Brañuelas recibe al visitante una mañana de septiembre, con las nubes cubriendo parte del cielo y una temperatura máxima de dieciocho grados. El cartero sale de su oficina y se dirige a su siguiente localidad, Villagatón. Subiendo una pequeña cuesta aparecen el Andén 25, el Museo Ferroviario, la estación de tren y un pequeño bar con una gran terraza. En una esquina de esa plaza viven Teresa Coello Rubín y su hermano Isidro. Ella, Teresa, es la octava de once hermanos. Hoy, 13 de septiembre, pero de hace cien años, el pueblo de las brañas, el carbón y el ferrocarril la vio nacer.
En la galería en la que Teresa recibe al que escribe estas líneas hace calor. Detrás de los cristales, el viento resopla y la gente pasa abrigada. Isidro recuerda que ahora tienen calefacción, no así cuando eran jóvenes, y no tan jóvenes. Teresa, sentada en una silla de ruedas va desgranando su vida desde que iba a la escuela. En ese momento su sobrina saca la pequeña maleta con la que Teresa iba al colegio de Brañuelas. Una pieza etnográfica y una muestra significativa del valor de la educación para las personas que estudiaron durante la república. Años más tarde de aquellos días de escuela, recuerda esta mujer centenaria, iba todos los días al baile, cuando Brañuelas contaba con dos mil habitantes.
Teresa, vagamente, habla de sus treinta años como distribuidora de productos Avón. “Me dieron varios premios por mi trabajo. Dormí en el hotel San Marcos de León, en otro importante de Oviedo. Era buena trabajadora”, dice sin apenas levantar la voz. Su sobrina le recuerda sus viajes a Portugal, y Coello Rubín revive aquellos viajes en tren a León y desde allí en autobús hasta Chaves. Ropaje, relojes, cerámica y un largo etcétera se traía del país vecino para venderlo en este municipio del noroeste, donde las aguas caen para dos cuencas, la del Duero y la del Miño.
Teresa, mirando para su hermano, asiente cuando este le recuerda que la galería en la que nos encontramos se situaba una tienda de ultramarinos. ¿Qué vendían, Teresa? “De todo, fruta, latas de conserva, verduras, pienso para las gallinas y los cerdos, de todo”, señala mirando a la ventana.
El entrevistador, cuestionando lo que cierto sector de la población repite, quizá inconscientemente, le pregunta. ¿Usted qué cree, que se vivía mejor antes o ahora? Ahora, responde tajantemente. Y su sobrina le pregunta si recuerda, según le contó varias veces, aquellos tiempos en los que para escuchar Radio Pirenaica Independiente tenían que hacerlo pegadas a la pared y según veían aparecer a la Guardia Civil, apagar la radio. Teresa, reiteradas veces, asiente.
Ante la pregunta de qué deseo pedirá mañana al soplar las velas de la tarta, responde rápidamente: “el mismo deseo que tengan mis sobrinas para mí”, mostrando una rapidez de respuesta y una ironía, que, según dicen, la acompaño toda la vida.
¿Y a sus sobrinas y sobrinos, que consejo les suele dar? “Que aprendan a coser, que sepan freír un huevo, que se valgan por ellos mismos. Una tiene que valerse por sí sola en esta vida”. Antes de la despedida, su sobrina, siguiendo las indicaciones de Teresa, muestra una de sus cuatro máquinas de coser y un baúl lleno de sábanas bordadas. Su hermano, orgulloso, indica: “una vez jubilada siguió cosiendo, era muy buena. Y de joven hizo varios cursos de corte y confección en León. Le gustaba mucho”.
Antes de marchar le pregunto si puedo fotografiarla con la maleta del colegio. “¿Para qué?”, pregunta, mientras pide el pañuelo que le cubre el cuello. Cien años a sus espaldas. Hoy soplará las velas rodeada de los suyos. ¡Feliz centenario, Teresa!
Plaza de los Centenarios
A media mañana, con unas pequeñas gotas de lluvia salpicando el asfalto, la plaza de Ucedo (Ucéu en asturleonés) recibe al visitante. Al pie de la espadaña, una piedra muestra el nombre de las cuatro personas centenarias del pueblo. En la plaza de Ucedo el Ayuntamiento de Villagatón-Brañuelas puso la primera piedra de un digno proyecto. Homenajear a aquellas personas del municipio que cumplan cien años con una placa en su propio pueblo.
¿A qué se dedicaba usted? “A la labranza. Teníamos centeno, trigo, algunas vacas, y una pequeña huerta. Como casi todos los de aquí”, responde con una sonrisa. Preguntada por si tiene hijos, responde que sí, que dos hijos y siete nietos. Ante una nueva pregunta, indica: “ya no oigo casi nada, pero la cabeza la tengo muy bien, me acuerdo de todo”. Su sobrino, riéndose, asiente.
Mientras se desarrolla la conversación, se escucha el claxon del panadero, y ante la llamada, acuden varios vecinos. Sin pregunta previa, Dolores dice: “yo como de todo, y estoy contenta, sí, ¡qué remedio me queda!”, añadiendo una nueva carcajada.
En las inmediaciones del puerto de Manzanal la vida parece que pasa lenta, pero sigue pasando. Homenajear, entre otras, a Teresa y a Dolores es un acto de justicia. Y ellas, tan contentas. ¡Feliz centenario! Y el año que viene, una nueva vela.