'Belfast': el sur de la memoria

Una imagen promocional de 'Belfast' dirigida por Kenneth Branagh.

Antonio Boñar

El sur de la memoria es ese territorio imposible y cálido en donde la verdad no importa y la realidad se viste con los tiernos ropajes de la fabulación. En nuestro afán por recuperar el paraíso perdido de la infancia nos convertimos en embellecedores de recuerdos, en inspirados inventores del cuento que cuenta nuestra vida. “Se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa”, escribió Antonio Machado.

El prolífico actor, escritor y director Kenneth Branagh visita el sur de la memoria en este viaje a su propio pasado, en esta ensoñada mirada sobre su infancia en la tumultuosa Belfast de finales de los 60 y principios de los 70. En agosto de 1969 la convivencia entre la minoría católica que perseguía la integración en la República de Irlanda y la mayoría protestante partidaria de preservar la pertenencia al Reino Unido estallaba en mil pedazos.

La aparición de grupos paramilitares violentos, el despliegue de las tropas británicas y la separación de las dos comunidades en guetos convirtieron la ciudad de Belfast en un campo de batalla. Y en ese escenario bélico de los Troubles es donde ese niño que fue Branagh despliega toda su imaginación para contarnos esta idealizada y bella mentira, este amable retrato de la edad de las grandes revelaciones en el que el amor acaba por imponerse románticamente sobre la violencia irracional y las miserias de mundo adulto.

Un conflicto visto por los ojos de un niño

Belfast huye de cualquier discurso ideológico para ridiculizar a través de los ojos de un niño ese conflicto religioso y político que mantiene tan abyectamente ocupados a los mayores. En este álbum de fotos del sur de la memoria todo es enfocado desde una perspectiva pura e infantil que prefiere centrarse en el barrio y en la vida familiar, que se detiene en las dificultades del día a día para mostrarnos que siempre hay espacio para la esperanza. En este sentido Branagh nos muestra a unos padres que parecen estrellas de cine, él trabajador y decente, ella abnegada y honrada; y a unos abuelos eternamente enamorados, dueños de toda la sabiduría que cabe en la mente de un niño.

Este delicado relato de la perdida de la inocencia se nutre del material del que están hechos los sueños para trasladarnos, con una maravillosa fotografía en blanco y negro y con la música de Van Morrison de fondo, a las calles de la infancia del autor, a ese tiempo en el que todo lo que sucede alrededor del niño que fuimos forja al adulto que llegaremos a ser.

Y es también un hermoso homenaje al cine (son numerosas las referencias cinéfilas que colorean la historia) para una generación que aprendió a fantasear con otras vidas y otros mundos a través de las películas.

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