Patricia Cazón: “Me gusta escribir con frases cortas, esas que te cortan, que son como cuchillas, dentelladas...”

Patricia Cazón. Foto: Moisés Fernández Acosta

Manuel Cuenya

La libertad es un sueño con alas,

unas alas que vuelan lejos, muy lejos,

del desierto a las montañas

(Patricia Cazón, Lágrimas de arena)

“Aprendí a leer casi antes que a hablar. Eso marcó mi destino”, escribe Patricia Cazón en su blog: http://lakriticona.com

Lectora voraz, “esponja literaria”, esta narradora y periodista leonesa, que hiciera sus prácticas en 'Diario de León' y 'El País Semanal', antes de recalar en el 'Diario AS', escribe porque siempre ha leído, algo habitual en los escritores/as, que han sido por lo general grandísimos lectores/as, aunque admira el talento brutal y único de la gente que escribe sin haber leído mucho o casi nada. En todo caso, la lectura es su manera de entender el mundo, porque antes de viajar, ya lo hacía a través los libros. En este sentido, dice que entiende mejor las cosas cuando las lee, y que, cuando habla, es muy mal hablada, porque suelta muchos tacos, y salta de unas frases a otras, se va por los cerros de Úbeda, Alcalá o Santamaría, según ella; en cambio, cuando escribe, le cuesta poner un taco, porque le chirría, le suena mal. Por un lado está la Patricia que escribe y por otro la que habla. Si a ella le dieran a elegir entre leer y escribir se quedaría siempre con leer. “Aunque sin escribir me sintiera mutilada, sin leer me quedaría muda, ciega y sorda, lo necesito, como el respirar, como el comer. Aunque sea un folleto del Lidl, un papel tirado por la calle, una publicidad. Sólo dejaré de leer el día que me muera”, se expresa con rotundidad esta autora, que comenzó a escribir y publicar muy joven. Recuerda que, quizá a resultas del frío, “que nos lleva más a la introspección”, escribió, con tan sólo dieciséis años, uno de los textos más intensos que haya escrito sobre el maldito paso del tiempo y la muerte.

Por razones de trabajo, como tanta gente de León, Patricia vive fuera de su tierra, si bien ella se siente muy leonesa, muy arraigada a su matria, a su familia. “Leona me llamo a mí misma, por la cantidad de libros que leo, sí, y porque León es mi cuna”, precisa con nostalgia esta leonesa que, cada vez que regresa a su matria, necesita caminar por la calle Ancha para ver de pronto emerger la Catedral ante sus ojos, “desde que estudié en Salamanca, siempre ese es mi momento cuando regreso: ir a la calle Ancha y ver aparecer como de la nada, antes de cruzar la última esquina, la Catedral. Cuando vuelvo, siempre, mis compañeros del periódico me lo dicen: 'No sabemos si es mejor que vayas o no, porque siempre que vuelves lo haces con depresión'”, rememora Patricia, a quien, además, le encanta presumir de ser de la misma tierra que el autor de “la mejor novela española que jamás se escribirá: 'La lluvia amarilla'”, que, en su opinión, le ha dejado un poso enorme. Aparte de la obra cumbre del escritor Julio Llamazares, siente devoción por ''La insoportable levedad del ser', que leyera en su segundo año de carrera y la dejara conmocionada, “no por la historia de amor a tres sino por la manera de escribir de Kundera... Esa sencillez cargada de filosofía”, aclara Patricia, que lo recomienda siempre. “Es un libro para lectores, no para cualquiera”, le dijo un amigo. Y desde entonces acuñó un nuevo término, que utiliza mucho en su blog: “lectores de callo, aquellos que necesitan libros que no sólo les entretengan sino que les enseñen a mirar el mundo, que les cambie algo”. Tal vez por eso Kundera es su escritor favorito, porque escribe tan sencillo y a la vez tan profundo, convencida de que la genuina literatura es la de quienes escriben como él, “que te cuentan algo sin más pretensión que contártelo. Suena a perogrullada. Es tan difícil...”, señala Patricia, que siente admiración por quienes escriben de un modo sencillo, con frases cortas, “esas que te cortan, que son como cuchillas, dentelladas... es mi forma de escribir también”, matiza esta periodista y narradora que cree en la fuerza de los verbos ser y estar, aunque alguna gente considere pobres los textos que abusan de estos verbos, “con lo rico que es el lenguaje español (que lo es) pero creo que las personas, lo primero, somos y estamos y, a partir de ahí, sentimos, vivimos. Odio los textos redichos. El azúcar. El llenar una página de palabras que suenan bonitas, pero en realidad están vacías. No soporto el estilo barroco”.

Aunque sin escribir me sintiera mutilada, sin leer me quedaría muda, ciega y sorda, lo necesito, como el respirar, como el comer. Aunque sea un folleto del Lidl, un papel tirado por la calle, una publicidad. Sólo dejaré de leer el día que me muera

Otro de sus referentes es García Márquez, “gran referente de todos, de hecho”, matiza Patricia, quien, como “esponja literaria”, se deja arrastrar mucho por lo que en ese momento está leyendo, de modo que, cuando un libro le engancha, se le cuela dentro, de forma inconsciente, esa forma de escribir. Por eso, acaba escribiendo conforme a lo que lee, con frases cortas. Siempre. Aunque, cuando lee a autores que utilizan mucho las subordinadas, de pronto, se descubre escribiendo largo. “Me resulta curioso. Sin perder nunca mi estilo, en cada cosa que escribo, aquello que leo deja también su huella”, especifica esta “escritora de periódicos”, siguiendo la estela de García Márquez, cuyo sueño, de siempre -desde que tiene uso de razón-, es ser escritora. Tanto su madre como un profesor de EGB le preguntaron qué quería ser de mayor y ella, sin cortarse ni un pelo, respondió que quería ser escritora, aunque, tanto uno como otra, le dijeran que aquello no se estudiaba en ningún lugar, “que no había Universidad de la que salieran los escritores con su título en la mano, como salen los abogados, o los médicos, o una enfermera”. Su profesor fue el primero que le habló del periodismo: “Para ser escritora puedes estudiar dos cosas: o filología o periodismo, por tu personalidad encaja más el periodismo”. Y periodista que se hizo, “no, perdón, escritora de periódicos”, sintetiza con humor Patricia, quien, con tan sólo veintidós años, publicó su estupendo volumen 'Lágrimas de arena', después de publicar su primer artículo sobre Aicha Embarek en 'El País Semanal', “aquel lugar en el que, cuando estudiaba periodismo, quería trabajar”.

Odio los textos redichos. El azúcar. El llenar una página de palabras que suenan bonitas, pero en realidad están vacías. No soporto el estilo barroco

Lágrimas de arena

'Lágrimas de arena' relata la historia de la joven saharaui Aicha, que llegó al Bierzo en 1995 con el programa Vacaciones en Paz para una estancia de dos meses, quedándose finalmente seis años con su familia de acogida en la localidad de El Espino, hasta que sus padres la reclamaron, alegando que tenía que regresar al desierto para cuidar de su madre enferma. Y ahí comenzó un sinfín de peripecias.

Cuenta que la escritura de este libro, dedicado a la saharaui Aicha (a quien recuerdo en el campus de Ponferrada), como uno de los momentos inolvidables de su vida, “aquel mes con Julia y Javier en su casa de Vega de Espinareda... las noches en vela entre cafés, Red Bulls, tabaco y alguna película de Canal+, Yuma, las tardes espesas de invierno, aquellos días en los que escribía como si las páginas fueran mantequilla y mis dedos sólo tuvieran que desplazarse a través de ellas”.

Después de aquella obra publicó 'Anecdotario', donde hace semblanzas de gente relevante del mundo deportivo y cultural de nuestro país, entre otros, el bailarín Víctor Ullate o el cocinero Ferrán Adrià -estilo 'Retratos', de Truman Capote-. En esta composición de perfiles, sacó a la luz a las personas que hay detrás siempre de esos personajes a los que un foco alumbra. Una experiencia que le entusiasmó como periodista, aunque lo que más le gustan son los reportajes, “salir a la calle, buscar una historia, verla, vivirla, contarla”, explica Patricia, que confiesa tener el ordenador lleno de comienzos de historias que nunca termina pero que algún día, a buen seguro, terminará. “Es como aquello que Delphine de Vigan, la escritora francesa, contaba en 'Nada se opone a la noche': tienes que escribir y, de repente, te das cuenta que no has puesto la lavadora, y que tienes que ordenar el armario, y salir a comprar, y pasar el aspirador y un montón de pretextos para retrasar ese momento, el de escribir. Ella lo vencía, dejaba para luego todo lo demás y escribía. Yo no. Tengo un cuento bullendo en mi cabeza desde hace tres años que tengo que escribir, necesito escribirlo, contar esa historia que tengo dentro de mí. Tengo otra historia larga en la cabeza. He comenzado a escribirla, de hecho. Pero, de pronto, me di cuenta de que no había puesto la lavadora, de que tenía que ordenar el armario, salir a la compra, pasar el aspirador... Y todavía sigo haciéndolo...”, concluye.

Entrevista breve a Patricia Cazón

“Lo que de verdad busco en la gente que quiero a mi lado es que tengan el corazón grande”

¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?

Releo muchísimo desde siempre. El primero fue 'It', de Stephen King, lo releí tres veranos seguidos, desde los 15 a los 18. Era mi ritual. Cómo me gustó aquel libro. Después, el libro que más veces he releído en mi vida ha sido 'Cien años de soledad', unas ocho o así. Y todavía no lo he hecho por última vez. Me encanta esa novela. Es la gran novela. Ahora mismo, sin embargo, no releería nada de García Márquez (sí, sería releer porque cuando un autor me gusta necesito devorar toda su obra, leerlo entero, cada uno de sus libros, y con él eso ya lo he hecho, como con Murakami, Kundera, Rosa Montero, Pérez Reverte y cada escritor que me gusta mucho de verdad). Ahora mismo reelería a Delphine de Vigan. La francesa se ha convertido en mí escritora favorita. Ahora mismo nadie me llega como ella, pero en España en papel se han editado dos novelas suyas (ha escrito siete), he leído otras dos en digital, aún quedan por traducir otras dos al español: estoy planteándome muy seriamente comprarme un diccionario de francés e intentar leerlas por mi cuenta, aunque no tenga ni idea de francés, me da igual, leerla, con eso me conformo. Por eso, no descarto volver a leer todos sus libros traducidos. Nadie como ella.

Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida).

Una familia, los Buendía.

Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable).

La trilogía de 'Los ojos amarillos de los cocodrilos'. Me pone de mala hostia (ups, un taco, pero en este caso no encuentro mejor expresión para definir lo que me enfada ver el nombre de Katherine Pancol escrito en la portada de un libro). Me explico: a mí me gustó su primer libro 'Los ojos amarillos de los cocodrilos'. Me lo leí una tarde de verano en la playa y me gustó. Con sus fallos porque tenía partes que rallaban la fantasía (un niño que sabe hablar con siete meses y al año estudia diccionarios de inglés como que no), pero me pareció de verdad, entretenido, sincero. Después, en cuanto salió el segundo, me lo compré y mientras lo leía ya se me iba poniendo en la cara el rictus de mala leche. Los personajes ya no eran tan de verdad, la trama, el crimen que contaba, me parecía absurdo, ni un adolescente lo habría escrito tan, buf, ridículo, tuve la sensación de que estaba estirando el chicle de su éxito. Con el tercero ya, directamente, me sentí estafada. Era un tocho ridículo, con los personajes absolutamente perdidos, sin alma, sólo por, eso, que te lo compraras. El texto producía diabetes de la de azúcar y rizos que tenía y, claro, como el título era no sé qué de las ardillas de Central Park, cada dos páginas había una mención a las malditas ardillitas. Así 600 páginas que, obviamente, no terminé de leerme. Después, hace poco, vi que había sacado otra trilogía o saga o no sé qué también sobre los mismos personajes, estirando aún más el chicle, sólo para que los lectores engañados por el primer libro lo consumieran, lo compraran. Buf. No puedo con eso, de verdad. NO PUEDO. Fíjate, hace poco hice limpieza en mi librería y los tres libros, hasta el primero, desaparecieron de ella. Le cogí también manía. Me siento completamente engañada por esa autora. Jamás volveré a comprar absolutamente nada que firme ella.

Un rasgo que defina tu personalidad.

La pasión. En todo. A la hora de leer, de escribir, de afrontar la vida, mi trabajo, mis relaciones. Siempre voy del todo al cero, del cien a la nada. No puedo evitarlo. Ojalá fuera capaz de encontrar grises, de ser más mesurada, pero no puedo. Nací así. Así moriré. Pasional perdida, visceral profunda.

¿Qué cualidad prefieres en una persona?

El buen corazón. Me da igual si alguien es serio o simpático, hablador o no, divertido o sieso, lector o no, lo que de verdad busco en la gente que quiero a mi lado es que tengan el corazón grande. Yo soy así, o al menos lo intento, no quiero otra cosa a mi lado. Los lobos, que los hay, y muchos, para los bosques.

¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?

Todo pasa tan deprisa. Estamos inmersos en una sociedad en la que, lo de ahora, ya no vale. Estás haciendo algo y ya estás pensando en lo siguiente, sin disfrutar de ese momento. Los tuits, las informaciones..., todo es inmediato, todo es de ayer. Estamos como metidos en el ojo de un huracán y todo a nuestro alrededor gira rápido, muy rápido... y su poso es cada vez menor. Temo que nos convirtamos en el protagonista de esa película, 'Her', enamorado de una máquina porque a su alrededor la vida está tan llena de cosas como vacía. Hace años, Ventura Pons hacía esa película, 'Caricias', en la que contaba que las personas ya no se tocaban y, si lo hacían, era a golpes. Cada vez es más verdad. Sobre la política siempre he sido muy apolítica. A lo largo de mi vida he votado a todos los partidos políticos. Soy de esas personas que no tienen una ideología marcada. Voto en función de los líderes, si me los creo o no, y lo que sus programas me inspiran.

¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?

Leer. Ver una película bajo la manta de pelo blanco del sofá con mi marido. Y tomarme un gin tonic bien frío con una amiga.

¿Por qué escribes?

Porque es una necesidad vital, como la de leer. A veces me mata, a veces me bloqueo, a veces sufro (y entonces pienso en las lavadoras, la aspiradora, los armarios y la compra) pero cuando escribo y me sale, me brota, no hay nada en el mundo que pueda hacerme más feliz, ni siquiera leer.

¿Crees que las redes sociales, Facebook o Twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?

No. Están llenas de chispazos de ingenio brutales (hay personas cuya mente es maravillosa y pueden demostrarlo en 140 caracteres; a esas personas las admiro) pero creo que para ejercitar el estilo literario sólo hay dos caminos: leer mucho y escribir mucho.

¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?

No tengo fuentes. De repente voy por la calle y me asalta una idea y tengo que escribirla. Jamás he escrito siguiendo un esquema o pensando en un final. No sé. Yo me siento delante del ordenador, me pongo a escribir y lo que me va saliendo. Lo hago a borbotones. De hecho, me doy cuenta de que, entre más lo releo, más lo estropeo. No hay nada más puro que la primera escritura, esa que golpea el teclado (escribo así, golpeando muy fuerte las teclas, aporreándolas literalmente; mi marido se pone enfermo por las noches si me quedo escribiendo, del ruido que hago) saliendo, directa, del corazón.

¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?

Me encantan los blogs de moda ('Trendencias' y 'Ángeles y diablillos', los consulto a diario) y de libros (consulto también cada día 'Un libro al día', me parece muy bien escrito, riguroso e interesante). Tampoco tengo mucho tiempo para mirar más. Un vistazo y ya.

Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.

Me encanta esa de Faulkner, de 'Las palmeras salvajes': “Entre la pena y la nada elijo la pena”. O bien esa que tanto me impresionó la primera vez que la leí: “Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. Pero ahora mismo hay una frase que, desde que la vi por primera vez, se me quedó para siempre en la cabeza. Es de 'Las ventajas de ser un marginado', de Stephen Chbosky: “Y, en ese momento, juro que éramos infinitos”. Porque así es. Todos nos moriremos un día, pero mientras vivamos tratemos de ser eso: infinitos.

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