Preparación física para hacer el Camino de Santiago

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Un peregrino recorre una media de 25 kilómetros diarios, cargando con una mochila de 8 ó 9 kilos y enfrentando cuestas imposibles, llanuras interminables, lluvia, viento, sol…

La exigencia física del Camino es muy grande y debemos estar preparados para evitar lesiones o abandonos. Aunque también es importante recordar que una buena dosificación del esfuerzo en los primeros días de Camino es fundamental para que el cuerpo vaya encontrando su tono.

Es increíble cómo, pasados unos cuantos días de Camino, comenzamos a sentirnos dueños de un vigor físico que desconocíamos y que nos empuja a la ruta con energía renovada cada día.

Entrenamiento

Lo primero es diferenciar entre aquellos que ya practican un deporte habitualmente y los que llevan una vida más sedentaria. Todos conocemos nuestra realidad física y nuestras rutinas; por lo tanto, es importante adaptar el entrenamiento a la persona. Aunque más que hablar de entrenamiento, deberíamos hablar de habituar el cuerpo al esfuerzo, de ir cogiendo ritmo. Lo ideal es empezar a caminar distancias cada vez más largas un par de meses antes de empezar nuestro Camino, y hacerlo de forma constante e incrementando las dificultades. También se puede contemplar el entrenamiento con ejercicios de tonificación muscular que nos ayudarán a evitar algunas lesiones muy comunes para el peregrino, como tendinitis, esguinces o sobrecargas musculares. Y en cualquier caso tenemos que tener presente que durante el Camino estaremos además cargando con una pesada mochila, lo que acentúa y mucho el esfuerzo. Por eso no es mala idea incorporar una, de peso similar a la que llevaremos en ruta, a nuestra rutina de entrenamiento en las últimas semanas.

Estiramientos

Tanto en las semanas de entrenamiento como durante el Camino es fundamental para evitar lesiones y contracturas el estirar antes y, sobre todo, después de caminar. Es una rutina de ejercicios que no nos llevará más de 10 minutos y que puede marcar la diferencia. El estiramiento de espalda, cuello, cuádriceps, gemelos o isquiotibiales nos ayuda a recuperar mucho más rápido y es la mejor medicina contra las agujetas o los músculos cargados. Y ya que estamos, nunca está de más un ligero masaje a nuestros cansados e hinchados pies al terminar la jornada.

La importancia de un buen calzado

Hay un axioma que se cumple casi inexorablemente: estrenar calzado en el Camino es sinónimo de rozaduras y ampollas. Es uno de los errores más frecuentes entre los peregrinos novatos. Si no disponemos de unas zapatillas o botas de trekking ya usadas lo ideal es comprarlas cuando empecemos a entrenar, para ir así adaptando pies y tobillos a ellas y evitar que estén muy duras. Las botas han de ser flexibles y ligeras.

Otras consideraciones

El Camino no es una competición, no es una carrera para ver quién llega antes. Más si cabe es esencialmente lo contrario, se trata de disfrutar la ruta, de empaparse de naturaleza y de seguir el ritmo más adecuado para cada uno. Existe una ley no escrita entre los peregrinos que consiste en respetar ese ritmo y no exigir a los demás que se adapten al tuyo, cada uno camina como su cuerpo y su mente le indican. Hay que fluir, no correr. Muchas de las lesiones o razones de abandono llegan precisamente por no escuchar a nuestro cuerpo y querer correr más.

La única competición es con uno mismo, se trata de superar retos personales y de disfrutar el viaje.

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