Ahora, aventureros. Oportunistas, victimistas, independentistas, cantonalistas... son solo algunos de los atributos que nos han venido regalando a quienes abogamos por la Autonomía de la Región Leonesa; exabruptos que, bien desde las filas populares, ya de las socialistas, son emitidos por unos y otros en función de la coyuntura partidaria que mejor convenga. Dado que siempre provienen de la ocurrencia banal, no suelen sobrevivir a la brega discursiva, siendo la apelación al 'espejo retrovisor' una de las de mayor brevedad en la lidia del discurso vacuo al que nos tienen acostumbrados los dirigentes políticos de la “Comunidad Autónoma de Éxito” (CAE), brazalete este último que ahora parecen recoger corredores de otras pistas, vías de servicio a ninguna parte, como aquella de “no es el momento”.
Ante el aluvión de argumentos que ponía en evidencia su esperpéntica consigna, los promotores de la CAE entraron en modo búsqueda de nuevos clichés, eslóganes y toda clase de vituperios descalificadores de la legítima y necesaria propuesta de autogobierno para el pueblo leonés.
Y ahora nos regalan un calificativo de alto riesgo: aventureros. Ciertamente, el presidente Mañueco y su corte carecen de la chispa que se requiere para prender la ingeniosa llama del oprobio; les falta ese don que, singularmente, exige la demolición controlada, vía afrenta, de aquellas iniciativas que tanto los inquietan, como es el caso de ese error que representa la futura Comunidad Autónoma Leonesa.
La ofensiva ocurrencia de Mañueco
Pero es aquí donde ahora estamos: abocados al error motivados por esa vana aventura. Como uno no suele embarcarse en debates a los que no pueda asistir pertrechado de buenas razones, le cuesta entender cómo un presidente de gobierno autonómico se deja llevar por el empleo de una ocurrencia tan ofensiva, cual es pretender identificar el autonomismo leonés con cosas de locos aventureros y estúpidos abocados al error. Claro que, a lo mejor, resulta que Mañueco dispone de rigurosos y concluyentes estudios sociológicos que vendrían a demostrar que, de entre los quince pueblos históricos de España, solo se da la estupidez colectiva en el caso del leonés, y hasta es posible que en el sanedrín de asesores de la Presidencia de la Junta alguien haya logrado probar que la mayor incidencia de estupidez individual por núcleo de despoblación activa se dé precisamente entre aquellos que además de tener la desgracia de ser leoneses han caído en el herético error autonomista. Seguro que andaluces (exigiendo una Autonomía como la de vascos, catalanes, navarros y gallegos) o manchegos, extremeños, valencianos... apuntándose inmediatamente al “café para todos”, lo hicieron por el mero placer de degustarlo, y ahora que los leoneses lo quieren probar, pues eso, cosa de locos y estúpidos; así que a seguir saboreando la achicoria que nos dispensa esa Junta que, señoreando por toda la Tierra de Sabor, solo permite que campeen los listos.
Es por todo esto que, si bien voy a responder al título del artículo, porque siendo consciente de que algunos leoneses bien intencionados (aunque no siempre bien informados) esperan la respuesta que los motive a asistir a la gran manifestación que, previsiblemente, pueda tener lugar en la próxima primavera, para apoyar la creación de una Comunidad Autónoma estrictamente leonesa, en realidad, quiero que mis argumentos sean una dedicatoria a la “aventura y el error”, la una y el otro justificadores del “no estamos en eso”, pálido émulo del fenecido “no es el momento” y, acaso, sustituto del que no tardará en decaer, ese eslogan de segunda mano que alguno aún no se ha enterado de que era de usar y tirar, el “leonesismo útil”.
Pero la pregunta del millón no es la que da título al artículo, sino aquella otra verdaderamente responsable de que tengamos que formulárnosla: ¿Por qué León con Castilla? Para el lector avispado bastaría con constatar que aquella unión consagrada por el Estatuto de 1983 sí que fue una aventura (desastrosa para los leoneses) y un error (probado hasta la saciedad), para hacer innecesarios nuevos argumentos al amparo de la situación actual y sus demoledoras cifras sobre parámetros demográficos, sociales, económicos, laborales, culturales...
Veamos:
¿Por qué se produjo la unión del Reino de León con Castilla la Vieja o lo que quedaba de ella? Desde luego, no lo hizo por razones de legitimidad histórica (véase mi artículo '1230: el origen mítico castellano-leonés' y 'La falsa legitimidad histórica de Castilla y León'); tampoco lo hizo a través de una clara y rotunda legitimidad democrática, pues nunca al pueblo leonés, por parte de partido alguno, se le hizo propuesta autonómica alguna en convocatoria electoral alguna, antes de la tormentosa aprobación del Estatuto de 1983 ('La ilegitimidad democrática de Castilla y León', 'El carácter fraudulento del Estado Autonómico español'...); como no se hizo por un hipotético bien patrio, como aquella patraña –a la que alguno permanece enganchado todavía hoy– a la que llamaron “razones de estado”, siendo verdaderas y posiblemente únicas las partidarias -bien de base electoralista, ya de carácter de configuración interesada de los aparatos de los partidos- y las de estricta motivación personal; entre las que descuella la pasión por la poltrona y la obediencia debida en aras de la conservación del puestín ('Las razones de Rodolfo', 'El Asunto leonés'...).
Un rosario de atentados a los derechos del pueblo leonés
Y así un rosario de atentados a los derechos del pueblo leonés, que se vieron contravenidos por las razones antedichas mediante prácticas más propias de las sociedades mafiosas o totalitarias ('Matonismo político y Autonomía', 'Pancismo'...). Agravios contra la identidad leonesa que quedaron bien reflejados en el Estatuto de 1983 –como la posibilidad de que Cantabria y La Rioja pudieran incorporarse al pastiche castellano-leonés–, pero, en cambio, en aquél y en el mal llamado de Reforma, de 2007, se dispusieran toda clase de trabas jurídicas para que las provincias de la Región Leonesa gozaran de las mayores dificultades posibles para segregarse del conglomerado, si algún día así lo requerían ('Alcance político del Estatuto de Castilla y León', 'La vía autonómica de la segregación leonesa'...).
Cuando la identidad se ha visto amenazada durante décadas y su intento de anulación persiste todavía hoy, es absolutamente imposible que no se vea afectada la dignidad. Esto es algo que algunos leoneses, como el salmantino Mañueco, se resisten a entender. ¿Estupidez? Seguramente, el presidente de la Junta conoce el principio de Robert J. Hanlon y que por eso resolvió calificar al autonomista leonés de estúpido antes que de mala gente. Y estando yo entre los que no atribuye maldad allí donde mejor lo explica la estupidez, como reza el principio, voy a tomarme la libertad de matizar a Hanlon, sustituyendo estupidez por ignorancia, sin por ello caer en la ingenuidad de que todas las ignorancias posean el mismo grado de irresponsabilidad.
Creo que, en lo referente a la dignidad de una buena porción de leoneses, hay mucho de ignorancia no-responsable, si bien no es despreciable el número de paisanos que voluntariamente persisten en la ignorancia responsable, sea por razones ideológicas, de estúpida complacencia o conformismo suicida. Empero, para mayor infortunio del pueblo en su conjunto, ha habido y hay un verdadero derroche de maldad responsable en algunos de sus más ínclitos representantes, de uno y otro color.
Si bien no es despreciable el número de paisanos que voluntariamente persisten en la ignorancia responsable ante la Autonomía Leonesa, sea por razones ideológicas, de estúpida complacencia o conformismo suicida. Empero, para mayor infortunio del pueblo en su conjunto, ha habido y hay un verdadero derroche de maldad responsable en algunos de sus más ínclitos representantes, de uno y otro color
Que el hecho de que no baste con apelar a la identidad y los derechos constitucionales asociados a ella para exigir que se cumplan (ni más ni menos que en igualdad de condiciones que el resto de las identidades territoriales que configuran la identidad española) sea una cuestión de estupidez o de ignorancia no es algo inocente, tiene consecuencias que van más allá de una disquisición puramente conceptual, pues de ella derivan aspectos de carácter práctico en nada baladíes, como, por ejemplo, la exigencia de un referéndum o la aplicación de una estrategia constitucionalista o autonomista de cara a alcanzar la Autonomía para toda la Región Leonesa o, estrictamente, de la provincia de León, lo que supondría retrotraer el Asunto a la etapa de la Cuestión. En ambos casos, estupidez e ignorancia, el tema puede abordarse con pedagogía, no poco esfuerzo y un cierto tiempo. Dado que la maldad está bien ubicada podría pensarse que resulta fácil combatirla, pero lo cierto es que, en el Asunto Leonés, los malvados están en el poder y lo ejercen con descaro, prepotencia y sin rubor alguno cuando lo hacen bajo el paraguas de la corrupción. Contra la maldad no caben pedagogía ni buenas razones, hay que aplastarla por otros procedimientos. Reconozcamos, en todo caso, que es una lucha desigual, obscenamente impar.
Lamentablemente, a muchos leoneses –simples estúpidos o sencillos ignorantes– no basta con demostrarles que su identidad se ha visto atropellada por oprobios indignos, intolerables para un pueblo que se respete a sí mismo. Hoy, son no pocos los que precisan de otra clase de argumentos para dar el paso hacia el autogobierno, los relacionados con la economía, la despoblación, el desempleo, la financiación... Por desgracia, también hoy, sobran argumentos de esa naturaleza para hacerles entender que una Autonomía leonesa resolvería, no ya los agravios que de ese orden han venido sufriendo lustro tras lustro –y, en todo ese tiempo, no han sabido, querido o podido vincular con su dignidad como pueblo–, sino los envites acometidos contra su patrimonio y bienestar, algo que, increíblemente (no ha ocurrido nada semejante en otras regiones españolas), no han sabido, querido o podido defender, hasta que el agua ha comenzado a rebasarles el cuello.
La Región Leonesa, intencionalmente depauperada
Para muestra, he aquí un buen botón: a escala regional, no existe una región tan intencionalmente depauperada como la Región Leonesa, como tampoco hay mayor evidencia empírica de relación entre semejante ruina y la pertenencia a una Autonomía desde cuyo Gobierno se actúa deliberadamente para que así sea, como certeramente lo prueban los indicadores del PER (población, empleo y renta) de las tres provincias leonesas, situadas entre las que están a la vanguardia de la despoblación, encabezando el desempleo y gozando de un 20% menos de renta que las del resto de la Comunidad Autónoma.
¿Y ha habido que llegar hasta aquí para darse cuenta? ¡Para dónde mirábamos cuando la Junta de Castilla y León enviaba misivas a ciertas empresas para que se trasladasen de León a Castilla, bien acompañadas de promesas que, en este caso sí, acabarían viéndose cumplidas con jugosas subvenciones, corrupción mediante en muchos casos! ¡Por qué no nos mudaba la cara de estúpidos ante el traslado de algunas instituciones, talleres de ferrocarril o empresas innovadoras de futuro cierto!
¿Acaso fue por ciega ignorancia o, tal vez, pánico escénico el no salir a la calle cuando nos arrebataron la financiación presupuestaria que nos correspondía, ante la chusca argucia de que ya disponíamos de los oportunos fondos Miner destinados a la reconversión de las cuencas mineras? ¡Eran fondos europeos para un fin concreto que la Junta nos estafó convirtiéndolos en financiación autonómica ordinaria para León! ¿Por qué seguimos instalados en la mentalidad y genuflexión propias de colonos cuando los Fondos europeos de cohesión destinados a las regiones con más baja renta corresponderían por entero a la Región Leonesa, si esta dispusiera de Autonomía propia?
¿Qué respuesta hemos dado ante el desmantelamiento de las centrales térmicas, útiles para otros procesos industriales no contaminantes; el debilitamiento de nuestra riqueza energética; el enmascaramiento hasta la ocultación de los productos puramente leoneses; el incumplimiento estatutario de la defensa del patrimonio cultural y lingüístico leonés; la entrega al abandono de nuestro gran capital territorial y patrimonio medio-ambiental; la falta de impulso político en materia de innovación y emprendimiento, tanto económico como social; el extrañamiento del territorio leonés de los proyectos paneuropeos (a regañadientes retomados por vergonzante obligación, para luego volver a entregarlos al abandono presupuestario en el caso de León, mientras descaradamente se va potenciando Valladolid como centro neurálgico del noroeste ibérico, como es el caso del Corredor Atlántico); el intento de sobre-castellanización de algunos territorios leoneses; las instrucciones institucionales de manipulación del lenguaje para sortear lo que es propiamente leonés...?
Los 600 millones de euros que hurtan cada año a León
Y, por último, la guinda: ¿Vamos a permanecer instalados en la resignación cómplice ante la descarada sisa de más de 600 millones de euros anuales que de la financiación autonómica viene haciendo desde hace años la Junta a la provincia de León? ¿Vamos a renunciar a los más de 2.100 milones de euros de financiación autonómica provincializada que solo a esta provincia correspondería (percibe unos 1.100) si tuviésemos Autonomía por temor a la aventura y el error?
Así pues, reconozcámosle al señor Mañueco que ha habido estupidez: ¡Pero ni la colectiva en el par de años que lleva en vigor el Asunto ni en la individual de los defensores del autonomismo leonés! Y claro que también ha habido aventura, pues obra de locos interesados fue la creación de esta estrafalaria, híbrida y deforme Autonomía que soportamos. Aceptémosle también que ha habido errores; los ha habido durante décadas, tanto por estupidez como por ignorancia responsable y/o no-responsable, pero sobre todo por maldad intrínseca al ejercicio del poder centralista pucelano. ¡Ubíquese usted mismo, Sr. Presidente!
¿Vamos a permanecer instalados en la resignación cómplice ante la descarada sisa de más de 600 millones de euros anuales que de la financiación autonómica viene haciendo desde hace años la Junta a la provincia de León? ¿Vamos a renunciar a los más de 2.100 milones de euros de financiación autonómica provincializada que solo a esta provincia correspondería (percibe unos 1.100) si tuviésemos Autonomía por temor a la aventura y el error?
Para terminar, así como se acaba el espacio para este artículo, pongo fin también a la línea argumental expuesta en el marco de lo que he venido denominando Asunto leonés, de ahí que '¿Por qué León sin Castilla?' puede considerarse la conclusión final de aquellos que, comenzando por 'Corifeos de ignorantes y demagogos' –publicado diez días antes de la moción autonomista del Ayuntamiento de León, de 27/12/2019, fecha que puede considerarse de inicio para el Asunto Leonés–, he venido exponiendo a lo largo de estos dos últimos años.
Con ello doy por conclusa mi aportación al Asunto Leonés, como anteriormente lo hice a la Cuestión leonesa en mi libro 'España necesita un nuevo Estado'. En adelante y conforme al guion Cuestión-Asunto-Conflicto-Pacto-Autogobierno, toca sentar las bases sobre las que erigir los pilares del Conflicto leonés, de orden diverso pero político en esencia. Respecto del Asunto, queda seguir combatiendo la estupidez y haciendo pedagogía para acabar con la ignorancia. Derrotar la maldad, es otra cosa. No basta la pluma y el papel. Es preciso dotarse de nueva y distinta provisión para garantizar el debido avituallamiento, si es que estamos dispuestos a transitar por el largo y arduo camino de la aventura y el error.