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¿Renace la conciencia estudiantil?

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Recuerdo mis dieciocho años y recuerdo miles de estudiantes reclamando la paz contra la guerra de la OTAN en Yugoslavia. Ningún joven de mi época resultó indiferente a la eterna guerra de nuestras supuestas democracias incivilizadas.

Recuerdo mi dolor cuando Estados Unidos empezó a bombardear por vez primera la maravillosa Bagdad de las “Mil y Una Noches” y del infinito museo arqueológico más deslumbrante del mundo, ya perdido por la barbarie occidental. En aquella hermosa época de los noventa, cuando el mundo parecía que iba a empezar a funcionar, Bush padre decidió contra todos nosotros, estudiantes del mundo, cerrar de un plumazo las esperanzas en una estabilidad de Medio Oriente, de Palestina, del mundo, del nuestro y del de todos. No, no fuimos indiferentes.

Sin embargo, nuestro profesor de filosofía, Isidoro Reguera, que nos contaba mientras nos emocionábamos que, siendo estudiante, estuvo varias veces en los calabozos después de correr delante de la policía de Franco y recibir porrazos, decía que nosotros, ya por entonces, no teníamos alma. Que estábamos en la época del post-todo. Que el mundo se iba a la porquería porque a los estudiantes nos habían sedado con televisión y cultura del pelotazo.

Creo, a decir verdad, que en buena parte tenía razón. Yo me he pasado media vida, o toda la que llevo, enardeciendo a mis amigos y a mis estudiantes, a sabiendas de que eso suponía pagar un precio, en plan seguidor de García-Trevijano, tomando como modelo kamikaze a Gandhi, no mordiéndome nunca la lengua, y viendo a mis amigos post-estudiantes, los que conocí en aquella hermosa época en donde te encontrabas a Almodóvar en una barra, crecer burguesmente (que no burguesamente), con sus trabajos más o menos estables y la preocupación por la hipoteca, las vacaciones de verano, los colegios o los campus de los niños.

Yo, funcionario profesor, me sigo apuntando a las manifestaciones de cuatro gatos por casi todo lo manifestablemente antiburgués y sigo sin callarme, haciendo pensar a mis alumnos (ahora eso lo llaman adoctrinar): los derechos de las personas con diversidad funcional, el feminismo, Palestina, la subida incomprensible de la edad pensionable… y, aparte de un par de sonados cincuentañeros como yo, siempre los mismos (o mejor dicho, las mismas) no me encuentro con ninguno más de ellos y ninguna más de ellas.

Corrí en diciembre de 2001 delante de la policía argentina y recibí sus culatazos en la nuca. Por los andurriales europeos perdí en una sede de un instituto Cervantes de intereses malolientes la posibilidad de hacer carrera por no callarme la boca ni hacer la pelota a un jefecillo de estudios, lo mismo que en cierta universidad italiana en donde pasé varios años con contratos de profesor renovables que de pronto un día dejaron de renovarse.

No me remuerde ninguna conciencia. Antes bien, llevo la cabeza bien alta, soy hijo de una familia numerosa de un camarero a quien explotaron toda la vida y no le debo nada a nadie, salvo a mi esfuerzo y a las becas que, todo sea dicho, me concedían en la época felipista y luego desmontaron paulatinamente, pero ando desangelado. Palestina es la herida abierta más dura de nuestra vida como europeos. Nunca pensé vivir en un mundo de excremento moral tan grande como este.

Hubo una primavera pasajera llamada 15-M, y Eduardo Galeano, que así la vivió en las calles de Barcelona, lo expresó tan bien como él sabía hacerlo: “No le preguntes al amor: ¿cuánto vas a durar, amor?” Dijimos “que se vayan todos”, pero ya alguien se quejaba: “bueno, sí, pero el rey no, él se puede quedar”. Aquel rey. Justo aquel. A quien le debimos toda nuestra miseria moral. Una tarde llegó la tormenta de verano, una cosa que se llamaba “Podemos” y arrasó con todo. Por el suelo quedaron los restos de los pétalos. Hermosos, pero restos al fin.

Pero, como todo es cíclico, de nuevo los estudiantes universitarios llenan de esperanza la conciencia del mundo. No, Isidoro Reguera: al fondo de la caja quedaban briznas de esperanza. Ánimos, muchachos, levantaos, resurgid, subvertid el orden: si necesitáis a un profesor que lleve vuestra pancarta aquí tenéis mis brazos: ¡Viva Palestina libre!

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