Aquellas carreras que hacían de León una fiesta ciclista

El día en que Antonio Arias ganó la Carrera del Pavo en León ya sabía lo que era tener que viajar en taxi desde Ponferrada por las inclemencias del tiempo. “Una vez había una nevada en el Manzanal y las pasamos canutas. Eso fue excepcional. Lo normal era ir en tren”, relata al retrotraerse a las vísperas de Nochebuena de hace sesenta años. Otra vez, por las fiestas de San Juan y San Pedro, vistió también excepcionalmente el maillot del mítico KAS para ayudar a ganar a Roberto Morales. Muchos años después, un día que iba a animar a su hijo en la carrera de juveniles, su hermano oyó el comentario de un aficionado: “¿Qué será de aquel Antonio Arias, que era tan bueno?”.

El berciano conserva la fotografía de aquella victoria en la Carrera del Pavo con la meta ubicada en el paseo de la Condesa, a la altura del centro de salud (a la derecha se observa la bandera a cuadros al estilo Fórmula 1), a principios de los años sesenta. Otro Arias, Ángel Arias de la Varga ‘Gelo’, que a sus 92 años todavía se mantiene en forma y pedalea cada día en casa media hora en la bicicleta estática, recuerda correr de chaval por un circuito que partía de San Marcos, adonde regresaba tras transitar por Suero de Quiñones, Padre Isla, Santo Domingo, Ordoño II, Guzmán y la Condesa. “Corrí de aficionado hasta que me di cuenta de que se me daba mejor organizar”, admite. Y para ello había que reducir un trazado que obligaba a cortar las principales arterias de la capital leonesa. Fue así como se consolidó el circuito de la Condesa.

El primer hijo del lacianiego José Manuel López Rodríguez vino al mundo con un premio debajo del brazo. Nació la propia noche de San Juan. Como todo había salido bien, el ciclista que llegó a ser quinto en la prueba en ruta de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 y sexto en la Vuelta a España de 1967 pudo viajar al día siguiente a León, donde acabó levantando los brazos. López Rodríguez, que al principio se desplazaba desde Villablino en los autobuses Beltrán, luego en una Montesa adaptada con un soporte en la parte trasera y finalmente ya en coche, solía dormir tras las pruebas “en la Pensión Asturiana, en Suero de Quiñones”. “En frente”, apostilla, “estaba el taller de coches Ablanedo”.

“Corrí de aficionado hasta que me di cuenta de que se me daba mejor organizar”, admite Ángel Arias de la Varga ‘Gelo’, que se recorría comercios y bares de la ciudad en busca de financiación

El berciano Emilio Villanueva acabaría copando muchos titulares de prensa con sus triunfos. Pero, tras la primera carrera que disputó en León, las crónicas destacaron la perseverancia de aquel joven todavía desconocido que se sobrepuso a un pinchazo hasta evitar ser doblado por el pelotón. “Pinché y cambié el tubular. Lo llevaba doblado en la camiseta”, cuenta al relatar cómo practicaba el cambio como si fuera la entrada a boxes de la Fórmula 1 hasta conseguir hacerlo en apenas poco más de medio minuto con el también ciclista berciano Gustavo Gómez. Los dos acompañaban en el taxi a Antonio Arias aquel día en vísperas de Nochebuena que las pasaron canutas en un taxi cruzando el Manzanal. Al otro lado esperaba la Carrera del Pavo.

Un calendario con varias citas

Precisamente la Carrera del Pavo, la que sirve para poner el broche a cada temporada, es la única que se mantiene con regularidad en un calendario ciclista que en León abarcaba fundamentalmente San Juan, puntualmente San Froilán y esporádicamente otras citas como la del Primero de Mayo (patrocinada por el sindicato UGT) o el Trofeo Primavera. La relación improvisada sale de la memoria de Ángel Arias de la Varga, que fue directivo del Club Ciclista Leonés y de la Sociedad Leonesa de Amigos del Cicloturismo sin dejar de presumir de aquellas rutas que acabaron adoptando marchamo internacional, así como de los jueces árbitros Enrique Boyano y Flavio Piedra, este último a la sazón actual delegado provincial de la Federación Española de Ciclismo.

Al recuento de Arias de la Varga, Boyano y Piedra se suma la aportación de Enrique Carrera. Nacido en Ponferrada y criado en León, tenía apenas 15 años de edad cuando acudió animado por un amigo y con una bicicleta de paseo a unas pruebas de captación que se corrían varios domingos al año por Papalaguinda hasta convertirse en una cantera de la que salieron profesionales como Juan Carlos Sevilla o el propio Carrera, que acabó enrolándose en el Reynolds hasta ejercer como gregario primero de Perico Delgado y luego de Miguel Indurain.

El lacianiego José Manuel López Rodríguez, que ganó por San Juan al día siguiente del nacimiento de su primer hijo, se recuerda haciendo noche en la Pensión Asturiana

Las fotografías ya eran en color en los años ochenta. El 15 de abril de 1989 la berciana Esperanza Neyra sale en un reducido pelotón de apenas una quincena de ciclistas del paseo de la Condesa con otras figuras de la época como Marisa Izquierdo, Dori Ruano y la recordada Chely Álvarez, estas dos últimas con el maillot del equipo femenino que había formado Emilio Villanueva. Neyra, que también recuerda competir en el barrio de Pinilla con niños infantiles de último año, sería cuarta aquel día en que defendía los colores de El Correo Gallego. Todavía no se había casado con el también ciclista Pedro Merayo, que corría por San Froilán en León y marchaba pitando para Lugo cuando militaba en el Adams del recordado Joaquín Fernández ‘Joaco’, otro de los históricos del ciclismo leonés que contribuyeron a aquel período de auge junto a Juan Fernández o Julián Pellitero, entre otros.

En los noventa despuntó la carrera de César García Calvo, ‘el jabalí del Bierzo’, que apenas conserva “vagos recuerdos” de una participación en sus primeros compases como aficionado en un circuito urbano por Papalaguinda en una prueba que en su día ganaron ciclistas que luego serían ilustres como Laudelino Cubino o Roberto Heras. “En León y el alfoz había muchas carreras”, cuenta mientras por su memoria sobrevuelan también llegadas de la Vuelta a León, la Vuelta a España y los Campeonatos de España con metas en Ordoño II y junto a la estación de autobuses en las que se entremezclan caídas y su habitual combatividad metiéndose en las escapadas.

El público se acababa implicando hasta incluso apostar dinero por tal o cual ciclista en determinados pasos por meta anunciados por megafonía y convertidos en una suerte de esprints especiales

Aunque el circuito de la Condesa o el de Papalaguinda (en ocasiones se enlazaban los dos, “pero se acabó quitando porque se cortaba mucho tráfico”, apostilla Gelo) no era tan propicio para escapadas, había que aprovechar tramos de cierto desnivel como el que va de la plaza de toros a Guzmán. “Ese era un buen sitio”, señala López Rodríguez, que se recuerda compitiendo en días consecutivos por San Juan en Mieres (Asturias), León, Orense y Ávila. “Como era todo llano, muchas veces se llegaba al esprint”, tercia Emilio Villanueva. Esperanza Neyra cita los giros de 180 grados que obligaban a “hacer una arrancada” a cada cambio de dirección. “El circuito era muy rápido”, resalta al asimilarlo al de las primeras pruebas en el Polígono de las Huertas de Ponferrada. “Haces mucho desgaste porque siempre vas a tope”, indica Antonio Arias. “Al final las carreras las hacen buenas y duras los ciclistas y no tanto los recorridos”, aporta Enrique Carrera.

Circuito bueno para público y jueces

El circuito, que tuvo otras variantes con salida y llegada a Ordoño con paso por Guzmán, Avenida Roma, Inmaculada, Gran Vía de San Marcos y Santo Domingo, se presta a diferentes lecturas para los ciclistas; resultaba atractivo para el público, que podía abarcar el desarrollo de la prueba y ver muchas veces el paso de los corredores; y era “más sencillo” de controlar para los jueces árbitro, sentencia Enrique Boyano, con los directores en la acera y no al rebufo del pelotón en los coches. Cuatro jueces se coordinaban (uno de ellos podía ir en coche a la cola) para anotar crono y libreta en mano los tiempos de los primeros. “Y al resto se les ponía ex aequo”, apunta Flavio Piedra al remontarse a los tiempos anteriores a la foto finish.

Durante un tiempo se repartían cestas de Navidad a todos los participantes en la Carrera del Pavo. Con dinero y champán brindó Antonio Arias por su victoria en la meta de la Condesa hace sesenta años

Las carreras ciclistas atraían a mucho público, que se acababa implicando hasta incluso apostar dinero por tal o cual ciclista en determinados pasos por meta anunciados por megafonía y convertidos en una suerte de esprints especiales. Gelo se recuerda de puerta en puerta de comercios y bares para recaudar fondos que se unieran a la contribución municipal en tareas organizativas que más tarde asumirían otras entidades como la Peña El Pedal. Luego los presupuestos se fueron reduciendo y también cayó la afición, reconocen los protagonistas para tratar de explicar por qué aquel esplendor de carreras acabó languideciendo. “No es que no haya corredores, pero se ha hecho muy complejo burocráticamente organizar una prueba”, añade García Calvo. “Yo no le encuentro explicación”, reconoce López Rodríguez al reseñar la afición existente en Laciana. “Ahora los chavales de las escuelas ya tienen un calendario diseñado”, abunda Neyra.

Los premios, que finalmente también acabaron cayendo, podían resultar tan jugosos como los pavos que un año de forma excepcional se repartieron a todos los participantes de la tradicional carrera de finales de año, donde durante un tiempo era habitual la entrega de una cesta de Navidad. Con dinero y champán recuerda haber brindado hace sesenta años Antonio Arias, al que una forunculosis apartó de los Juegos del Mediterráneo de 1963 hasta dar por acabada de forma prematura una carrera ciclista cuyo eco resonaba todavía muchos años después en el paseo de la Condesa de León.