'Peaky Blinders': una cuestión de estilo

Una foto promocional de la serie 'Peaky Blinders'.

Antonio Boñar

Los Peaky Blinders fueron una pandilla juvenil, urbana y criminal que surgió en los bajos fondos de Birmingham a finales del siglo XIX. Sus actividades delictivas incluían un amplio catálogo de fechorías: apuestas ilegales, robos, extorsión, fraude, soborno, contrabando, secuestro...

Las mismas y violentas tropelías que perpetraba cualquiera de las otras muchas bandas criminales que también emergieron en aquella época en los arrabales industriales de las principales ciudades británicas. Lo que les distinguía de todos esos otros grupos era el elegante y característico atuendo con que se paseaban ufanos y desafiantes por el barrio: chaquetas a medida, abrigos con solapa, chalecos con botones, pañuelos de seda, pantalones de campana, botas de cuero y las inconfundibles gorras planas con visera en cuyos bordes escondían sus temibles cuchillas de afeitar. En definitiva, lo que les distanciaba de los demás delincuentes de Inglaterra era una cuestión de estilo.

La serie que nos ocupa toma algo más que el nombre de aquella banda criminal y nos sitúa en el Birmingham posterior a la Primera Guerra Mundial para presentarnos a los Shelby, una familia de gánsteres callejeros que ascienden hasta convertirse en los reyes de la clase obrera. Otra historia de violencia, ambición y luchas de poder. Pero como en el caso de los originales Peaky Blinders, lo que ha convertido a esta impecable producción de la BBC en un fenómeno capaz de influir en la estética de su tiempo es también una cuestión de estilo.

En Peaky Blinders se fuma, se bebe whisky, se muere, se mata, se viste y se dice fuck you mejor que en ninguna otra serie de la actualidad. Bellamente diseñada y filmada con una espectacular fotografía, su poder de atracción reside más en el continente que en el contenido. Su sustancia dramática es maravillosa, pero es su hipnótica atmósfera, con sus colores grises y parduzcos tiñendo la perenne bruma inglesa, lo que finalmente nos atrapa. Aunque también y por supuesto nos seducen irremediablemente las certeras lineas de diálogo, las interpretaciones, el vestuario, los personajes imposibles, su iluminación amarilla y melancólica o la estupenda banda sonora que incluye temas de Tom Waits, Nick Cave o White Stripes.

De nuevo y a pesar de ser torpemente reiterativo, todo es una cuestión de estilo en Peaky Blinders, hasta la forma en que se derraman el humo de los cigarros, la sangre y el whisky sobre la pantalla.

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