La Organización de las Naciones Unidas, ONU, es una creación que emergió tras la Segunda Guerra Mundial y que vino a sustituir al fiasco de la Sociedad de Naciones (SDN), nacida tras la Primera Guerra Mundial. La ONU ha sido más longeva aunque igual de inoperante, porque ambas compartieron similares principios fundacionales y consiguieron similares resultados.
La ONU nació para frenar la agresividad de una Alemania que estaba irremisiblemente condenada a perder la guerra junto con Japón, aliado que aún resistió varios meses más hasta la explosión de las dos bombas atómicas en agosto de 1945. Las potencias vencedoras del conflicto diseñaron una organización a la medida de sus intereses, hasta el extremo de reservarse la posibilidad de vetar cualquier resolución aprobada por el resto de miembros.
Con estas premisas Francia, Inglaterra, Rusia, China y Estados Unidos, primer interesado en la génesis de esta nueva estructura que sirve de correa de transmisión de su preeminencia como primera potencia mundial, pueden pasar por el arco de triunfo cualquier resolución aprobada por el resto de miembros que componen este organismo. 193 es la totalidad actual. Poco importa que los acuerdos sean acertados o no, basta el capricho de uno cualquiera de estos miembros destacados para que cualquier propuesta se vaya a la papelera sin más trámite.
El pecado original de la ONU no ha dejado de mostrar lo endeble de sus costuras por más que sirva de foro para que los países menos poderosos hagan oír su voz. Un derecho al pataleo de estos países con luz y taquígrafos, lo que suele dejar a sus representantes muy ufanos pero con las manos vacías. Los ejemplos son numeroso y algunos problemas, después de haber sido abordados hasta la saciedad, continúan igual, si acaso no han empeorado. Cierto es que ha tenido la habilidad de decorar su inoperancia con organismos subordinados de relumbrón que le dan una pátina de democracia y equidad, como Unicef, FAO, Unesco OMS, etcétera...
El funcionamiento es tan chusco que hasta la financiación corre a cargo principalmente de Estados Unidos que utiliza este 'nimio' detalle para manejar los entresijos a su conveniencia, llegando al extremo de retirar su contribución a la OMS cuando los resultados no fueron totalmente acordes a sus designios, para retornar a ella cuando las aguas volvieron por los cauces deseados. La misma sede ubicada en Nueva York, con una franquicia en Ginebra como premio de consolación para Europa, ya es toda una declaración de intenciones.
¿Evitar los conflictos armados?
El presunto objetivo de la ONU es evitar los conflictos armados por todo el planeta y llamar a la concordia entre las partes en disputa, al menos teóricamente. La triste realidad es que los acuerdos emanados de este organismo están al servicio de la política de las primeras potencias y de forma acentuada en la política americana –de algo ha de servir ser el promotor y financiador de la idea– todo un alarde de la democracia que se jacta de promover.
Cuando Yugoslavia comenzó a disgregarse, Serbia se enredó en una maraña de conflictos armados con las antiguas repúblicas que componían el país que había sido gobernado con habilidad por el mariscal Tito. Así se enzarzó con Croacia, Eslovenia y Bosnia. Croacia siempre tuvo fuertes lazos con Alemania, país con gran ascendencia sobre el conglomerado occidental pese a que la ONU se creó en su contra. Ello motivo la animadversión europea contra Serbia, país eslavo con tradicionales relaciones con la también eslava Rusia –estos fuertes vínculos desencadenaron el estallido de la Primera Guerra Mundial– país éste que, pese a ser potencia con poder de veto, siempre ha sido visto con recelo por su pasado soviético.
Consecuencia de todo ello fue una intervención de la OTAN contra Serbia, –con la oportuna inhibición de la ONU– que tras las matanzas perpetradas, como la de Srebrenika en Bosnia, y la desaparición de la URSS, se vio privado de apoyos internacionales. De este modo la guerra llegó nuevamente a Europa hasta derrotar y someter plenamente a Serbia. Otra cosa es el asunto palestino, otro avispero como el balcánico cuyo desenlace está aún por escribir. Desde el `taraceado´ impuesto por Inglaterra del estado judío entre países árabes, los judíos importados de Europa, son muy capaces de aplicar a sus vecinos los principios del Holocausto y gozar de la impunidad impuesta por el protector yanqui hasta desafiar al Secretario de la ONU.
¿Y qué hacer con Israel?
Israel puede permitirse, al menos hasta el momento, merced a la colaboración americana en el campo de la política y la tecnología militar, agredir con asiduidad a Siria, Líbano, Irán, Palestina, etcétera. Sin que la ONU, pese a la carnicería a la que está sometiendo a una población inerme, metida en una ratonera y aislada por miedo al poderío militar israelí, intervenga para detener una conducta tan violenta. Nada que ver con su parcialidad a favor de Ucrania. Datos oficiales hablan de unos 14.000 niños palestinos muertos en menos de un año frente a unos 600 niños ucranianos muertos en dos años y medio. Las cifras hablan por sí solas.
La ONU tiene fuerzas propias de interposición –los multinacionales Cascos Azules– que participaron en la guerra de Corea y en países africanos cuyo poder militar es inversamente proporcional a los recursos que atesoran, motivo por el que rusos y chinos se han volcado con el continente negro como nuevo escenario de confrontación con Occidente. En la guerra de Irak, la ONU consintió que una fuerza capitaneada por el ejército americano, con unos cuantos palmeros con ínfulas de grandes potencias, España incluida, sofocara al `peligroso enemigo iraquí y sus armas de destrucción masiva´. Es probable que el mar de petróleo que se halla en el subsuelo iraquí tenga algo que ver en todo ello.
Y sólo un apunte final, Kurt Waldheim es el epitome del batiburrillo que supone la ONU. A este caballero que presidió esa institución se le encontró un incontestable pasado nazi de represión de partisanos yugoslavos y judíos, pese a lo cual permaneció en el puesto de Secretario General durante nueve años, sin ser censurado por judíos, yugoslavos o americanos, si bien estos últimos tuvieron un ápice de vergüenza y, como otros países, pusieron objeciones para que no los visitara. Este caballero acabó siendo presidente del gobierno austríaco.
¿Quiere esto decir que el Norteamérica es un monstruo sanguinario para todo el orbe terrestre merecedor del más absoluto repudio? No, sencillamente es el gendarme del mundo y gusta de imponer sus propias normas mientras China no pase a ocupar su puesto, cosa que muy probablemente sucederá antes de que finalice el presente siglo, entonces serán otros los actores, otros los protagonistas y otros los antagonistas perjudicados. Es algo inherente a la condición humana que viene repitiéndose desde la noche de los tiempos y frente a la que poco o nada podemos hacer. Es triste, pero es así y es bueno tenerlo presente.
Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata