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¿Y si Sánchez cediera el lunes su puesto a otra persona del PSOE? Ya ha pasado antes: de Suárez a Calvo Sotelo en 1981

Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez, en febrero de 1981.

Andrés Gil

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¿Qué hará Pedro Sánchez a partir del próximo lunes? Nadie lo sabe. Quizá, ni el propio presidente del Gobierno lo tenga aún decidido: este miércoles anunció que se tomaba unos días para reflexionar si seguiría al frente del Ejecutivo. Y, aunque la política contemporánea a menudo parece discurrir por senderos inéditos, lo cierto es que las opciones que tiene sobre la mesa Pedro Sánchez ya han sido transitadas en el pasado.

¿Una cuestión de confianza? Hay ejemplos en el pasado: Adolfo Suárez y Felipe González. El líder de la UCD por aquel entonces la convocó en 1980 y la ganó con 168 votos a favor y 164 en contra.

Una década después, en 1990, fue el líder socialista quien la planteó. González tuvo que sudar menos para ganarla, pues en aquel momento el PSOE tenía mayoría absoluta en el Congreso y acababa de ganar unas elecciones, en 1989.

¿Y si Sánchez dice que se va? Eso mismo hizo Adolfo Suárez el 29 de enero de 1981. En aquel discurso que sorprendió a los españoles mientras oían la radio y veían la televisión, el entonces presidente del Gobierno y líder de UCD decía: “Como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de la obra exige un cambio de personas, y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”.

TVE interrumpió sus emisiones a las 19.40 de aquel jueves para retransmitir los casi diez minutos de discurso de dimisión de Suárez, después de poner en pantalla el rótulo de Declaración del presidente del Gobierno.

“Adolfo Suárez, vestido con chaqueta oscura, camisa azul celeste y corbata azul oscura a rayas blancas, apareció sentado tras su mesa de despacho en un plano general. A la izquierda de la cámara, la bandera española; al fondo, en el mismo ángulo, un retrato del Rey y un tapiz enmarcado que representaba a una mujer. Sobre la mesa, un mechero, un cenicero, y, a la izquierda del presidente, un micrófono sobre trípode”, describía la crónica de El País.

“La cámara se acercó en un zoom rápido hasta un plano medio del presidente, con aire alrededor del busto, los ojos húmedos, dos motas de luz en las pupilas y un reflejo luminoso en la frente. El presidente leyó con firmeza su alocución y miró constantemente a la cámara, es decir, a los telespectadores, probablemente ayudado por el sistema de lectura denominado autocue”, añadió.

“He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia”, decía Suárez: “Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento”.

Suárez, a pesar de su largo discurso, no llegó a concretar los motivos reales por los que dejaba el cargo. No obstante, las crónicas del momento hablaban de varias causas: “Los persistentes rumores de los últimos días sobre presiones de estamentos militares cerca del Rey. Observadores políticos no dudaban anoche en atribuirle un papel desestabilizador, similar al que supuso en el Chile de Allende la huelga de Transportes, a la huelga salvaje de los controladores aéreos, que ha desarmado al Gobierno ante la opinión pública y provocado la suspensión del congreso de UCD. La oposición de la derecha confesional a la continuidad de Suárez ha sido menos recatada, y la toma de posición de los obispos, en los días previos al Congreso, respecto al divorcio, llevaba una carga de profundidad de largo alcance contra el líder centrista. Sin embargo, es preciso recordar las circunstancias creadas por la lucha desencadenada en el seno de UCD, en los días previos al aplazado Congreso, para tener todos los elementos de juicio que puedan explicar la dimisión de Adolfo Suárez, sorprendente para sus propios compañeros de partido”.

Si bien Suárez anunciaba su dimisión el 29 de enero de 1981, el relevo tardó semanas en producirse. El primer paso fue la elección de un candidato alternativo de su partido, toda vez que no convocó elecciones anticipadas. Y el candidato elegido en una reunión de la cúpula de UCD, que seguía presidiendo Suárez, fue Leopoldo Calvo Sotelo, en contra de la opinión del sector crítico, teóricamente liderado por el presidente del Congreso, Landelino Lavilla, quien acabó siendo el candidato a la presidencia por UCD en 1982 y se llevó una sonora derrota ante el PSOE de Felipe González (202 escaños): la UCD pasó de 168 diputados a 11, y fue reemplazada por la AP de Manuel Fraga (luego reconvertido en PP) como la principal alternativa el PSOE.

La sesión de investidura de Calvo Sotelo arrancó el miércoles 18 de febrero, con un discurso que se iniciaba con una mención a su predecesor: “El proceso de que es parte central esta sesión de investidura se abrió con la dimisión del presidente Suárez. He estado a sus órdenes, como ministro, durante cuatro años, y he tenido el privilegio de seguir de cerca la transición política de la que él ha sido principal artífice. Quiero dejar en el umbral mismo de este discurso mi homenaje a la extraordinaria obra de Adolfo Suárez y mi afecto y mi admiración como persona. Con su retirada termina la transición. Con su retirada termina una etapa singularísima de la historia española. Precisamente porque yo no he sido el protagonista de esa transición que ahora termina, creo que puedo inaugurar una etapa nueva, en la que actúen desde el primer momento los mecanismos constitucionales limpios de toda emoción fundacional”.

Calvo Sotelo se presentaba, así, como el inicio de una nueva etapa en España frente al pasado que representaba Suárez como actor de la Transición, que el candidato daba por cerrada. Esto tampoco es innovador, siempre que llega un nuevo líder intenta representar e inaugurar un tiempo nuevo. A pesar de que Calvo Sotelo, como Suárez y todo su gobierno, provenía de las élites del franquismo.

Lo que no sabía Calvo Sotelo ese 18 de febrero, es que cinco días después, el 23, durante la segunda votación para su investidura –en este caso por mayoría simple–, se produciría un golpe de Estado que, además, venía a impugnar el discurso de Calvo Sotelo en la parte de que la Transición estaba acabada. “La democracia está hecha”, llegó a proclamar Calvo Sotelo, días antes de que entrara Tejero disparando al techo del Congreso en un golpe que pretendía, precisamente, regresar al franquismo.

España, en aquel febrero de 1981, fue consciente de que el franquismo no estaba enterrado del todo, que la democracia ni terminaba de hacerse ni debía darse por sentada.

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