Las mujeres que trabajan en el entorno rural cada vez son más, pero siguen sufriendo la misma discriminación por el hecho de ser mujeres. El mayor lastre que se han encontrado a la hora de realizar sus trabajos en el campo es haberse visto responsabilizadas del cuidado y la educación de sus hijos y personas dependientes, lo que imposibilita una dedicación completa a su profesión y obliga a estas mujeres a no poder desplazarse geográficamente para permanecer cerca de su hogar.
Según el INE, en el año 2020 un 14,3% de las mujeres en España que trabajaban a tiempo parcial lo hicieron porque debían dedicar el resto de su jornada al cuidado de niños o adultos dependientes. “El cuidado de los mayores y niños sigue pensado para las mujeres. Cuando una mujer pide trabajar por su cuenta siempre recibe pegas, ahora ocurre menos, pero sigue ocurriendo”, considera Pilar González, presidenta de Ceres, asociación de mujeres en el mundo rural, en León. Esta situación provoca que muchas mujeres no puedan dedicarse profesionalmente a labores en el mundo rural.
Las que lo consiguen, como es el caso de la apicultora y empresaria Leticia Fernández, están sometidas a una situación de estrés, obligadas a hacer malabares para conciliar la vida laborar de la profesional: “Cuando las mujeres nos realizamos profesionalmente es porque hemos renunciado a muchas cosas a las que los hombres no han tenido que renunciar”, cuenta Leticia.
Leticia es autónoma, dueña de la marca de miel 'La cazurra', que lleva junto a su marido y, además, es madre de dos niños de menos de 15 años. Esta historiadora del arte trabajó durante un tiempo de teleoperadora, hasta que se quedó embarazada por primera vez. Tras tomarse un tiempo de baja materna, volvió a quedarse embarazada. Cuando quiso volver a entrar en el mercado laboral, encontró que no había hueco para ella. Tuvo que enfrentarse a preguntas machistas en entrevistas de trabajo sobre su disponibilidad por el hecho de ser madre de dos niños y a rechazos precisamente por ese motivo.
Finalmente, decidió lanzarse en el mundo rural y emprender con su producción de miel: “Hace tres años que soy autónoma y estoy muy feliz, pero, en mi caso, este empleo fue totalmente impuesto”.
“La conciliación no existe”
Las mujeres que se dedican al campo y que quieren formar una familia se ven obligadas a realizar sacrificios personales para poder conseguir aquello que a sus compañeros no les cuesta tanto obtener.
Leticia cuenta que, a lo largo de su vida profesional, ha sentido la necesidad de esforzarse más en su trabajo, no por falta de capacidades, sino porque siente que tiene el deber de demostrar su valía y conocimiento laboral y, a pesar de todo, sigue viviendo situaciones machistas: “Me he encontrado en grupos de apicultores mayores que yo que nunca han tenido en cuenta mis opiniones porque soy una mujer, y además una mujer joven. Nosotras tenemos que salir a trabajar y demostrar nuestros conocimientos sobre el campo todos los días, que es algo que a los hombres no les sucede”.
Esta obligación de trabajar más para demostrar más que sienten las mujeres en el entorno rural las obliga a realizar numerosos sacrificios para poder llegar a tiempo en su vida laboral y personal. Siente, cuenta Leticia, que la maternidad les ha penalizado solo a ellas, que son las primeras responsables de hacerse cargo de sus hijos y, a la vez, hacerse cargo de sus iniciativas profesionales: “La conciliación no existe, yo solo puedo trabajar por las mañanas porque mis hijos se quedan en el colegio, pero si yo no estoy por las tardes no hay nadie que cuide de ellos”.
“Aunque las mujeres tienen más autonomía ahora, siguen recibiendo pegas por tratar de trabajar por su cuenta y hacerlo lejos de casa”, comenta Pilar González. “Se pide que la mujer trabaje como si no tuviera hijos, y que críe hijos como si no tuviera que trabajar”, critica Leticia.
Leticia Fernández: Se pide que la mujer trabaje como si no tuviera hijos, y que críe hijos como si no tuviera que trabajar
La carga y el estrés al que son sometidas estas mujeres que son trabajadoras y a la vez madres les pasa factura: “Me resulta agotador. La apicultura es un trabajo muy duro físicamente, y toda esta situación de responsabilidad única me genera una enorme cantidad de estrés”.
Levantar la tapa
Leticia rememora que, en sus inicios en la apicultura, acompañaba a su marido a atender las colmenas. Por entonces, ella se encargaba solo de levantar las tapas de las colmenas, una tarea básica y que no le aportaba conocimientos autosuficientes sobre la cría de las abejas. Al final, decidió educarse ella misma, pidiendo prestados unos cuantos libros en la biblioteca y aprendiendo todo lo que pudo sobre apicultura.
Como ella, muchas mujeres se han lanzado a la producción de miel, una gran parte de ellas mujeres jóvenes, que acaban limitándose a levantar las tapas de las colmentas: “Siempre que voy a un curso y me encuentro con otras mujeres me cuentan lo mismo: solo hacen eso. Yo les digo: 'id a la biblioteca, aprended y haced las cosas de forma autosuficiente, no levantéis más tapas'”.
La educación, dicen las mujeres del campo, es importante también para evitar que las futuras generaciones crezcan con estereotipos machistas y lograr así que puedan encontrar un hueco en el entorno rural sin tener que sacrificar partes de sus vidas o tener que demostrar cada día que merecen estar allí tanto como los hombres: “No por ser mujeres somos más sensibles o tenemos más disposición para los trabajos de casa o los cuidados”, zanja Leticia.