A la gente le gustan las anécdotas, sobre todo si las protagonizan. A mí me gustaría mucho contar anécdotas y dejar a sus protagonistas como lúcidos y divertidos personajes de rápido ingenio. Pero, por algún motivo, no me topo nunca con tales individuos y no me da la gana inventarme consejas. El espíritu de la columna consiste en tomar un acto o elemento humano mínimo, llevarlo a varios sitios del cuadrilátero, darle un par de tortas y extraer una conclusión de ello relacionada –o no– con la actualidad. Mi mujer me dice que cuente chistes y que sea más gracioso y, sobre todo, que no ponga palabras raras o que, si las coloco, por lo menos no empiece mi argumentación con ellas. Bien. Se denomina radionúclido a la forma inestable de un elemento que libera radiación a medida que se descompone y se vuelve más estable. Lo cuento para que se entienda la metáfora sobre el acero de bajo fondo, que es el producido antes de las pruebas –y actos– nucleares. Después de tales experimentos y masacres esta aleación –el acero– se contaminó, como todo el planeta, irreversiblemente con radionúclidos de la radiación de fondo, ya que se utiliza para su elaboración aire atmosférico. Al acero construido antes con el concurso de aire sin radionúclidos –y que se utiliza para aparatos de medición médicos, sensores aeronáuticos o contadores Geiger, por ejemplo– se le dice de bajo fondo porque se encuentra sobre todo en barcos hundidos. Es especialmente puro –y abundante– el de los acorazados alemanes de la Primera Guerra Mundial –¡¿A quién no le va a gustar un acorazado alemán sumergido de la Primera Guerra Mundial?!–. En total: cualquier acero que se manufacture ahora mismo está irremisiblemente contaminado y no se puede contar con él para calibrar con objetividad. Mediante esta tabarra –que yo encuentro apasionante– buscaba mostrar mi apesadumbrada visión de la putrefacción pequeñita e incesante que parece haber apestado todo el aire de esta desdichada comunidad autónoma –a veces pienso que el del país entero– enrarecido con radionúclidos de fascismo, ignorancia, falacias y brutalidad al que es imposible sustraerse; y no podemos construir siquiera artefactos de cálculo aproximado –llámense informativos y periódicos– que no estén más o menos leve pero inevitablemente adulterados por la radiactividad; por no decir llenos de mierda. El acero de bajo fondo se conoce que lo acabamos en la Transición.