He tenido muy breves aproximaciones a los grandes conceptos: la ley, la cultura, la educación, el amor, la fama... Pero he seguido con extrañeza absoluta sobre todo los de liderazgo o emprendimiento. Me refiero a que la gente cree que son cualidades... buenas. Virtudes incluso. Igual que la constancia. ¡¿Constancia en qué?! Bien, no puedo estar más en desacuerdo. Todos los tiranos que en el mundo han sido y están siendo no solo poseen una marcada afición –siempre militar, de ahí lo de capitanear o acaudillar– al mando, sino que la aparejan con otros equívocos como la tenacidad y el trabajo. Es decir, se comportan con la obstinación propia de una res y la laboriosidad ciega que caracteriza a los insectos. Y el emprendimiento, ¡ah, el emprendimiento! El emprendimiento se les da, al igual que el valor, por supuesto: y en efecto lo primero que hacen es emprenderla con el vecino. Hay cosas como ser un homicida de masas que precisan de una pertinaz y cabezona tenacidad. No es algo que se lleve a cabo por azar, se te caiga de la mesa o se te escape de una jaula. No solo hay que concebir, hay que organizar y, sobre todo, persistir. Amén de contar con más gente a la que hay asimismo que persuadir de un modo u otro. Tareas todas que requieren de un incansable líder que emprenda y la líe. Este sujeto debe ser constante, pelmazo incluso, no debe albergar dudas. No debe albergar inmigrantes. No debe albergar nada de nada. Durante años colaboré en un periódico que interrogaba a personajes con un test Cosmopolitan de preguntas tontorronas tipo ¿Te jugarías la vida por...? –siempre por la familia, nunca por dinero– o ¿Cuál consideras tu mejor virtud? Acerca de esta última cuestión el noventa y nueve por ciento de los interpelados se alzaban sobre sí mismos y exclamaban desde ese pedestal: LA CONSTANCIA. Tenían la seguridad de que insistir una y otra vez en un comportamiento erróneo o defender una estupidez de forma perpetua era la flecha de Minerva, el búho de oro, la piedra filosofal y el rosco de Pasapalabra. De hecho algunas de esas personas, después de muchos años continúan en política o en ciertos terrenos de la cultura ignorando el significado de los verbos potencia o voluntad, a los que asocian repetida, férrea e indisolublemente con matraca.