A grandes problemas, grandes remedios. Si la llegada de la inteligencia artificial supone la desaparición de millones de puestos de trabajo, lo que hay que hacer es desvincular los conceptos de renta y trabajo, y hacer que la gente tenga unos ingresos aunque no tenga un trabajo.
Bien, vale. Como carta a los Reyes Magos, suena genial. Pero hay un par de problemas que no está mal revisar.
Por una parte, esta idea reconoce de manera implícita que se van a destruir muchos más puestos de los que se crean, contradiciendo así aquella idea optimista de que siempre se ha progresado, y que al destruirse unos puestos, se crean otros. Una vez que se reconoce que esto es una falacia, y en parte siempre lo fue, aunque esa es otra discusión, nos encontramos con que va a haber ganadores y perdedores, y que no hablamos de una panacea, sino de algo que beneficiará a unos y perjudicará a otros, como cualquier temporada de lluvias. Y no, no va a beneficiar a los pobres. De eso podéis estar seguros.
Por otro lado, estamos en este tema en la misma tesitura que con el problema del cambio climático. Se trata de un problema local y no puede ser resuelto con una solución local. La teoría, hermosísima, dice que trabajarán los robots, se les pondrán impuestos a esos robots, y se repartirá el dinero entre la gente. ¿A que suena maravilloso?
Pero la realidad es que no hay ninguna razón para que los dueños de esos robots no se los lleven a otro lado, donde no se les puedan cobrar impuestos, y que de ese modo no haya con qué pagar la famosa renta universal.
Si la solución fuese global, podría funcionar, o quizás no, pero tendría una oportunidad. Pero sin que exista un gobierno global y una soberanía global, esta idea sólo serviría para aniquilar al primero que la implementase.
Insistir en una renta básica a costa de los ingresos de gente que puede deslocalizarse fácilmente es un ejercicio de estupidez, maldad, o ambas o cosas. Y lo es incluso cuando se diga que eso les conviene también a ellos para poder seguir vendiendo los productos que se generan en esas fábricas automatizadas. No, de verdad: las fábricas no se dedican a vender sus productos para que se los paguen con su propio dinero. ¿Alguien se imagina a un frutero repartiendo billetes de diez euros a la puerta de su frutería para que la gente entre a comprarle manzanas y uvas? Pues estos es igual, pero todavía hay quien lo mantiene sin descacharrarse de la risa.
El equilibrio será duro, y no sabemos aún por dónde vendrá. Pero no lo pagarán los robots. Lo pagaremos nosotros, como siempre.