El conocido como true crime es un subgénero narrativo que se caracteriza por la investigación y reconstrucción de crímenes reales. Desde hace algunos años este tipo de recreaciones documentales o ficcionadas de los homicidios más célebres y escabrosos se ha ganado el favor del público y suele alcanzar los primeros puestos entre lo más visto de las plataformas de streaming. Y como en cualquier otro género nos encontramos de todo, desde burdos productos amarillistas hasta auténticas joyas como los ya clásicos The Jinx (2015), Making a Murderer (2016), O.J.: Made in America (2016) o la más reciente The Staircase (2022).
Los espectadores españoles no hemos sido ajenos a esta nueva corriente y también la crónica negra ibérica ha sido observada desde todos los ángulos posibles con multitud de producciones audiovisuales. A veces no han sido más que meros vehículos para alimentar el morbo más barato y adictivo. Pero en muchas otras nos hemos encontrado con concienzudas miradas que aportan nuevos datos a los casos que retratan y que interesan enormemente al espectador porque, en definitiva, hablan de nosotros, de ese animal fascinantemente complejo que es capaz de los actos más abyectos o más bondadosos. Miniseries como El caso Alcàsser (2019), Dolores: La verdad sobre el caso Wanninkhof (2022), El cuerpo en llamas (2023) o El caso Asunta (2024) son un buen ejemplo de este tipo de true crime nacional que exprime casos muy mediáticos y que generan un inagotable interés en la audiencia. O también Muerte en León (2016), la brillante y ágil exploración del asesinato de la que fuera presidenta de la Diputación de León Isabel Carrasco.
Aunque de todas ellas fue posiblemente The Jinx (2015) la pionera en abrir el camino a esta edad de oro del true crime. La narración de la investigación de las extrañas muertes que gravitan alrededor de Robert Durst, millonario perteneciente a una poderosa familia neoyorquina que parece salirse siempre con la suya, es tan magnética como turbia. La frialdad con la que este siniestro personaje contesta a las preguntas del director hechiza al espectador de la forma más inquietante, descubriéndonos lo incómodo que puede ser saberse fascinado por el mal, el no poder evitar sentirse cautivado por el morbo más oscuro. Y todo está contado con un sentido del ritmo que nos impide apartar la vista de la pantalla. Es una obra maestra del género que marcó un punto de inflexión en este tipo de docuseries que tanto brillan en la actualidad.
Al final de aquella primera parte los espectadores de todo el mundo se quedaron atónitos al oír a Robert Durst murmurar, cuando creía que ya no tenía el micro abierto: 'Los maté a todos, por supuesto’. Esa involuntaria confesión y la aparición de nuevas pruebas llevó a su detención y a que el caso se abriera de nuevo. Y eso es lo que cuentan estos nuevos seis episodios que cierran el círculo de esta macabra historia, el juicio y la caída definitiva de este asesino que por fin vio caer todo el peso de la ley sobre sus crímenes.