'Distintas formas de mirar el agua'

Libro 'Distintas formas de mirar al agua' de Julio Llamazares

Manuel Cuenya

Julio Llamazares, por cuya obra siento devoción, acaso porque uno se identifica con lo que escribe, con su forma de contar, vuelve a emocionarnos con su última obra, “hermosa novela coral de tono elegíaco”, según la profesora y amiga Álida Ares, que ha realizado un estudio extraordinario sobre 'Distintas maneras de mirar el agua', de próxima aparición en la revista 'Tierras de León', ella que está sensibilizada con el tema o temas que aborda el escritor leonés y que tuvo la ocasión de traducir, entre otros, el libro 'Fantasmas de piedra', del italiano Mauro Corona.

Llamazares regresa a su matria, al valle de Vegamián, para contarnos una historia conmovedora a través de los ojos de una familia, compuesta por un total de dieciséis personajes (abuelo/a, padres, madres, hijos/as, nietos/as...), además del sorprendente automovilista que aparece al final para arrojar su propia mirada/guiño sobre la realidad/surrealidad: “¿Qué hará toda esa gente ahí?... En verano todavía se ve a alguien, pero ahora...Deben de ser turistas... Pues han tenido suerte: el pantano está a rebosar y hace un día precioso”. En el fondo, el autor está regresando a su tierra natal y por supuesto a 'Retrato de un bañista', ese hipnótico y sobrecogedor relato, entre la alucinación y la noche azulada de un pueblo en ruinas, que filmara el berciano Chema Sarmiento en esa película inolvidable que es 'El Filandón', al menos para quienes sentimos pasión por el cine y la literatura, por el arte en general, ya que esta cinta es una obra de arte, al igual que sublime y artístico es lo que escribe Julio, tal vez el mejor poeta y narrador en lengua castellana de las últimas décadas.

Los movimientos migratorios, cuando son por necesidad, como seguimos viendo a lo largo de la historia, resultan traumáticos, demoledores incluso

Vida y muerte se dan cita en 'Distintas formas de mirar el agua'. La vida recordada de los pueblos donde hoy está ubicado el pantano del Porma, que ideara el ingeniero y escritor Juan Benet, a quien Llamazares cita en su libro, y la muerte del abuelo Domingo, motivo en torno al cual se reúnen los familiares. Hace tan sólo unos meses tuve enfrente, a un palmo de distancia, las cenizas de una joven fallecida a resultas de un puto cáncer, a quien conociera desde que era una bebé y amiga de mi familia, que me trastocó. Y ahora el autor de 'La lluvia amarilla' (una obra esencial, definitiva, concebida como un monólogo interior de altísimo vuelo lírico) nos sumerge, a través de diecisiete monólogos, con sus diferentes voces y sentimientos, con sus diversas miradas, en las aguas de su Comala/cuna, en el cementerio de sus antepasados, el lugar donde son arrojadas las cenizas del abuelo de la familia, el espacio al que ya nunca será posible regresar: el germen de toda añoranza, tan presente en esta novela, la morriña que sufrimos quienes hemos vivimos en otros países, alejados del 'útero materno', cuando no hemos logrado encontrar nuestro lugar en el mundo ni la temperatura afectiva adecuada, que nos ayude a vivir/sobrevivir con ilusión. Los movimientos migratorios, cuando son por necesidad, como seguimos viendo a lo largo de la historia, resultan traumáticos, demoledores incluso. Sigo pensando en aquellos y aquellas nocedenses que un día cruzaron el charco en busca de mejores posibilidades y que, por circunstancias varias, nunca pudieron regresar a su tierra, a buen seguro gastando sus vidas “en el trabajo de volver”, como nos recuerda el poeta Ángel Fierro en la cita que introduce 'Distintas formas de mirar el agua'.

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