Si se parte de la premisa aceptada de que la Historia se puede definir como la búsqueda y aceptación del conocimiento del pasado a través de los documentos escritos conservados, sobre la masonería en León sí se conservan documentos escritos. Todo lo demás no es Historia, sino puro mito y especulación interesada basados en teorías indemostrables, anacrónicas y sectarias. Los masones leoneses fueron 'cuatro gatos' sin demasiada influencia ni poder, y tampoco tenían cuernos y rabo, ni mucho menos fueron perseguidos por su militancia masónica. Esta es la realidad.
Las primeras especulaciones sobre la masonería se remontan a 1760, cuando el conde de Aranda habría fundado (supuestamente) la Gran Logia que a partir de 1780 pasaría a llamarse Gran Oriente de España, muy influida por la francmasonería francesa (como el resto de las masonerías del mundo). En 1800 contaría con 400 logias y estaría bajo la dirección del conde de Montijo, que había sucedido a Aranda. Su mera existencia es, sin embargo, harto discutible, y fruto, según Ferrer Benimeli, de un tiempo en que se fabricó una historia manipulada de la masonería a fin de dotarla de antigüedad y prestigio. Si en la fabricación de un conde de Aranda fundador de la masonería española jugó su papel en la expulsión de los Jesuitas, la sucesión del conde de Montijo es un disparate histórico, pues en 1789 el título correspondía a María Francisca de Sales Portocarrero y el conde consorte, Felipe de Palafox, no podía ser Gran Maestre en 1800 habiendo muerto en 1790. Es de su hijo, Eugenio Eulalio Palafox Portocarrero, nacido en 1773 y conde de Montijo desde 1808, de quien consta su pertenencia a la logia de los Amigos Reunidos de la Virtud, fundada en Madrid en 1820 e integrada exclusivamente por españoles, que solicitó su regularización al Grande Oriente de Francia al no existir un Gran Oriente Español. El 1 de mayo de 1871 apareció el primer número del Boletín del Gran Oriente de España y en el número 2 publicado quince días después se definió así a la Masonería:
“Masonería es la reunión de hombres libres y honrados que, siendo verdaderos apóstoles de la verdad, la ciencia y de la virtud, marchan siempre a la vanguardia del progreso; instruyen sin cesar con la enseñanza y con la práctica lo que es bueno y lo que es bello, y procuran hacer de la humanidad una sola familia de hermanos, unida por el trabajo, el amor y por el pensamiento”.
Bonitas palabras que podrían adjudicarse a la Iglesia Católica, a la Real Sociedad de Amigos del País o a cualquier otra mentalidad de cualquier institución filantrópica de aquella época o del presente más inmediato.
Nada de secreto había en los componentes de la masonería leonesa, pues publicaban sus nombres, apellidos, domicilios, profesión, estado civil… y hasta se imprimían los datos en los boletines oficiales. Además, los problemas económicos de las organizaciones masónicas fueron una constante. La documentación conservada (como la de arriba) demuestra que hubo frecuentemente un gran número de bajas por falta de pago en las cuotas establecidas.
La Real Sociedad Económica de Amigos del País de León y sus socios fueron el verdadero germen de progreso en nuestra provincia, aunque hubo más intentos, como el de los masones. En realidad, sí que existía un mismo cometido y una relación directa con el propósito fundacional de la masonería leonesa, que no era otro que el de ayudar a los más necesitados: así de sencillo. Claro que, en el fondo, era la misma idea que aplicaba el Clero: ayudar a esos necesitados. Otra cosa era el modo en el que se conseguía la financiación para tan complicada empresa. ¿Porque, en qué empleaban el dinero los masones leoneses? ¿A qué se dedicaban los masones leoneses?
En 1888, la masonería leonesa, dirigida por el mecánico francés Alberto Laurín Pagny, acompañado de Juan Gómez Salas y Ramón Quijano González (como secretario) escriben, como se puede ver en la imagen de arriba que “la angustiosa situación en que por el último temporal de nieves y su deshielo se encuentran multitud de pueblos situados en las montañas de esta provincia, es conocida en toda España y no necesita encomio. Esta logia no debe permanecer inmóvil en presencia de tantas desgracias, y en Tenida extraordinaria celebrada el día 18 ha acordado dirigirse a ese respetable Taller en demanda de recursos con los que poder auxiliar a estos infelices montañeses que se encuentran sin hogar y sin alimentos […]”.
Porque en la masonería leonesa de finales del siglo XIX todo estaba perfectamente tipificado y reglamentado: los reglamentos de las logias masónicas se publicaban y cualquiera que tuviera una mínima inquietud sobre el tema podía tener acceso a ellos (como en la actualidad). Nada más lejos de las infantiles leyendas oscurantistas: los masones lo tenían todo perfectamente reglamentado, y de este modo publicaban sin rubor alguno su funcionamiento interno. En contraposición con la Real Sociedad de Amigos del País, que sí contaba con muchos hombres y mujeres influyentes y económicamente poderosas, salvo contadas excepciones que no tienen parangón con los ilustres hombres de la Real Sociedad Económica (Laurín, Duport, Malagón…) esto jamás pasó con los masones leoneses. Los masones leoneses no tuvieron relevancia social.
En el sigo XIX, hubo una gran influencia francesa y consiguientemente masónica en la configuración comercial y urbanística de León, y como no podía ser de otro modo, familias francesas como Laurín o Duport aportaron algún miembro a la masonería provinciana. Los Duport se hicieron con varios solares en la zona de Ordoño II y proximidades de Guzmán, perteneciendo y financiando actividades masónicas.
Por supuesto, también hubo mujeres propietarias de origen francés, como Isabel Bouchet y Albert, así como grandes compradores de bienes eclesiásticos, como Juan Dantín, también de origen francés. Las boticas fueron regentadas en buena parte por familias de procedencia francesa, como Chalanzón o Barthe. Apellidos de familias originariamente francesas como Lescún, Lubén, Echever, Eguiagaray o Durruti, fueron emparentando y se dedicaron a la floreciente industria de los curtidos.
La mentira anticlerical
Otro disparate ha sido querer presentar a estos masones como agresivos y beligerantes hombres de convicciones republicanas y anticlericales. Nada más lejos de la realidad. Por ejemplo, el profesor Benito Blanco fue un reconocido masón que publicó numerosísimos artículos y poemas en la prensa de la época. Es recomendable para cualquiera que tenga el más mínimo interés en estos asuntos que recopile los escritos de Benito Blanco, a ver si reconoce cualquier atisbo de anticlericalismo o, más concretamente, “antijesuitismo” –para más ayuda, se puede consultar el libro de José Eguiagaray Pallarés titulado De ayer a hoy, en su página 90 y siguiente, a ver si hay atisbo de “anticlericalismo” o “antipatriotismo”– en las palabras de Benito Blanco: pues no, es justo lo contrario.
Tan anacrónico e insultante disparate sectario es querer colocar a todos los masones como fervientes seguidores de las doctrinas republicanas del siglo XIX, asociándolos con Gumersindo de Azcárate, Miguel Morán, Felipe Fernández-Llamazares u otros, tildándolos de antimonárquicos. Que les uniera muchas cosas de ninguna manera les hizo “anti-nada”. Benito Blanco escribía:
“Entró el rey en un landó descubierto, seguido de la carretela en la que iba el alcalde, el gobernador civil D. Enrique Ureña [Barthe] y D. Félix Argüello, vicepresidente de la comisión provincial. Al llegar al palacio de la Diputación, el gobernador civil se colocó a pie a la derecha del coche regio y así siguió toda la calle Ancha, cosa difícil entre una multitud cordialmente enardecida y deseosa de acercarse al monarca. Cuando hubieron llegado a la catedral y le recibió en el atrio el Ilmo. Sr. Obispo, de inolvidable memoria para los leoneses, D. Francisco Gómez Salazar, aquel obispo culto entre los cultos que fue catedrático de Derecho canónico en la Universidad Central y para quien era siempre que a León venía la primera visita de D. Gumersindo de Azcárate […]”
¡Pero qué manía tienen algunos historiadores de convertir a los más ilustres leoneses en anticlericales!
El reconocido masón Emilio Menéndez Pallarés enviaba cartas desde Madrid a su primo carnal José Pallarés Berjón con la más absoluta normalidad, como muestra este fragmento de la carta de arriba donde le ofrece su colaboración, y la de los masones portugueses, para que pueda realizar negocios en Lisboa, ya que parte de los artículos que se vendían en León procedían de proveedores portugueses.
Y es que dentro de la masonería leonesa había de todo. Ni Miguel Morán, ni Gumersindo de Azcárate, ni un solo documento sobre un solo miembro de la familia Fernández-Llamazares incita a pensar que pertenecieron a la masonería (simpatizasen con ella o no). Las listas de los masones leoneses conservadas lo dejan bien patente. Y figuran mecánicos, militares, catedráticos, sastres, tenderos, empleados, contratistas, industriales, abogados, médicos y hasta dos mujeres “amas de su casa”.
¿Y qué pasó con los masones y los “misteriosos documentos masónicos” a partir de 1936 en León? Esto será motivo de un próximo artículo, porque, lamentablemente, los historiadores actuales siguen dando pábulo a demasiados cuentos chinos…