Sensaciones y sentimientos de un evocador paseo por Caboalles de Abajo

Vista de Caboalles de Abajo hacia Leitariegos.

Luis Álvarez

No hacen falta excusas para encontrar en la provincia de León el momento de deleitarse con la belleza de cualquier rincón, pueblo o paisaje. Así que no fue excusa el motivo de un asunto personal que me llevó a disfrutar en esta semana primaveral de un tranquilo y breve paseo por la localidad de Caboalles de Abajo, que acabó cargado de sensaciones y sentimientos.

La visita me regaló aprovechar íntimamente un breve paseo desde el viejo caserón del antiguo economato de MSP hasta la Casa del Pueblo caminando por la calle Del Río. Este escaso tiempo de asueto, solo, sin conversaciones, sin interrupciones, recreándome en el paisaje, en los rincones, en los pequeños detalles, me concedió disfrutar de un recorrido poco transitado, solitario, sin ruidos y constatar la exuberancia de la vegetación, que en la primavera envuelve al valle de Laciana. La misma que hizo florecer muchos recuerdos de mis propios tiempos de infancia.

Desde el muro del patio del viejo economato, hoy reconvertido en consultorio médico y biblioteca pública, se aprecia una excelente panorámica de las dos bifurcaciones que duplican el valle sobre la mitad del trazado del pueblo.

A la altura de El Puente se abre un valle a de la derecha, hacia el noroeste por el cauce del río Tuerto, camino de la braña y de Leitariegos. Por la izquierda hacia el oeste, otro ramal forma un estrecho valle que a través de Caboalles de Arriba asciende hacia La Collada de Cerredo.

La panorámica que se presenta resulta cautivadora con sus contrastes de colores. El azul del cielo con los tonos blancos y grises de las nubes de evolución que llenan la parte superior del encuadre. La gran variedad de tonalidades del verde de la vegetación, que siembran las laderas de las montañas y surgen por doquier como efluvios reverdecidos entre las construcciones y carreteras, con las manchas de sombra de las nubes que oscurecen el color casi efervescente de los bosques. Los colores de las viviendas, con sus tejados negros de losa o parduzcos cuando ya están muy envejecidas.

Se trata de un tiempo para disfrutar y guardar esas imágenes para el recuerdo. Emprendo el descenso través de la escalera, que en mis evocaciones de niñez sólo era una senda de tierra muy pendiente y resbaladiza, hacia la carretera de Ponferrada a La Espina, poco transitada a esta hora. Hay una vieja casa que se está restaurando, casi haciendo de nuevo: Le llamaban la de Las Liberatas y hubo en tiempos en ella una panadería.

Sobre el trazado de la carretera en la margen derecha a escasos metros me acerco a ver la vieja casa del estanco. Está cerrada. Sus propietarios vendrán seguramente en verano. En su fachada, medio escondido en la esquina derecha, el noble y puntual reloj de sol marca las nueve y media, lo cual no se ajusta a la hora de mi reloj. Aunque lo cierto es que el viejo reloj de piedra mide el tiempo siempre igual, no como nosotros, que cambiamos o alteramos las horas a conveniencia.

Cruzo la carretera y accedo a la calle Del Río. El descenso es cómodo. Bajo el puente D´arriba, de piedra con tres ojos, discurre el agua que baja desde la braña y Leitariegos, limpia, clara, transparente, apetecible para beber.

La vegetación de ribera que crea un túnel sobre el cauce, acorta el límite de la visibilidad y nos obliga a centrarnos en lo más próximo. El agua y el murmullo de su discurrir entre las piedras, un susurro ideal para relajar el ánimo, para lograr hacernos olvidar las tensiones y preocupaciones del día a día.

El Puente, que está apenas a cien metros aguas abajo, no puedo verlo por la frondosa maraña de árboles sembrada sobre las veredas del río, que lo oculta de mi visión. Se trata de un enorme puente que incluso da nombre a un barrio. Eso nos haría creer que es el único puente del pueblo. Pero no es así. Caboalles de Abajo tiene seis puentes, a saber: ese grande ya mencionado, el de D´arriba por el que transitamos; aguas arriba 'El del Lobo' y el de 'La Sierra'. Aguas abajo, el puente dde 'El Carreirón' y sobre el río que baja de Caboalles de Arriba, los de 'Carracedo' y 'Las Arregadas', que dan acceso a los caminos y fincas de la ladera sur del valle.

Dejamos el agua y pasamos a la margen derecha de la corriente para ascender hasta la casa del pueblo. Pero antes, dos detalles más. La primera casa en el ascenso es una casita pequeña adecentada recientemente y engalanada de tiestos y flores en sus paredes exteriores. Incluso han colocado dos macetas alargadas sobre el muro colindante con el puente que impregnan de aires alegres la percepción y la vista del paseante.

Unos metros más arriba me cruzo con la única persona con que me tropecé en todo el trayecto. Es una mujer. Intercambiamos el saludo habitual de buenos días y cada uno continuamos nuestro paseo. A escasos metros, las ruinas de otra casita me retrotraen al mundo real y me despiertan de la ficción utópica que recrea mi ruta.

Al final, pienso que la ruina es una parte importante de la esencia de la existencia. Todos llegaremos a ella, si tenemos la suerte de sobrevivir lo suficiente. Porque la ruina acredita que hemos vivido y hemos sido útiles durante algún tiempo. Por eso me resultaron hermosas las ruinas de las piedras derruidas y me aportaron tanto como la vida natural que brota un día cualquiera de cualquier primavera de Caboalles de Abajo.

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