El 30 de octubre de 2006 Amy Winehouse publicaba Back to Black, segundo y último álbum de su carrera que obtendría un enorme éxito de crítica y público, vendiendo más de veinte millones de copias y proyectando su fama hasta niveles planetarios. Es uno de esos álbumes que quedan grabados en la memoria colectiva, que trascienden su condición de catalogo de buenas canciones para convertirse en la banda sonora de una determinada época. Su vuelta de tuerca al sonido soul más clásico y la dura honestidad de sus letras convirtieron a canciones como 'Rehab', 'You Know I'm No Good', 'Back to Black', 'Tears Dry on Their Own' o 'Love Is a Losing Game' en auténticos himnos generacionales. Aunque todo ese éxito también trajo consigo una exposición mediática que catalizaría sus inseguridades, dependencias sentimentales y adicciones hasta la destrucción personal, hasta su muerte a los 27 años de edad. Y ya saben lo que significa morir a esa edad y pertenecer al mismo club que Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Jean-Michel Basquiat o Kurt Cobain; significa convertirse en una leyenda.
En el año 2015 se estrenaba Amy, documental que indagaba en la tumultuosa vida de la artista gracias a una ingente cantidad de material gráfico inédito y a numerosas entrevistas de archivo dadas por ella misma y por su círculo familiar y sentimental más cercano. Su director, Asif Kapadia, es un especialista del género que tiene en su haber unos cuantos y brillantes retratos hagiográficos de celebridades, como Senna (2010) o Diego Maradona (2019). Su trabajo revolvía en lo más turbio de la vida de la cantante, sacando a la luz el escandaloso estercolero que es la prensa sensacionalista cuando se dedica a escarbar irresponsable y amoralmente en las miserias familiares y sentimentales de sus víctimas. Podríamos decir que esa película es la cara B de esta otra ficción que acaba de llegar a los cines y que busca reivindicar, por encima de todo, el colosal talento de la artista.
Al filme Back to Black no se le pueden negar sus buenas intenciones, su insistente búsqueda de los rasgos más amables de una peripecia vital tan complicada como la de Winehouse resulta conmovedora, pero demasiado complaciente. Sam Taylor-Johnson necesita subrayar una y otra vez que Amy fue una víctima de su naturaleza adictiva y de sus masoquistas dependencias sentimentales, que hay estrellas que solo llegan para brillar un tiempo antes de consumirse indefectiblemente. Y en este sentido la película se vuelve vulgar, con un abuso de lugares comunes y un convencional aire televisivo, demasiado plana en fondo y forma. Aunque eso sí, solo por la portentosa interpretación de Marisa Abela y por la música increíble que Amy regaló al mundo ya merece la pena acercarse a la sala de cine.