León. Paisaje sin figuras

Claro García / AstorgaRedacción

Tal vez, dentro de muy poco, León terminará por ser un mundo primitivo con forma de provincia; una tierra prehistórica, deshabitada y hermosa, borrada por las lluvias del Verano, batida por la nieve de Septiembre y devorada desde dentro por el atroz desierto que expulsó a sus habitantes. Dice el INE que en quince años se habrán ido sesenta mil leoneses. Sesenta mil hombres y mujeres. Sesenta mil formas de entender el mundo, sesenta mil nombres propios, sesenta mil historias, sesenta mil experiencias. Sesenta mil maneras de definir y de dar sentido a una tierra que sin ellos será una simple postal. Sesenta mil posibilidades perdidas.

Me niego a convertirme en un paisaje, una nada, una zona de sombra. No quiero ser ese León que, con el tiempo, dicen que seremos. Me resisto a olvidar lo que hemos sido y a que en cualquier dominical resuman mi tierra como un trayecto familiar de fin de semana, rural y adormecido, y me niego también a ser la tierra sola, sin nadie que habite el inmenso vacío de los mapas tristes. Rechazo ser el centro del abandono, los no habitantes por metro cuadrado, la pesadumbre que producen las casas derruidas y las carreteras que ya no llevan a ningún sitio. No se puede consentir que se hable de nosotros en pasado ni que se nos asocie con provincias muertas, desérticas; eriales fugaces entrevistos desde la Autopista, áreas de descanso donde no para nadie, estaciones donde los trenes ya no se detienen. No hay que aceptar un destino de vía muerta, comercios cerrados, bares vacíos y escuelas sin niños. No me apetece ser un simple lugar de paso en el que el silencio rebota como un tambor difunto por calles en las que ya no hay nadie. No quiero ser la metáfora interior de un país que también se desangra hacia fuera.

León no puede permitirse esa sangría. Nada ni nadie puede permitírsela. Mi León está formado por nombres propios. Nombres y apellidos que habitan los ríos, los montes, las praderas y las montañas. Mi León tiene cuerpo y alma, direcciones y números de teléfono. Pero mi León tiene, sobre todo, rostros. Y si uno solo de esos rostros desaparece se seca un trozo de vida, una conversación acaba, un recuerdo se borra, una historia muere y una puerta se cierra. Todo León es menos León cuando alguien se va.

León es gigante en sueños y en recursos. Es hora de resurgir, de borrar las sombras de un manotazo, despejar silencios, complejos y fantasmas, y edificarnos sobre lo que al fin y al cabo nos define: arte, historia, cultura, comercio, deseos, tecnología y trabajo. Posibilidades.

León son personas. Ellos son nuestro mejor recurso, nuestro verdadero paisaje. Creo en un León poblado de historias, sentimientos, casas habitadas, escuelas ruidosas y carreteras transitadas. León con futuro. León sesenta mil veces más León. León para quedarse. León habitado. León vivo.