Anda el fútbol español revolucionado en extremo tras el cese fulminante del seleccionador nacional Julen Lopetegui a dos días de iniciarse el devenir de España en el Campeonato del Mundo de Rusia. Una noticia extrema que aumenta si cabe la maldición que sufre Joaquín Calixto Heredia Guerra, que fue durante dos partidos el entrenador del combinado en el que jugaban Zamora y Samitier (y directivo cuando jugaba Pichichi) y que está 'desaparecido' desde hace más de 80 años por haber sido injustamente paseado en León el 21 de noviembre de 1936.
Católico de misa dominical, receptor de la Cruz al Orden del Mérito Militar por su apoyo al Ejército en la Revolución de 1934, presidente de la Cruz Roja en León... y exonerado en un juicio sumarísimo de todas las infundadas acusaciones que se le hicieron.
Y aún así 'sacado' de San Marcos 16 días después de no encontrarse prueba alguna contra él y 'paseado' en la infame fosa de Mansilla de las Mulas en la que acabaron desapareciendo cientos de personas más en los primeros meses de la Guerra Civil Española.
Con esta enorme injusticia terminó la vida de este seleccionador nacional de fútbol en 1923 a manos de elementos 'incontrolados' fascistas, sublevados contra la Segunda República. Pese a ser un personaje reconocido incluso por el más famoso de todos ellos —el que consiguió el Mundial de Fútbol 2010 en Suráfrica, Vicente del Bosque, en la presentación de un libro en su memoria en León hace ya siete años—, ningún listado de seleccionadores lo reconoce. Y la Real Federación Española de Fútbol tampoco parece tenerlo reconocido como tal.
Todo lo ocurrido estos días previos al partido inaugural con Portugal del mundial de Rusia 2018, por inesperado y porque opacará el reportaje que tenía preparado iLEÓN para darlo a conocer esta figura en toda España el primer día del Mundial, indica que una especie de maldición persigue a Heredia de forma implacable: una noticia como la de Lopetegui y su sustitución por Fernando Hierro puede provocar que su figura vuelva a quedar sepultada en el olvido. Una vez más.
Contar lo que ocurrió en León con Joaquín Heredia es una injusticia histórica de enorme calibre que hoy en día todavía sigue vigente, al no reconocer la Real Federación Española de Fútbol que fuera seleccionador nacional en el triunviro que formó con Ormaechea y Argüello (este último sí lo está). Hay que contar que también fue el secretario de la RFEF, que presidía precisamente David de Ormaechea con Luis Argüello como tesorero. ¿Quizás tenga que ver que fuera el único seleccionador paseado por los vencedores en el conflicto fratricida y que por ello se le ocultara en los papeles?
El seleccionador cuyo cuerpo aún sigue a día de hoy desaparecido en una gran fosa común de las que está repleta la provincia de León, fue cargo de la Federación durante un lustro en los primeros años veinte (llegó a ver cómo ganaba España 0-4 en Burdeos a Francia en 1922) y al parecer la abandonó tras una serie de conflictivas asambleas. El triunviro Ormaechea-Argüello-Heredia había cosechado enemigos muy poderosos por una política más a favor que en contra del profesionalismo, justo en la época que había una polémica enorme sobre si el deporte debía seguir siendo amateur para conservar sus valores originales.
Y ojo, que “era la época de Zamora, Samitier y Monjardín y de la selección que había conseguido la plata en los Juegos Olímpicos de Amberes con Pichichi y compañía —según explica en un reportaje de 2015 la especializada Revista Líbero—. Este trío se hizo cargo del equipo nacional para ganar a Francia (3-0) en San Sebastián en enero de 1923 y perder ante Bélgica (0-1) en febrero del mismo año en Amberes”.
¿Quién era Joaquín Heredia Guerra?
“Joaquín Calixto Heredia Guerra, hijo de Rafael Heredia Saliquet y de Pilar Guerra Jáuregui, nació en Madrid el 18 de agosto de 1895 y murió, tal como se desprende de los testimonios de Victoriano Crémer e Hipólito Romero Flórez, en circunstancias trágicas a últimos de noviembre de 1936. Su fallecimiento lo registraría su esposa (Julia Bravo Martín, natural de Haro, Logroño) siete años más tarde en el Registro Civil de León, como acaecido el 21 de noviembre de 1936, siendo enterrado ”en el 'Monte Moral' de Mansilla de las Mulas, como consecuencia de un 'accidente de guerra' según el certificado“.
Para conocer los avatares de Heredia tras su joven afición al 'balompié' (en este reportaje de la Revista Líbero se indica que pudo tener relación con el Real Madrid como exjugador, pero aún no está confirmado) es necesario leer el libro de José Luis Gavilanes Laso '¿Qué fue de Joaquín Heredia?' de Lobo Sapiens. O consultar su estudio 'Un paseado en tierras de León' (aquí en PDF), del que se ha extraído el párrafo superior.
En todo caso, lo ocurrido con este joven aficionado al fútbol, y luego directivo de la federación y seleccionador nacional antes de cumplir los treinta, cuando ya era un prohombre de la ciudad de León, presidente del Comité Local de la Cruz Roja poco después de los 35 años, ejemplifica cómo el terror de la Guerra Civil podía sufrirlo cualquiera, incluso a los centristas y católicos; que la Memoria Histórica no siempre es para un solo bando como se ha venido diciendo hasta ahora.
Y es que la figura de Joaquín Heredia es todo, menos la que cualquiera pensaría que fuera merecedor de un 'paseo' por parte de los sublevados que se habían puesto ya en octubre del 36 bajo el mando de Franco. Casado en Madrid en 1931 se trasladó a León como funcionario de Hacienda, y gracias a su amigo Hipólito Romero Flórez consiguió también un trabajo en la Compañía del Norte de los Caminos de Hierro (el ferrocarril que luego se integraría en la Renfe) y ya antes de 1934 era presidente de la Cruz Roja de León.
Esto último se sabe porque el general Bosch y Bosch —el Gobernador Militar que luego sería el que se sublevaría en León contra la República el 20 de julio de 1936—, le comunicó el 4 de mayo de 1935 la Cruz de la Orden del Mérito Militar, con distintivo blanco (sin pensión) como premio a la “patriótica cooperación que prestó al Ejército durante el movimiento revolucionario de Octubre de 1934”, la fallida Revolución Minera de Asturias y León.
Así, debido a su cargo y a sus ganas de hacer cosas se metió tímidamente en política al principio de la República en el partido de Azaña, Acción Republicana (que para poner un ejemplo era una amalgama de partidos similar a la UCD o la primera etapa de Ciudadanos en el Congreso, con socioliberales y gentes de centroizquierda) junto a Romero Flórez, actuando de tesorero local en 1933. Partido del que se desvinculó al integrarse éste en Izquierda Republicana. Se cuenta que, desengañado, Heredia criticaba duramente al Gobierno del Frente Popular; hasta tal punto que el día 19 de julio de 1936, cuando llegó la columna minera en defensa de la Segunda República a León, se negó a darles apoyo desde la Cruz Roja.
Sin embargo, cuando se sublevó el Ejército el 20 de julio de 1936 en León contra las autoridades republicanas, no dudó en recoger a los heridos de los dos bandos en los pocos, pero contundentes, combates que hubo en la capital leonesa; ordenando no poco después crear un 'hospital de sangre', consciente de que la rebelión militar no había prosperado e iba para largo.
Acusado falsamente y exonerado por un juez militar
¿Y cómo es posible que un personaje así, católico y no muy de izquierdas, terminara detenido y juzgado por “su supuesta actuación en contra del actual movimiento militar, salvador de España”, como pone literalmente en su expediente judicial militar? Pues no se sabe del todo bien el por qué.
“Es posible que fuera más una rencilla personal venida a más, porque desde luego no había motivo para ello; pero es que en aquellos momentos, cuando los militares querían imponer a toda costa su poder, era lo que le ocurrió a muchísimos más. Como a los políticos republicanos de la ciudad, que ni siquiera el obispo, las grandes fortunas o incluso el general Bosch —que terminó purgado por ello—, pudieron evitar que se les fusilara, con multas enormes siquiera por pedirlo. Heredia se vió en una brutal y despiadada represión mortal para imponer el poder de los sublevados a toda costa y eliminar todo lo anterior; una acción irracional y absurda, y que él no podía evitar aunque creyera que iba a salir libre en todo momento, porque en realidad no era enemigo de los militares y no había hecho nada malo”, explica Carlos J. Domínguez, autor del libro 'Asesinaron La Democracia' y redactor de este mismo Diario Digital.
El caso es que fue detenido el 15 de septiembre y acusado por varios motivos que a día de hoy serían completamente absurdos, pero que entonces eran motivo de éxito de casi cualquier delación. Honorio Falcón Otero, el cabo de la Guardia Civil que lo detuvo declaró: “Que la Superioridad dio esta orden por tener confidencias de que se trata de un individio peligroso por sus ideas extremistas”.
Él mismo en su declaración niega acusaciones “haber presidido el mítin de Azaña” (y no lo hizo), pertenecer “al Comité de Izquierda Republicana” (no lo había sido, sí afiliado de base de Acción Republicana, pero se había dado de baja al unirse al partido del que le acusaban haber pertenecido), haber sido Delegado del primer Gobernador civil del Frente Popular (tampoco hay pruebas de ello, y en todo caso iba a visitar a su amigo, Hipólito Romero Flórez, que le había tocado serlo de forma interina), y encima indica que “antes al contrario, puesto que dada su condición de funcionario de Hacienda y su relación intensa con el personal militar, puede demostrar su contribución a las facilidades dadas para el debido acoplamiento de nóminas, pagos, pensiones, etcétera”.
“Como prueba más de su inocencia, e incluso de su adhesión al pronunciamiento militar de julio del 36, Heredia presenta un recibo expedido por la Comandancia militar en el que consta la cantidad de alhajas de oro donadas para engrosar el Tesoro del gobierno de Burgos”, explica José Luis Gavilanes Laso en su estudio sobre Heredia.
Eso no le libró de quedar preso desde ese 15 de septiembre en uno de los lugares más tenebrosos de toda la Guerra Civil Española, el campo de concentración de San Marcos. Pero es que Heredia confiaba tanto en que todo era un error que mandaba cartas de apoyo y de su buena conducta al Juez Militar que le había correspondido (Julián Gómez seco, comandante de Caballería), indicándole en sus comunicados “por si pudiera ser de su interés”. Así, tanto el Inspector Jefe de Hacienda como el de la compañía de ferrocarriles alabaron su diligencia, seriedad y buen hacer; junto con personas de la ciudad de reconocido prestigio y adhesión al pronunciamiento, como el catedrático director del Instituto de Segunda Enseñanza, Mariano Berrueta, el capitán de infantería Manuel Pellitero, y el periodista 'Lamparilla', Carmelo Hernández Moro, el que se había encargado de publicar el primer periódico que salió en la ciudad, tras el último número de 'La Mañana' del 19 de julio, el boletín militar del 25 de julio de 1936.
Libre de todos los cargos, pero en manos de un asesino
El caso es que al final el proceso judicial, en el que estaba conjuntamente con Romero Flórez, resultó (sorprendentemente para la época) en la completa exoneración de todos los cargos. Y bien que felices se las vería Heredia tras eso. Pero ocurrió lo que nadie esperaba, que aún quedaba un obstáculo que sortear.
Resulta que el togado marcial, una vez decide que no hay nada de qué acusarles, ordena dejarles en manos de uno de los carniceros 'sin mancharse excesivamente de sangre' más notorios del momento, Luis Medina Montoro. De apariencia contenida y muy católico, dejó 'hacer' desde su puesto de Delegado de Orden Público a los irregulares falangistas y tradicionalistas, sin mirar por nadie y sin compasión por las víctimas.“El juez militar se 'lava las manos' y les deja a disposición del Delegado de Orden Público, 'para que proceda en la forma que considere conveniente'. Esto es, pone a Heredia y a Romero, su amigo, al pie de los caballos”, indica Gavilanes Laso.
Y aquí se da la paradoja que explica la más absoluta arbitrariedad del paradero de dos hombres justos. Hipólito Romero Flórez (que no Flores), “con más responsabilidades políticas” —catedrático de Ética y Filosofía del Instituto Padre Isla, presidente del Ateneo Obrero Leonés y ex-Gobernador Civil interino de León unos meses antes del pronunciamiento militar— como detalla Gavilanes, “y aun con mejores avales que Heredia, no le habrían servido de nada, si no se hubiese interpuesto oportuna y milagrosamente una orden de traslado a la cárcel de Valladolid, gracias a los buenos oficios de Irene Rojí, esposa del celebérrimo Severiano Martínez Anido, titular entonces de la cartera de Orden Público en el primer gobierno de Franco”.
“De hilos tan frágiles dependía en España el ser o no ser, la vida o la muerte. Las vidas de Heredia y Romero pendían del mismo hilo y discurrían paralelas por la misma causa de instrucción militar, hasta acabar divergentes por capricho de mentes criminales”, escribe en el estudio que se comparte en PDF más arriba. Se narra también que cuando sacan al catedrático de San Marcos, ya conocedor del destino funesto de su amigo, se echó a llorar; pero el chófer le dijo: “No señor Romero, no le van a pasear, se lo prometo; esto viene de muy arriba”. Y terminó preso en Valladolid, pero salvó la vida. Murió en Madrid en 1956.
Las poco fiables palabras de Crémer sobre su muerte
Joaquín Heredia creía sinceramente que todo era un error y que iba a salir de San Marcos, pero no fue así. Existen dos versiones sobre cómo murió, una, muy literaria, de Victoriano Crémer (al que las autoridades militares llamaban en los documentos, 'peligroso sindicalista' y 'rojo peligroso'), y otra de Hipólito Romero Flórez. No coinciden.
La versión más conocida es la de Crémer —que, curiosamente, aún con las definiciones de elemento peligroso que se leen de él en los informes policiales y militares, y habiendo sido secretario del Ateneo de La Rúa, el más revolucionario de todos, no fue ni paseado ni fusilado— que afirma que sobre las doce de la noche del día 21 de noviembre dijeron su nombre. Y él fue a recoger su hatillo, para que le contestaran: “Para qué, donde va no es necesario”. Entonces le entró el más absoluto de los terrores al darse cuenta de lo que le iba a pasar.
Cuenta Victoriano Crémer:
“De modo, que cuando una noche, ya pasadas las doce, que es hora de brujas, de beatas y de supersticiones, abrieron la puerta de la celda y dos carceleros de uniforme llamaron a Heredia, todos aceptamos que, aunque intempestiva, la hora de su excarcelamiento había llegado. Y se dispuso a recoger el hatillo.
⯠¿Para qué, si para donde va no lo va a necesitar?
Fue como una revelación. Y se le rompieron los cordajes de la templanza, de la discreción, del valor. Y dio tal grito, que todos nos estremecimos como si nos hubieran arrancado la piel. ¡Me van a matar! ¡Me van a matar! ¡Ayudadme! Corrió a guarecerse en el rincón más alejado de la puerta, donde los guardianes seguían inalterables el proceso de descomposición... Gritaba,rugía, golpeaba las paredes, saltaba por encima de los hombres tendidos en el suelo, hasta que los carceleros, cansados de esperar, se fueron a por él y le redujeron. A rastras le sacaron“.
San Marcos de León se convirtió en cárcel y campo de concentración desde el principio de la Guerra Civil.
Más allá de esta, la más conocida versión de su saca de San Marcos, existen otras dos. Otra versión más tardía del escritor que, pese a ser un hombre peligroso en todos los papeles de los sublevados, 'curiosamente' no fue paseado. Y una segunda más medida, con más mesura pero de igual tristeza, que es la de su amigo íntimo Romero Flórez que dice que le sacaron a las seis de la tarde.
La cuestión es que las dos versiones de Crémer no coinciden, ni entre ellas ni con la del profesor de Filosofía que por el azar del destino sobrevivió a la prisión en San Marcos y Valladolid. Gavilanes indica: “Siendo escrupulosos, como podemos observar tras su lectura, tampoco Crémer coincide totalmente en sus dos propios testimonios, por lo que concierne al momento en que los guardias sacan a Heredia de la celda. En un caso, cuenta Crémer que los guardias le dicen al preso que nada recoja, pues, para el destino que lleva, sus pertenencias no le van servir de nada; en el otro, sin embargo, le dicen que recoja sus cosas, pues va a ser trasladado. Volviendo al cotejo con Hipólito Romero, Crémer no coincide con el catedrático de Filosofía, ni en la hora en que Heredia abandona la celda (Crémer, más verosímil en este punto, habla de las doce de la noche, y Romero Flórez a las seis de la tarde, hora más taurina que de 'paseos'), ni en el número de la celda (2 y 5, respectivamente), ni en la reacción de Heredia (para Crémer, una reacción de pavor y resistencia a ultranza; para Romero, todo lo contrario). Mi impresión es que ambos le dan un tinte literario al hecho real, pareciéndome más verosímil en este último caso de la reacción de Heredia lo expresado por Romero Flórez”.
El caso es que lo sacaron de San Marcos y nunca más se supo del ex seleccionador de fútbol de España. Y aún hay más crueldades, ya que años más tarde, en 1943, su mujer tiene que solicitar un acta de defunción. Que literalmente le descubre dónde está enterrado, aunque desaparecido:
“En la ciudad de León, a las doce horas del día catorce de marzo de mil novecientos cuarenta y tres, ante don Ricardo Gavilanes Cubero, Juez Municipal, y don Jesús Gil Sanz, Secretario, se procede a inscribir en el Registro Civil la defunción de don Joaquín Heredia Guerra, de 40 años de edad, hijo de Rafael y Pilar, natural de Madrid y vecino de León, empleado, de estado casado con doña Julia Bravo Martín; falleció a causa de un accidente de guerra el día 21 de Noviembre de 1936, y fue enterrado en el Monte Moral, próximo a Mansilla de las Mulas”.
Es fácil pensar en el espanto de su viuda. Su marido tirado en un monte al que jamás podría acudir a sacar su cuerpo, por ser un lugar conocido de fusilamientos al que las autoridades franquistas jamás dejarían descubrir (y aún hoy en día, 82 años después parece imposible sondear).“En el montico de La Cenia siguen bajo tierra los restos de aproximadamente unos 150 fusilados. Aún queda gente en Villómar y Sahelices del Payuelo que recuerda la llegada nocturna de camiones y las descargas inmediatas de la fusilería”, afirma José Luis Gavilanes.
Pero eso no es todo, dentro de la maldición del olvido de Heredia, Gavilanes Laso apunta otra circunstancia que hace ver lo durísimo de su final, que parecía no terminar a lo largo de los años (lo que suele pasar con los desaparecidos). No hay un sólo motivo de su muerte. En la documentación encontró tres. Obviamente, eufemismos para evitar la palabra 'paseo'. El primero, el 'accidente de guerra' del certificado de defunción; el segundo, un informe de la Comisaría de León en el que se indica que falleció 'a consecuencia de la lucha de las fuerzas Nacionales contra el marxismo', en las proximidades de Mansilla de las Mulas (León), recibiendo sepultura en el sitio denominado Monte Moral“. El tercero, de la Jefatura Superior de Policía de Madrid en el que ”dicho individuo falleció a consecuencia de la guerra“. Hay una fecha más que aparece en los pappeles, el 10 de noviembre de 1938 ”pero no se sabe sin que conste lugar de enterramiento, no sabiendo cuál es la causa que hace que se consigne una fecha posterior a la real“, explica.
Las víctimas no eran elegidas al azar
Y es que según otro de los mejores expertos en lo que ocurrió con la brutal represión de las fuerzas armadas sublevadas la purga en Hacienda, donde era oficial de tercera, ejemplifica la sinrazón organizada de aquellos momentos.
Según Francisco Javier González Fernández-Llamazares, uno de los estudiosos de la represión del Ejército sublevado en León, lo ocurrido en León (al igual que en la parte de España que controlaban los sublevados) era algo sistemático. Comprobando una lista de empleados en agosto de 1937 dice lo siguiente en su libro 'Los leoneses que financiaron a Franco': “Hay alguno como en el caso de Joaquín Heredia que no figura en la lista porque sencillamente ha sido 'paseado'. Si nos fijamos bien, en cada gremio, en cada institución, hay al menos un 'ilustre paseado' o ajusticiado tras consejos sumarísimos de guerra que sirve de 'modelo de escarmiento' para el resto de los funcionarios o trabajadores. Pio Álvarez en Sierra Pambley, Joaquín Heredia en Hacienda y en la Cruz Roja, Orestes Vara Lafuente en Correos, Fernando Morán en la Delegación de Trabao, Julio Marcos Candanedo, Luis Vega Álvarez o Rafael Álvarez García como tres más entre los numerosos maestros nacionales e inspectores de Primera Enseñanza, Esteban Zuloaga entre los abogados del Estado, Manuel Santamaría Andrés entre los catedráticos de Instituto, Aquilino Huerta del Río en el Ayuntamiento, etcétera”.
Y remacha: “Ahí residía la idea, porque las víctimas no fueron elegidas al azar. Así funciona el terror, como si se tratara de 'una inevitable, aséptica y quirúrgica amputación que evitará que el cáncer se extienda por todo el cuerpo (o nación)', que esgrimían los golpistas”.
¿Entonces, cuál es la verdadera causa del asesinato de Heredia? José Luis Gavilanes Laso afirma que es “por ser masón”, aportando una serie de documentos en el que se le nombra entre ellos. Pero todos son posteriores, avanzados los años cuarenta, cuando se crea el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Al ex seleccionador nacional de fútbol se le abre instrucción en 1945 como perteneciente a la Masonería.
Sin embargo, la hipótesis de Gavilanes parece endeble: los documentos son muy posteriores al fusilamiento de Heredia, y en ningún momento se le cita como masón en los de 1936. A Heredia le tocó la china, posiblemente denunciado por alguien que le tenía manía, provocando su muerte por culpa de ese afán 'ejemplificador' y de 'limpieza de autoridades' que supuso la barbarie irracional del bando que terminó venciendo la guerra. Ellos mismos taparían con sus excusas asesinatos tan horribles e incomprensibles como el de Heredia, y cuál mejor que nombrar masones incluso a quienes no lo fueran, como ocurrió en otros tantos casos.
En esos documentos del año 45 vuelve a aparecer la maldición del olvido de Joaquín Heredia: el juez instructor solicita al Juez Municipal de Mansilla de las Mulas el certificado de defunción, pero éste le asegura que no existe en su circunscripción ninguno en la fecha del 21 de noviembre de 1936 “ni en ninguna otra”. “Ignoraban ambos jueces que el fallecimiento de Heredia ya había sido anotado oficialmente en el Registro Civil de León el 14 de marzo de 1943”, asevera tristemente el autor del estudio.
¿Y quién va a hacer algo para sacar a Joaquín Heredia de la fosa común de La Mata del Moral?
La historia de Joaquín Calixto Heredia Guerra ejemplifica que el terror vivido en la zona sublevada al principio de la Guerra Civil Española no era exclusivo del bando de los 'rojos'. Ni mucho menos. No fue el único católico y hombre de orden que fue masacrado por los sublevados; que pronto tuvieron la desvergüenza de llamar 'rebelde' al Gobierno Constitucional, como ya se leía en el Boletín Militar publicado por 'Lamparilla' en León el 25 de julio de 1936, cinco días después de alzarse en la capital leonesa contra la autoridad.
Es conocido por todos en la ciudad el destino de la llamada cuerda de Emilio Francés (el Gobernador Civil), en el que murieron el alcalde Miguel Castaño, el joven presidente de 30 años de la Diputación de León Ramiro Armesto, y tantos otros que fueron fusilados, casualmente, a las 7 de la mañana del mismo día en que fue paseado Joaquín Heredia; pero estos en el campo de tiro militar del alfoz leonés en Puente Castro (con lo que sus familias pudieron recoger sus cuerpos). Que no tuvieron piedad en la provincia, como le ocurrió al alcalde de Ponferrada, Juan García Arias (fusilado el 30 de julio), todos moderados y reconocidos como grandes personas, moderadas y gente de orden por la Sociedad de la Época.
Incluso días antes de que se cumplieran las sentencias de muerte, los líderes sociales de León, incluido el obispo Álvarez Miranda (que terminó apartado por las autoridades y casi se juega el puesto) intentaron solicitar por carta el perdón de todos ellos. El resultado: una espectacular multa conjunta de unas 100.000 pesetas, lo cual era una barbaridad por la época, por interferir en la política de terror de los nuevos amos.
¿Y Heredia? ¿Alguien va a hacer algo sabiendo la zona donde está enterrado, junto a más de cien represaliados más? La finca de La Mata del Moral es propiedad de la Fundación Octavio Álvarez Carballo, que bien podría dar permiso para realizar una investigación con georradar para encontar la fosa. Cruz Roja Española y la Real Federación Española de Fútbol también podrían preocuparse de todo un seleccionador español y presidente de Comité Local y encontrar los fondos necesarios ya no sólo para homenajearle y reconocerle, sino para poder sacarlo de allí exigiendo el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica.
Ya este último 6 de diciembre de 2017, este digital recordó en una información a los demócratas olvidados por la Constitución de 1978, en la que se sugería al Ayuntamiento de León que se le le concediera una calle a aquellos que se han quedado fuera de la Historia Democrática española, incluido Joaquín Heredia Guerra.
iLEÓN se ha puesto en contacto con la Fundación Álvarez Carballo, Cruz Roja Española y la Real Federación de Fútbol preguntándoles si van a homenajear a este seleccionador nacional de fútbol desconocido por la mayoría de españoles (y presidente leonés de la ONG humanitaria); y si van a solventar su situación de 'desaparecido', disponiendo fondos para la apertura de la fosa y la recuperación de los cadáveres.
Ojalá el escándalo de Lopetegui y el ruido del Mundial de Rusia no haga que vuelva a a caer en el olvido al seleccionador Joaquín Calixto Heredia Guerra, y a todos los que le acompañan en ese lugar maldito de La Mata del Moral.
Ojalá vuelvan a ver la luz y se certifique de una vez, y para siempre, su recuerdo.