como trabajador de MSP, salvo un pequeño escarceo de “nueve meses” que se marchó a otra empresa, una escapada provocada por un castigo injusto de un vigilante. Al final MSP compró las minas de la otra empresa y volvió a ser trabajador de la matriz.

En todos esos años de minero pasó por muchas categorías: “Pinche, rampero, caballista, entibador, picador y vigilante”. Las enumera casi de carrerilla, como alumno que se sabe de memoria la lección. Y recuerda que en todo ese tiempo tuvo la suerte de tener un solo accidente, cuando “me rompí un brazo”.

Caminando con lobos

Del tiempo de su escapada laboral cuenta una anécdota muy curiosa. Trabajaba en Paulina, a la salida del pueblo de Caboalles de Arriba, en dirección hacia Asturias. Y una noche al bajar por la carretera hacia casa, al salir de las ultimas casas del pueblo vio como un lobo iba caminado parejo a él por el otro lado de la calzada. Con el candil de carburo de la mina encendido podía ver la tranquilidad del andar del animal. A la altura de Las Chapas recuerda que “me paré para ver si dando mas intensidad a la luz se iba”. Sin embargo, el animal siguió andando hasta que apareció la primera luz del pueblo en Caboalles de Abajo y ya desapareció.

Su vida la compartió durante más de 60 años con Evangelina Pérez, con quien se casó en 1948 para crear una familia. En su casa, a escasos cien metros del Pozo María, la familia fue creciendo. Primero tres hijos, Ángeles, Erundina y Celestino. Luego llegaron los nietos, hasta siete, y los últimos los biznietos, seis.

Un grupo familiar que tiene motivos sobrados para sentir orgullo y satisfacción, no solo porque el patriarca alcance los cien años. También, y quizá más importante, por poder compartir con él sus experiencias de vida, su sabiduría acumulada y su saber contar las cosas sin alardes, ni pretensiones, como quien comenta lo que ha comido ayer y sin una sola queja o lamento por la ceguera que le aqueja en esta última fase de la vida.

Junta Vecinal, parroquia de Santa María y vecinos del pueblo en general acompañaron al homenajeado en la celebración de la misa y en el posterior vino español y entrega del bastón de mando del pueblo a Juventino, como símbolo de la dignidad alcanzada para ser el máximo dirigente de la pedanía en ese día. Finalizaron con una comida ofrecida por la Junta Vecinal, acompañado por sus familiares más directos.

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