Muchas veces detectamos o tenemos claro cuáles son nuestros problemas y cuáles son los verdaderos problemas de la sociedad. A nadie se le escapa que por ejemplo la corrupción es un gran problema de las democracias, o que el cambio climático es un problema que nos afecta directa e indirectamente en todas las facetas de nuestra vida.
Frente a esto ya estamos demasiado acostumbrados a oír y a recibir otro mensaje bien diferente. El mensaje es que tales problemas no existen. Es decir; no existe el cambio climático, no existe la corrupción, no existen las diferentes clases sociales ni mucho menos no existe la violencia de género, ni existe un desmantelamiento de la sanidad púbica…. Y así estaríamos alargando un listado interminable.
Dicho discurso no es nuevo; pero sí que es verdaderamente potente y popular en los tiempos de las redes sociales. Frente a la mentira (y sus fake news) el mensaje del negacionismo es aún peor. En una categoría más profunda, más oscura y que ataca a las entrañas de la sociedad. Mal está el estar continuamente mintiendo (lo hemos constatado continuamente en esta campaña electoral y anteriores). Porque el que miente es consciente (o debería serlo) de que hay una verdad alternativa a su discurso, pero que no la quiere reconocer. Pero el negacionismo como decimos, es mucho más profundo. Es verdaderamente potente; pues niega una verdad existente; no reconoce los datos ni el rigor científico, no reconocen el valor de las vacunas y de la ciencia y por su puesto niega todo tipo de problemas que hemos mencionado anteriormente.
Frente a este discurso, el debate está anulado. Pues no se puede debatir con alguien lleva como mensaje un dosier de mentiras y lo que es peor, niega todo tipo de problemas y niega todo tipo de razonamiento. Es preciso recordar que la política (para mal de algunos), es confrontar, debatir, y dar propuestas que intenten resolver los problemas de los ciudadanos y de la sociedad. Se puede estar más o menos de acuerdo con las diferentes propuestas, pero lo que no se puede es infantilizar a los ciudadanos anulando la esencia y la necesidad de la política y del debate público.
Muchos gurús y asesores de nuestros políticos entienden la política y las campañas electorales en clave de mercado electoral. Es decir sus mensajes impactantes, negacionistas o incluso sensacionalistas, faltan a la verdad, están vacíos de relato y por supuesto falto de todo tipo de raciocinio, pues ataca directamente al estado emocional del votante. El neoliberalismo lo sabe, y en ello empodera su discurso. Este discurso está vacío de relato, ya que es falso y carente de razón. Es puro impulso, emoción que hierve (que te vote Chapote). Ello es muy atractivo para el votante que piensa así, pues es autocomplaciente con sus ideas y su perfil emocional. Frente a la democracia se ha instaurado el concepto de emocracia, tal y como nos la define Edu Galán. El éxito de la emocracia, es contundente, pues muestra un lado amable, cariñoso y muy permisivo. Frente al poder autoritario y disciplinario caracterizado por la negatividad, el régimen neoliberal brilla por su positividad.
Tal y como describe Byung-Chul-Han, la técnica de poder del neoliberalismo, adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. Este poder amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige su voluntad a su favor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades. “Te bajo los impuestos, os doy la libertad de salir de cañas…” todo muy sugerente para el mercado electoral. Pero lo que no te dicen, es cómo vas a ganar el dinero para irte de cañas, ni cuanto te va a costar una educación privada, una sanidad privada, un servicio público de prestaciones una vez desmantelado un estado bienestar que se basa en la solidaridad, la redistribución de la riqueza y cotizaciones proporcionadas.
Todo un Motus Hominis.