Hay quien es más amigo “de perros” y quien es más “de gatos”, como si fuera un equipo de fútbol y forofos de una especie u otra. También hay una multitud de personas que simplemente aman a los animales y en sus casas conviven juntos, haciendo falso el dicho de “llevarse mal como perro y gato”.
Los gatos también llevan con nosotros varios miles de años, pero de una forma muy diferente a los perros. Quien tiene un gato sabe de su personalidad, diferente a cualquier otro animal de compañía, hasta el punto que hay quien afirma que, en realidad, los gatos nos han domesticado a nosotros. Otros opinan que nadie 'posee' un gato, sino que él posee un humano.
Quien tenga un gato sabe que no se puede decir que estén domesticados como los perros o el ganado, quienes responden a órdenes. El gato obedece pocas órdenes y más bien ordena sutilmente al humano. El gato decide cuando pide cariño o cuando lo da y si 'su' persona se pone pesada quizá se lleve un arañazo.
¿Desde cuándo somos amigos?
El gato en estado salvaje vivía en el norte de África y el Oriente Próximo. Es conocido como 'Felis sylvestris lybica', explicado en rápido, un pariente de nuestro gato montés (ojo, no confundir con el lince). Hace tiempo se atribuía a los antiguos egipcios su domesticación. Una cultura tan especial, que amaba a muchos animales o les tenía por sagrados, entre ellos el gato. Los gatos aparecen en las necrópolis en grandes cantidades, lo adoraban (literalmente); así que todo el mundo daba por supuesto que los egipcios habían domesticado al gato.
Pero para eso estamos los arqueólogos, para encontrar algo y fastidiar al prójimo y sus suposiciones.
En el año 2004 apareció en Chipre un gato enterrado en una tumba de época neolítica, de hace 9.500 años. Fue todo un batacazo para lo que se pensaba hasta entonces de la relación con los humanos. En la tumba se había enterrado una persona de unos 30 años –no se determinó el género–, con un ajuar bastante rico que la acompañaba al más allá, con lo que estaba claro que era de buena posición social. Lo más peculiar de la tumba era la compañía de un gato de ocho meses, enterrado al lado suyo y que delata un vínculo muy especial entre ambos. El deseo de hacer el viaje al más allá junto a su felino amigo.
Desde luego, es un hallazgo muy raro. Nadie se enterraba con su gato en esa época y solo milenios después se puso de moda en Egipto. Además, en la isla de Chipre no existían los gatos salvajes. Chipre se colonizó con poblaciones muy antiguas de agricultores neolíticos que procedían del Oriente Próximo. Se llevaron sus enseres, sus herramientas, las semillas para cultivar y garantizar su supervivencia. ¡Y cómo no, a sus gatos! De lo contrario no existe una explicación a su presencia en la isla. Cualquiera se puede imaginar que no tenían embarcaciones muy espaciosas, así que solo se llevaron lo indispensable. Y ellos consideraron que sus gatos eran indispensables.
¿Cómo nos hicimos amigos?
Quien tenga en casa un gato sabe que obedece a pocas cosas. Una de ellas es el sonido de su recipiente de comida.
Hace diez mil años en Oriente Próximo y en concreto en Palestina, había comunidades que recolectaban el cereal silvestre y más tarde aprendieron a cultivarlo: los primeros agricultores. La gente empezó a vivir en poblados, en lugar de ir de un lado para otro. Construyó casas estables, graneros y silos para almacenar sus cosechas. Ahí empieza la historia de las ciudades y también la de nuestros amigos gatunos.
Los gatos salvajes ('Felis sylvestris lybica') se acercaron a los poblados humanos porque alrededor de los graneros abundaban roedores, en los campos sembrados había muchas aves y bastantes presas potenciales. Si los humanos creamos nuestros graneros, inconscientemente también hicimos unas despensas para gatos. Era un buen territorio de caza por su abundancia y ahí sonaba a recipiente de comida. Los granjeros, por su parte, siempre han protegido a las especies que controlan las plagas. Y no solo han sido los gatos, sino que hay una larga lista como sapos, rapaces, culebras y bichos de todo pelaje; pero de todas ellas, la única que entró a casa con los seres humanos ha sido el gato.
El siguiente paso es más difícil de explicar.
¿Cómo se pasó de cazar ratones a vivir juntos?
El gato es un animal nocturno, muy poco social (no vive en manada) y de hábitos poco compatibles con nosotros y aún se va de casa cuando está en celo a reproducirse. Esto último, les trae locos a los biólogos: los gatos domésticos se han cruzado entre sí y con sus parientes salvajes durante tanto tiempo, que ha sido casi imposible diferenciar los gatos domésticos de los salvajes durante milenios.
Hay una larga lista de teorías sobre su domesticación, algunas de difícil demostración. Desde las más ingenuas, que creen que simplemente se capturaron y encerraron. A otras más sofisticadas que esgrimen una batería de motivos religiosos en el antiguo Egipto.
Pero al final, algunos especialistas se han acabado por rendir y muchos afirman que el gato “se domesticó a sí mismo” y decidió vivir cerca de los poblados, tener relación con sus habitantes y recibir alimento de ellos. Si usted tiene un gato lo entenderá: literalmente hacen lo que les place. Incluso después de milenios de años de convivencia, nunca se ha logrado moldear un comportamiento particular, como ha ocurrido con el perro. Aún así, nuestra relación ha sido tan especial nos acompañaron donde fuimos, como los colonizadores de la isla de Chipre hace 9.500 años.
Bastet: La diosa gato
Los egipcios sentían pasión por los gatos y es la cultura más devota a esta amistad. En su lengua les llamaron 'miw', que se pronunciaría 'migüer'.
Hace 4.500 años los gatos ya cazaban ratones y otras especies en los poblados egipcios. Son capaces de cazar víboras venenosas e incluso hay videos atacando peligrosas cobras. Siglos después los gatos pasaron a vivir dentro de las casas y se convirtieron en un miembro de la familia. A pesar de su carácter independiente, seguían cruzándose con los gatos salvajes. Solo hacia el 1.500 antes de Cristo los biólogos son capaces de diferenciar formalmente –es decir, por su esqueleto– al gato doméstico de su pariente salvaje.
Para entonces, los egipcios pensaban parecido a nosotros (en realidad nosotros pensamos como los egipcios). Se creía que atraían la buena suerte, protegían el hogar y a sus miembros, así que terminaron divinizados. Había una diosa, llamada Bastet, que al principio tuvo cabeza de león, pero hacia el 1.000 antes de Cristo los egipcios estuvieron de acuerdo que debía tener la forma del gato, porque la personalidad de ambos era idéntica. Una diosa femenina símbolo de fertilidad, protectora de los embarazos, de hogares y de la armonía. También era nocturna, asociada a la luna y de carácter cambiante, como nuestros gatunos amigos, que podía ser fiera (como los leones) o cariñosa como los gatitos.
Se adoró a los gatos en sus propios templos, les momificaron al morir y ahora aparecen sus momias por miles. Mucha gente eligió enterrarse con sus gatos, para compartir la eternidad del más allá egipcio, que prometía una vida después de ésta. Y estaba prohibido matarlos o maltratarlos bajo penas bastante duras.
De Egipto a Europa
Los gatos son poco viajeros y tardaron tiempo en cruzar el Mediterráneo. Los griegos cuentan una historia sobre cómo consiguieron tener gatos. Ellos tenían comadrejas o hurones en las casas para contener a los ratones. Los romanos además, tenían serpientes que también son grandes cazadoras de ratones y llegaban a tener un comportamiento doméstico (según ellos, claro).
El caso es que los comerciantes griegos habían visto los gatos en las casas egipcias y se encapricharon de ellos. Les pidieron que comerciasen con gatos, pero los egipcios se negaron en redondo: que si eran sagrados, que si la diosa, que si se pusieron estupendos... así que los griegos, eran unos tipos con escrúpulos justos, robaron unas cuantas parejas y se las llevaron a Grecia. Solucionado el problema.
Son curiosos los griegos. Fueron grandes científicos, vamos, los padres de casi todas las Ciencias. Artífices de avances científicos espectaculares, pero les gustaba contar a todo el mundo que robaron los grandes descubrimientos. Se jactaban de quitarle el fuego a los propios dioses. O se jactaban de haber destruido Troya con engaños, porque no les pudieron ganar la guerra. Ya saben, la historia del caballo de Troya. Y todo para quedarse (de nuevo) las rutas comerciales del mar Negro. Y no contentos, hicieron de ello el libro más leído de la Antigüedad: 'La Ilíada'.
Los griegos, grandes comerciantes en dura competencia con los fenicios, les vendieron gatitos a todo el mundo: celtas, persas, romanos..., y se afirma que tras los ejércitos de Alejandro Magno llegaron nuestros gatunos amigos llegaron a la India y a China, donde hicieron furor.
Pero curiosamente a los griegos no les hacían mucha gracia los gatos. Les consideraban animales de compañía para las mujeres, en casas de alta alcurnia, pero no fue un amigo demasiado popular. Los romanos, en cambio, debieron tener más pasión por los mininos. De hecho, se los llevaron por toda Europa y se les atribuye que llegasen a todo el continente. Los bigotudos cruzaron el Rin en el siglo I después de Cristo e incluso llegaron a Escandinavia en torno al siglo I ó II, a tierra de vikingos; quienes les tomaron enorme cariño. Claro, que también se les comían y vestían con sus pieles, eso sí, muy apreciadas en el Medievo.
Los estudios de la Universidad de León, de mis compañeros Carlos Fernández y Natividad Fuertes, nos dicen que los romanos nos trajeron los gatos a tierras leonesas y a todo el Noroeste. Es posible que en Astorga se les viese por primera vez en tierras leonesas, contoneándose por los atrios de las casas ricas de los romanos. En esta ciudad se han encontrado esqueletos, a veces enterrados con cuidado, como muestra del cariño que se les profesaba.
No tardando mucho, los mininos acompañaron a la población con independencia de su posición social. Un testimonio de ello es su presencia en lugares tan poco glamurosos como las fábricas de tejas y ladrillos romanos. Cualquier arqueólogo ha visto decenas de ladrillos romanos con las pisaditas que dejan estos curiosos compañeros. Cuando el artesano tejero dejaba secar al aire los ladrillos, hechos de arcilla húmeda, más de un gato aprovechó para darse un paseo por allí, donde quedaron impresas sus huellas.
Poco más que añadir a este periplo. Los gatos ya no nos volvieron a abandonar. Durante la Edad Media aparecieron los gatos de pelaje atigrado, que procedían del mundo islámico. Y solo desde los siglos XVIII y XIX se han ido creando razas nuevas de aspectos diferentes, que no han variado gran cosa su comportamiento.