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Claves del problema de la productividad en España y sus límites para condicionar el salario y la jornada

La productividad oficial de los servicios sanitarios está estancada desde hace décadas. Esta es una de las muestras de las limitaciones de su cálculo.

Daniel Yebra

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La productividad ha ocupado el centro del debate económico en nuestro país. El nuevo ministro del ramo, Carlos Cuerpo, anunció recientemente la creación del nuevo Consejo Nacional de Productividad, porque, según dijo, su aumento es uno de los grandes retos de la economía española. Sumar está tirando del Gobierno de coalición para que cumpla con el acuerdo de investidura para reducir oficialmente la jornada laboral “sin bajar el salario”, y “redistribuyendo mejor la productividad entre capital y trabajo”. Entretanto, las opiniones, las conferencias y los análisis sobre el estancamiento de la misma se han multiplicado en las últimas semanas, pintando, en la mayoría de casos, un contexto sombrío, pese a que la actividad crece y se crean puestos de trabajo, principalmente en sectores de mayor valor añadido.

Pero, ¿qué es exactamente la productividad? ¿Por qué dice el ministro Cuerpo que es un reto? Y, ¿por qué Sumar defiende que ofrece un “margen considerable” para bajar las horas que trabajamos sin recortar los sueldos, mientras muchos economistas hablan de un problema estructural, de una brecha histórica con las grandes economías de la eurozona y de lo poco recomendable que es elevar los sueldos si no mejora?

El debate obliga a desempolvar la manida afirmación del Nobel Paul Krugman. Esa que señala que “la productividad no lo es todo, pero en el largo plazo lo es casi todo”. Un dogma sobre el que parece haber consenso en todo el espectro de los economistas. En teoría, la productividad mejora si todos los agentes productivos de una economía (empresas, trabajadores y el sector público) se organizan mejor, son más eficientes y logran más valor y más riqueza con los mismos medios. Para ello entran en juego la formación de la mano de obra, las decisiones de los directivos o la inversión en tecnología.

En esta misma definición, poco conflictiva, surge ya el primer desafío. Sobre todo, si se lleva el extremo: se podría entender que la mejor economía es entonces la que más crece sin necesidad de crear puestos de trabajo, solo centrándose en sectores menos intensivos en capital humano, automatizando procesos gracias a la tecnología o aprovechando factores externos ventajosos. Por ejemplo, como lo ha sido la escalada de los precios de la energía para el sector de las eléctricas, las petroleras o las gasistas. O como lo está siendo el incremento de los tipos de interés del BCE para los bancos. Con este punto de partida, muchas cosas chirrían en la vida real de un país grande y diverso, que pertenece a un supra estado como la UE, que depende de lo que ocurre en el exterior y que tiene entre sus prioridades el estado de bienestar (la sanidad pública, la educación, las pensiones...), que se financia con impuestos.

Merece la pena detenerse en el sector financiero. Efectivamente, el aumento de su productividad destaca en los últimos años en España. Su modelo de negocio es más eficiente: ha conseguido cerrar sucursales y reducir plantillas sin perder clientes y ha aprovechado las subidas de tipos para mejorar todavía más su rentabilidad. Conociendo la historia reciente del rescate tras el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008, que las decisiones del BCE son coyunturales y que la digitalización está impulsada por otros actores, este proceso no dice concretamente nada positivo del sector.



La productividad de los distintos sectores que se pueden consultar en el gráfico está calculada dividiendo el Valor Añadido Bruto (VAB) de cada rama entre las horas trabajadas en esa actividad. Es decir, el resultado es la producción o el beneficio que genera cada hora de trabajo en España en cada sector según los datos de la Contabilidad Nacional del INE. Esta es la forma más extendida de aproximarse al concepto de productividad. Aunque, a primera vista, choca la evolución del sector de la “administración pública, educación y sanidad”, absolutamente estancado desde 1995.

Intuitivamente, nadie diría que nuestros sanitarios no han trabajado más y más duro, con tecnología más puntera y mejor organizados, desde 2020. Pues las cifras dicen eso exactamente. “Eso se debe al cálculo excesivamente sencillo que hace el INE (desde siempre, y no solo en tiempos recientes) de la productividad de los servicios de no mercado”, explica el experto Miguel Artola, investigador de la Universidad Carlos III de Madrid, quien recuerda que “esta visión ya fue enmendada en otros países, como Reino Unido, desde finales de los 90”.

Desde fuera del debate económico duro, se podría entender que cuando las distintas posiciones tratan la productividad, en realidad se refieren a cosas diferentes. Tres ejemplos. Por un lado, el profesor Nacho Álvarez, referente económico de la izquierda, viene argumentando que la productividad se puede entender como una “guía del crecimiento salarial” y que en España no van de la mano, “se han desacoplado, de forma que los salarios crecen significativamente menos que la productividad desde hace décadas”.

Por su parte, Raymond Torres, director de coyuntura de Funcas (fundación de la Confederación Española de Cajas de Ahorros y uno de los centros de análisis más importantes de nuestro país) escribe que “el principal punto débil de nuestro modelo” es “el escaso avance de la productividad”, y advierte de que es “algo que de no revertirse nos condena a competir con salarios estancados, al tiempo que complica la financiación del estado del bienestar”. Por último, el Ministerio de Economía, Comercio y Empresa sostiene que “el objetivo es contar con empresas más grandes, más productivas y más competitivas, que sean capaces de afrontar el reto de la transición energética y de la transformación digital”.



Lo cierto es que el ruido surge incluso cuando se compararan las distintas formas de medir la productividad. La más común, como se ha indicado anteriormente en esta información, es dividir la producción entre las horas trabajadas. Aunque también se puede cambiar el denominador por los ocupados o por los puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo. En los tres casos, para conocer la productividad de una economía en conjunto, hay que poner el Producto Interior Bruto (PIB) en el numerador. El dilema es que las curvas cuentan historias diferentes.

Una de las razones es la discrepancias entre el recuento de las horas trabajadas de la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE, que se traslada a la Contabilidad Nacional, y los datos de la Agencia Tributaria o de otras fuentes estadísticas. Estas divergencias las han explicado Francisco Melis y Miguel Artola en elDiario.es. La primera lectura es que cada vez se trabajan menos horas en España. Melis y Artola demuestran que “la reducción en la jornada efectiva producida desde 2019 está lejos de ser un proceso claro”.

Además, siguiendo la línea de las publicaciones de estos dos expertos y de otros, y según ha ido reconociendo el INE con diversas revisiones al alza, el PIB estaba subestimado, y lo seguiría estando. “Por lo tanto, la productividad también”, incide Miguel Artola.



Cambiando, de nuevo, la perspectiva, cuando se analiza la productividad de una economía en conjunto hay que tener en cuenta su composición. El mayor peso de sectores como la agricultura, la hostelería o de la sanidad y la educación tiran para abajo del cálculo. Sin embargo, estas actividades son cruciales para la cohesión social, el bienestar o para la fijación de población de los territorios. Para corroborarlo está la multimillonaria Política Agraria Común (PAC) de la UE, que tan de actualidad está por las protestas del campo. O la importancia del turismo y del resto de servicios para que España haya crecido más y haya creado más puestos de trabajo que Alemania o Francia desde 2019.

Las comparaciones con otras grandes economías

De hecho, la composición es clave en las recurrentes comparaciones entre la productividad de España y el resto de grandes economías de la eurozona. Sin embargo, normalmente se obvia. “En el último decenio, nuestra productividad se ha incrementado apenas un 4,2%, frente al 5,3% de la media de la eurozona (con datos de PIB por hora trabajada). Y el diferencial no ha cambiado sustancialmente desde la pandemia, ni con la inyección de fondos europeos”, recalca Raymond Torres.

Este experto, sí entra en el desglose sectorial. “Ayuda a entender el origen de la brecha de productividad”, plantea. “Dos sectores se diferencian de la atonía registrada a nivel agregado. Por una parte, las manufacturas, con un incremento del valor añadido por persona ocupada por encima del 4%, un ritmo superior a lo observado en las otras grandes economías europeas. Asimismo, los servicios de alto valor añadido, agrupados dentro de las ramas de información, comunicaciones y actividades profesionales, científicas, técnicas y administrativas, también experimentan un crecimiento relativamente alto de la productividad (netamente superior a la media de Alemania, Francia e Italia). El resto de actividades de servicios y del sector primario, considerados en su totalidad, registran un declive de la productividad, lastrando el resultado de conjunto”, continúa.

“Los sectores pujantes se caracterizan a la vez por un marcado sesgo exportador y un tamaño empresarial por encima de la media nacional, estimulando las mejoras en la organización del trabajo y la búsqueda de eficiencia productiva. Tienen en común la menor dependencia del mercado interior, y su fragmentación como consecuencia de todo tipo de normas territoriales, algo que perjudica el tamaño empresarial y la eficiencia en sectores tan importantes como la construcción, por ejemplo”, concluye.

Existe “la necesidad de romper con la dinámica secular que viene mostrando la evolución de nuestra productividad. Esta deficiente evolución pone de manifiesto que las reformas necesarias para mejorar el bienestar futuro de nuestra sociedad deberían ser mucho más ambiciosas que las que recoge el propio Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Ante estos bajos niveles de productividad, y teniendo en cuenta los deficientes resultados que nuestro país, salvo excepciones, muestra en los informes PISA elaborados por la OCDE, serán clave en los próximos años inversiones en el ámbito educativo y en la formación profesional para crear un entorno que fomente el desarrollo de un tejido productivo competitivo, moderno y de alto valor añadido en sectores emergentes”, expone la visión de largo plazo del último informe económico y financiero de EsadeEcPol.

Gráficos de Victòria Oliveres.

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