25 COLOQUIO DE HISTORIA CANARIO AMERICANA
Los niños guanches se convertían en adultos en la pubertad

Selene Rodríguez es la primera historiadora en investigar el mundo de la infancia en las crónicas sobre los primeros
habitantes de Canarias

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Los historiadores han obtenido numerosas certezas sobre la sociedad indígena del Archipiélago durante el último lustro –ver Amaziges de Canarias, historia de una cultura, serie publicada por este diario-. Sin embargo, hay una faceta de la vida aborigen que ha pasado casi desapercibida para la comunidad científica: la infancia. Hasta hoy. Selene Rodríguez Caraballo, una historiadora lanzaroteña de 26 años, ha presentado este mediodía, en la primera jornada del 25 Coloquio de Historia Canario Americana, inaugurado esta mañana en la Casa de Colón de la capital grancanaria por el presidente del Cabildo, Antonio Morales, los primeros resultados de una investigación que le ha llevado a indagar el universo de la niñez en las fuentes documentales de los cronistas. Los niños aborígenes pasaban a la edad adulta paulatinamente y en paralelo al proceso de la pubertad, la maduración sexual y la adquisición del paquete cultural aborigen que harán suyo durante la adultez. El fenómeno de la adolescencia, tal como la entendemos en el siglo XXI, no existiría en las comunidades de los primeros pobladores de Canarias.

Selene Rodríguez empezó a sumergirse en las crónicas al graduarse en Historia por la Universidad de La Laguna. Abreu y Galindo, Torriani, Le Canarien, Cedeño, Alonso de Espinosa y la Crónica de Guinea de Gomes Eannes de Zurara han sido sus fuentes de información. Estos autores “no dedican capítulos específicos a la infancia, pero sí alusiones, en algunos casos directas, pero son pocas”. Un ejemplo lo aporta Torriani, cuando escribe que “los niños de La Gomera aprenden a correr, saltar y tirar piedras”. Es decir, los juegos estaban destinados “a un aprendizaje para la vida adulta”. Y aunque no hay ninguna afirmación clara sobre a qué edad se dejaba de ser niño, la investigadora lanzaroteña concluye que esa frontera era la pubertad. Un joven de catorce o quince años “ya tiene la suficiente energía y fortaleza para la lucha”.

El cambio de niña a mujer, explica la investigadora, “lo intuimos en las fuentes y de niño a hombre también”. Con el inicio de la pubertad “se está marcando un hito”, pero la investigación en absoluto está concluida, “porque la infancia no ha tenido un discurso propio”. Lo que sí parece claro es que las niñas dejaban de serlo cuando llegaban al periodo de fertilidad: “Ya están preparadas para casarse, porque las crónicas hablan de esa etapa”, ya que hay menciones a que “las sobrealimentaban, las separaban del grupo para prepararlas”. Sabían que “si un individuo está mejor alimentado, la primera menstruación se adelanta y ya son mujeres con capacidad de reproducción”.

Tras una primera fase de lectura de las fuentes documentales, la historiadora clasificó en tres bloques la información obtenida. “La relación de la infancia con las mujeres” es el primero; “ver qué perspectiva tienen unos hombres europeos” de una sociedad desconocida para ellos, indagar “los aspectos relacionados con la fertilidad, la maternidad y los cuidados a los niños” es el segundo bloque. Y el tercero es descubrir “la integración de la infancia en la comunidad, qué funciones desempeñan, en qué ámbito económico… Hemos tenido que ir tirando del hilo porque las alusiones directas son pocas”.

La figura de las harimaguadas

Cedeño tiene referencias de que en Gran Canaria y Tenerife existía la figura “de lo que él llamaba harimaguadas, y la pone en relación con una especie de madrina; tenemos que hacer una relectura porque cabe la posibilidad de que se trate de las mujeres que preparaban a las niñas para ser mujeres”. Abreu y Galindo, por su parte, “tiene la única referencia de que a una edad concreta, que sería a los quince años, los chicos eran hombres”. Pedro de Vera, según Abreu, “al llegar a La Gomera ordena matar a los varones del bando de Arone y Agana por traición, a partir de los quince años”. Esta edad “marca un cambio físico porque se supone que tienen una fuerza y una habilidad para el combate”.

Aunque sobre la vida más íntima de las adolescentes no hay alusiones tan directas como las referidas a los jóvenes, las crónicas, apunta Rodríguez Caraballo, “sí hablan del matrimonio, de la fertilidad, de la natalidad”. Hay una alusión directa de Cedeño sobre la preparación de las niñas. Aunque está cogida con pinzas porque hay dudas sobre la figura de este cronista, “sí habla de que las enseñaban a cocer, a trabajar con las pieles”. Esta es la única referencia del ámbito del aprendizaje “que distingue a las niñas de los niños”. Selene destaca que estas crónicas sobre los hábitos de los aborígenes ponen de relieve “la pervivencia de la cultura” de estas personas tras la Conquista.

La investigadora puso de relieve durante la exposición de su ponencia El cuento de los niños perdidos: la presencia infantil en las fuentes documentales sobre poblaciones aborígenes de las Islas Canarias que estas referencias aluden a la parte final de los aproximadamente quince siglos de la sociedad prehistórica. “No podemos extrapolar estas conclusiones a todo el periodo indígena; es importante tenerlo claro pero en absoluto invalida el papel de la fuente”. Hay que “hacer una lectura crítica y saber quién escribe: un hombre europeo, tamizado por una gran influencia de la Iglesia de aquella época”. En este contexto, Rodríguez hace hincapié en “la invisibilidad de los niños; ellos estarían allí, era algo evidente para los cronistas, pero lo importante para ellos era hablar de los procesos políticos, porque el concepto de la infancia en los siglos XV o XVI  es distinto al nuestro”.

Paralelamente a esta investigación sobre el universo de la infancia en las crónicas, Selene Rodríguez lleva unos años indagando en los hábitos y ritos funerarios en la infancia de la sociedad guanche (ver capítulo 7 de Amaziges de Canarias), trabajo que plasmará en su tesis doctoral que tiene previsto presentar en 2025.

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